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Graciano Palomo

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El plan Casado

Aznar las reunificó a todas y ganó. Rajoy no tuvo necesidad hasta su segunda legislatura y fue arrojado por la ventana del Congreso por la corrupción

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado. (EFE)
El presidente del PP, Pablo Casado. (EFE)

De todos los líderes habidos en la derecha democrática desde la instauración del régimen de libertades (1978) es Pablo Casado el que lo tiene más difícil.

Por una simple razón: la aparición de los extremos convertidos en extremistas que, sin duda tienen toda su razón democrática para existir si el pueblo los avala, imposibilitan plantear con nitidez una alternativa real de Gobierno desde los postulados de la moderación, el realismo y el radical europeísmo.

Los extremos lo tienen mucho más fácil en situaciones de crisis de extraordinaria dificultad como es la actual. Los extremos pueden engordar con brochazos de trazo grueso sin necesidad de matices. Y matices es lo que demanda precisamente la complejidad sobrevenida.

Casado ha optado por presentar su propio cuaderno de bitácora al margen de los que intentan fagocitarle con opas directas o indirectas. Cree que hace lo correcto y que el electorado decida. Eso es justamente lo democrático. Cuando desde el poder constituido se alienta el radicalismo se produce lo de siempre: acción/reacción. Lo observamos todas las semanas en el Parlamento y no digamos ya en las permanentes campañas electorales.

Casado ha optado por presentar su propio cuaderno de bitácora al margen de los que intentan fagocitarle con opas

Materializar un plan serio de reconquista del poder sobre la base ineludible de la voluntad ciudadana necesita tiempo; máxime al frente de una formación cuyas mochilas heredadas llevan dentro demasiados azulejos. Tiempo y equipos competentes y desacomplejados.

Por decirlo todo: no es verdad que existan tres derechas iguales. Hay un centro liberal descriptible; hay un centro derecha homologado en Europa y hay una derecha radical que tiene su derecho, como en todas las democracias del mundo libre, a existir si así lo deciden las urnas.

Aznar las reunificó a todas y ganó. Rajoy no tuvo necesidad hasta su segunda legislatura y fue arrojado por la ventana del Congreso por la corrupción.

Pablo Casado tiene que lidiar ahora con esa herencia envenenada y sobre todo porque, al menos por el momento, la partida es cosa de tres. Sánchez está encantado. Con razón.

De todos los líderes habidos en la derecha democrática desde la instauración del régimen de libertades (1978) es Pablo Casado el que lo tiene más difícil.

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