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La vuelta del 'No pasarán'
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Graciano Palomo

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La vuelta del 'No pasarán'

De aquí al 4 de mayo el pueblo llano asistirá entre incrédulo y descorazonado a una orgía infame de descalificaciones cuando lo único que suplica son vacunas, trabajo, libertad

Foto: Santiago Abascal escucha a Pablo Iglesias. (EFE)
Santiago Abascal escucha a Pablo Iglesias. (EFE)

Nadie podrá negar a Pablo Iglesias su gran logro: desde su irrupción abrupta en la vida política/mediática española —en tiempo récord, desde luego, y con gran talento— el país se ha radicalizado reeditando los viejos demonios familiares que creíamos fosilizados después de aquel milagro de la Transición.

En convivencia y respeto al adversario —el gran asunto que atenazó durante siglos la nación— el retroceso es notable, con la vuelta a las andadas, salvando, afortunadamente, las nuevas circunstancias, entre ellas y sustancialmente la pertenencia al club más libre, democrático y en progreso social del mundo que llamamos la Unión Europea.

Las apelaciones a la Guerra Civil sobran en un país que masivamente solo demanda pan y libertad

El viejo maniqueísmo tan hispánico —buenos y malos; malos y buenos— ha vuelto. Fue reintroducido hace cinco años por Pablo Iglesias y Monedero, principalmente, y ahora cuando ven en alero todas sus ambiciones aprietan ese acelerador que rechaza una inmensa mayoría de los ciudadanos. Las apelaciones a la Guerra Civil sobran en un país que masivamente solo demanda pan y libertad. ¡Tampoco es algo excesivo!

"¡No pasarán!", gritan unos. "¡Ya hemos pasado!", mascullan otros.

Foto: Pablo Iglesias durante una intervención en el Congreso. (Reuters)

Si Ortega y Gasset viviera entre nosotros volvería a blandir su icónico lema "No es eso, no es eso". De aquí al 4 de mayo el pueblo llano asistirá entre incrédulo y descorazonado a una orgía infame de descalificaciones (fascistas contra comunistas; comunistas contra fascistas) cuando lo único que suplica son vacunas, trabajo, libertad y que no le ahoguen a impuestos.

Iglesias vuelve a vestir la prenda que mejor le cuadra: el mono de activista, y de paso recupera el curro en el que mejor se mueve, esto es, la apelación a los braserillos del enfrentamiento. Sus adversarios cometerán un error si deciden entrar a las antiguallas en forma de trapo. Porque, aunque el podemita lo haya olvidado, Franco fue enterrado hace más de 42 años, la URSS se disolvió con el mismo estrépito que cayó el Muro de Berlín, la Transición fue una realidad exitosa pero los españoles no. Y también saben que en aquellos países donde se habla el castellano hay represión, hambre, y mucha mucha corrupción.

Nadie podrá negar a Pablo Iglesias su gran logro: desde su irrupción abrupta en la vida política/mediática española —en tiempo récord, desde luego, y con gran talento— el país se ha radicalizado reeditando los viejos demonios familiares que creíamos fosilizados después de aquel milagro de la Transición.

En convivencia y respeto al adversario —el gran asunto que atenazó durante siglos la nación— el retroceso es notable, con la vuelta a las andadas, salvando, afortunadamente, las nuevas circunstancias, entre ellas y sustancialmente la pertenencia al club más libre, democrático y en progreso social del mundo que llamamos la Unión Europea.

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