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Graciano Palomo

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¡Es un prodigio de imparcialidad y buen sentido! Utiliza argumentos pueriles y manidos para perpetrar lo que perpetra, quizá en ausencia de solvencia jurídico-parlamentaria

Foto: La presidenta del Congreso, Meritxell Batet. (EFE)
La presidenta del Congreso, Meritxell Batet. (EFE)

La presidenta del Congreso de los Diputados, como máxima expresión de la soberanía popular, debería actuar como un juez, esto es, ser y parecer imparcial, objetiva y ecuánime. No hace falta ser muy perspicaz ni tener ojo de águila para poder concluir en su reiterada persistencia que la señora Batet podría ponerse como paradigma de todo lo contrario.

Ha hecho una gran carrera política, ministra, puestos partidarios de relevancia que difícilmente pueden entenderse si se aplicara con cierto rigor la llamada "cultural del mérito". Pero de esa lupa pueden escaparse pocos dirigentes del actual cosmos político español. En realidad, Batet se conduce al frente del hemiciclo como una "agradecida". Agradecida ¿a quién? A los que la han subido a los altares laicos del Congreso y antes le dieron poltrona ministerial.

Es conmovedor el celo que aplica a la hora de defender el honor y la piel de sus conmilitones o asociados gubernamentales y el rigor que aplica con aquellos otros diputados que no son de su cuerda. Es parte del gobierno de coalición, una aliada imprescindible. Los que tenemos alguna memoria podríamos echar a faltar a presidentes como Alvares de Miranda, José Félix Pons, Trillo, Bono, Posada y Pastor. Comprendo hasta sus intereses de tipo personal.

Se puede llamar de todo al jefe del Estado, por cierto, a manos de un defraudador a la Seguridad Social, permitir a 'bilduetarras' poner en solfa el sistema democrático que nos ampara (o debería), pero no se puede recordar los ancestros políticos/activistas de los señores del Gobierno.

Calviño al PP: "El patriotismo no consiste en agitar banderas ni en gritar 'Viva el rey'".

¡Es un prodigio exportable de imparcialidad y buen sentido! Utiliza argumentos pueriles y manidos para perpetrar lo que perpetra, quizá en ausencia de solvencia jurídico-parlamentaria, y es de un autoritarismo contra los grupos más débiles del Parlamento que debería ser objeto de estudio por algún psicoanalista argentino, a ser posible de algún otro proceder que garantice el buen uso de la democracia parlamentaria. Hay que escuchar a las Víctimas del Terrorismo referirse a la pareja del ministro de Justicia.

Con Batet, Sánchez sabía que se garantizaba en gran manera el control de una institución absolutamente clave del sistema que día a día, semana a semana, amenaza con capotar, tal y como fue concebida por los padres redactores de la Constitución.

Un antiguo compañero de militancia socialista, Joan Mesquida, que fuera director general de la Guardia Civil, ha dejado escrito que la menuda catalana es ya la peor presidenta que ha tenido el Congreso en los últimos cuarenta años.

¡Y se cree alguien, oiga!

La presidenta del Congreso de los Diputados, como máxima expresión de la soberanía popular, debería actuar como un juez, esto es, ser y parecer imparcial, objetiva y ecuánime. No hace falta ser muy perspicaz ni tener ojo de águila para poder concluir en su reiterada persistencia que la señora Batet podría ponerse como paradigma de todo lo contrario.

Meritxell Batet