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Graciano Palomo

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Nunca más que ahora están entrelazados como un gajo de cerezas. Rabat conoce la debilidad de un gobierno socialextremista y podría resultar que en breve decida mover ficha

Foto: Una voluntaria de Cruz Roja junto a varios inmigrantes. (EFE)
Una voluntaria de Cruz Roja junto a varios inmigrantes. (EFE)

El problemón migratorio en las Islas Canarias lleva tiempo anunciándose. Otra cosa es que el bizcochable Marlaska haya preferido cesar al responsable de la Guardia Civil, harto de tanta pamplina y falsedad, que encarar un asunto de seguridad nacional con hechuras de gobernante responsable.

El grito de los canarios se oye en la península sin sordina. Pedro Sánchez, entonces en la oposición y sin visos de acceder al poder, puso recurso de inconstitucionalidad ante una medida del gobierno Rajoy para efectuar "devoluciones en caliente" cuando los inmigrantes eran irregulares por no escribir ilegales. El TC ha dictaminado ahora que esa medida se atiene al espíritu y la letra de la Carta Magna —cada vez más devaluada— colocando al actual Gobierno ante su propia irresponsabilidad de aficionados en los asuntos de Estado.

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Por si fuera escaso el envite, viene ahora el principal socio gubernamental a meter el dedo en la llaga a Rabat, régimen que no se anda con remilgos a la hora de practicar hechos consumados. Cierto es que la izquierda española (PSOE) siempre estuvo a favor de la autodeterminación del Sáhara Occidental (¡Polisario vencerá!). Felipe González al llegar al poder dio un pase cortinilla al asunto cuando se percató que el régimen alauita —con el apoyo de EEUU y otras potencias occidentales no se iba a quedar de brazos cruzados, máxime cuando afecta a su orgulloso nacional y a la determinación de un sistema escasamente democrático. Los intereses nacionales, en cualquier caso, alertaron acerca de la necesidad de hacer dormir el contencioso hasta que la comunidad internacional dictara sentencia. La descolonización del Sáhara por parte española en los estertores de la dictadura fue un desastre absoluto.

Ahora, los rancios neocomunistas españoles han pisado esa serpiente cuando precisamente han llegado al poder. Marruecos ha reaccionado —hay cosas que no sabemos de los entresijos diplomáticos y políticos— con la virulencia propia de una satrapía.

Nunca más que ahora Canarias y el Sáhara están entrelazados como un gajo de cerezas. Rabat conoce la debilidad de un gobierno socialextremista y podría resultar que en breve decida mover ficha.

El problemón migratorio en las Islas Canarias lleva tiempo anunciándose. Otra cosa es que el bizcochable Marlaska haya preferido cesar al responsable de la Guardia Civil, harto de tanta pamplina y falsedad, que encarar un asunto de seguridad nacional con hechuras de gobernante responsable.

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