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Graciano Palomo

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La batalla por el centro

En España no se ha terminado de romper esa letal línea agresiva e intolerante que sigue describiendo "rojos" y "azules". Casi un siglo después y con Europa de por medio

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado, junto a la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE)
El presidente del PP, Pablo Casado, junto a la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE)

La inminente llegada de unas nuevas elecciones autonómicas en Cataluña acelera el reagrupamiento de las fuerzas constitucionalista en aquel territorio —30.000 km2—, teniendo muy presente que en la acera de enfrente la partida se juega para formar un Gobierno similar al de Moncloa con ERC presidiendo el Govern o, en el mejor de los casos, con el ministro mascarilla al timón. Esto es, un Gobierno netamente de izquierdas, suponiendo que los republicanos independentistas puedan considerarse de "izquierdas".

Teóricamente, la partida la tienen perdida 'a priori' aquellas formaciones partidarias de recuperar España y el Estado en el territorio autónomo donde tanto ERC, JxCAT, los Comunes y CUP juegan claramente a la autodeterminación.

Resulta interesante y extrapolable el pulso que ahí mantienen el Partido Popular y Ciudadanos. Cataluña fue la cuna del movimiento cívico/liberal que acaudilló Albert Rivera y que tanto él como su sucesora, Inés Arrimadas, que ganaron por vez primera unas elecciones autonómicas a los independentistas en una ocasión histórica, no supieron o no quisieron guardar ese preciado predio. Aquel fulminante arranque menguó por la fuga a Madrid y, sobre todo, por los continuos vaivenes de una formación que siempre jugaba en el fiel de la balanza. Soportes económicos/mediáticos no se puede afirmar que faltaran.

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Pablo Casado tuvo claro ante la ofensiva de Vox que no tenía otra opción que sujetar el PP en el centroderecha nítido, tal y como le aconsejaron Merkel, Von de Leyen, Sebastian Kurz y el resto de líderes que conforman el Partido Popular Europeo (PPE). Están en juego, teóricamente, tres millones de votos moderados y caldeados que, también teóricamente, son los que dan la victoria en unas elecciones generales.

No me encuentro entre aquellos que opinan que el color naranja vaya a desaparecer de un plumazo del panorama nacional. Está en riesgo, sí, pero todo dependerá de la cintura de su lideresa y a la vez de la determinación del jefe popular.

Ya quedó escrito en este mismo papel digital que el centro —no significa en modo alguno practicar el eclecticismo en asuntos transcendentales— es el mejor de los espacios para situarse en política y en la vida, sin olvidar que también es el más difícil de ejecutar a diario. Desgraciadamente, en España no se ha terminado de romper esa letal línea agresiva e intolerante que sigue describiendo "rojos" y "azules". Casi un siglo después y con Europa de por medio.

La inminente llegada de unas nuevas elecciones autonómicas en Cataluña acelera el reagrupamiento de las fuerzas constitucionalista en aquel territorio —30.000 km2—, teniendo muy presente que en la acera de enfrente la partida se juega para formar un Gobierno similar al de Moncloa con ERC presidiendo el Govern o, en el mejor de los casos, con el ministro mascarilla al timón. Esto es, un Gobierno netamente de izquierdas, suponiendo que los republicanos independentistas puedan considerarse de "izquierdas".

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