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El príncipe de la concordia
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Graciano Palomo

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El príncipe de la concordia

A estas alturas debe ser consciente (o no) de que ha engañado a tantos durante tanto tiempo que la cuerda empieza a romperse (4-M)

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Los clásicos griegos sostenían que, para acercarse a la condición principesca, el aspirante debía conocer la historia y practicar la virtud. También que la moderación y el talante centrista no significa que haya que carecer necesariamente de principios básicos (pocos). Sobre todo, que la prédica hay que conformarla con el trigo. Esto es válido para el último ciudadano del reino como para el más ambicioso y despreocupado (por la ética personal) de los directores de medios.

“Fue posible la concordia”, reza esculpida en la lápida de granito que cubre los restos de aquel singular estadista llamado Adolfo Suárez que, contra todo y contra todos, restableció las libertades para todos y con todos. Concordia entra en colisión con jugar con las emociones de las gentes. Concordia es un elemental respecto a los electores antes de que depositen su voto; concordia es no mentir en el Parlamento; concordia es utilizar los recursos de los contribuyentes para algo distinto que los usos nepotistas. Incluso, concordia en un gobernante significa no plagiar las pretendidas obras doctorales, mucho menos, perseguir la liquidación del adversario; desde luego, concordia significa lo contrario de retorcer la ley suprema en aras de intereses espurios.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Comprendo, obviamente, la tesitura en la que se encuentra el señor presidente. Un dilema preocupante para él: o hacer que los penados por el golpe de Estado cumplan lo que el Supremo dictaminó (bastante generosamente) o poner fin a su mandato convocando elecciones generales que se presentarían muy inciertas para sus intereses. Esta situación descrita no es nada 'ultra'.

Lo ultra, lo facineroso, lo esperpéntico son las afirmaciones, nada menos que en boca de un primer ministro, respecto a que cumplir las sentencias es “venganza” e incumplirlas es “concordia”. Compremos y extendamos el argumento: abran las cárceles de par en par, disuelvan la Agencia Tributaria y amnistíen todas las infracciones o delitos económicos, que salgan libres los de la Gürtel o acordemos que los mil millones de los ERE gastados en putas y cocaína por el PSOE andaluz fue un mero espejismo.

Lo esperpéntico son las afirmaciones en boca de un primer ministro respecto a que cumplir las sentencias es “venganza”

Escuchar al presidente del Gobierno que más ha radicalizado la sociedad española, al hombre que más puentes de convivencia ha volado; al político que más utiliza el poder constitucional para imponer su agenda, que cambia, según el día y la coyuntura, hablar de concordia, es un zarpazo a la elemental inteligencia. Sánchez y su edecán preferido se dedican a hostigar como nadie hizo jamás desde la restauración a la oposición democrática, no deja de ser una cruel ironía. Sánchez es, sin duda, el responsable gubernamental que más se ha ciscado en los conceptos de igualdad, mérito, capacidad y honradez a la hora de cooptar cargos que consumen el fruto del trabajo de los españoles.

A estas alturas debe ser consciente (o no) de que ha engañado a tantos durante tanto tiempo que la cuerda empieza a romperse (4-M). Es de esperar que el sustituto, además de cambiar de nuevo el colchón en el palacio de la Moncloa, entienda algo tan elemental en los tiempos que corren como esto: anatematizar una idea o proyecto porque sea 'progre' [sic] o 'conservadora' [sic] es claro síntoma del 'descarallante' estado en el que se encuentra la situación española.

Los clásicos griegos sostenían que, para acercarse a la condición principesca, el aspirante debía conocer la historia y practicar la virtud. También que la moderación y el talante centrista no significa que haya que carecer necesariamente de principios básicos (pocos). Sobre todo, que la prédica hay que conformarla con el trigo. Esto es válido para el último ciudadano del reino como para el más ambicioso y despreocupado (por la ética personal) de los directores de medios.

Tribunal Supremo Adolfo Suárez Moncloa