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Graciano Palomo

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En juego varias generaciones

Una educación pública de mínima exigencia es lo peor que puede suceder a las clases más desfavorecidas

Foto: La ministra de Educación, Isabel Celaá, en la sesión de control al Gobierno. (EFE)
La ministra de Educación, Isabel Celaá, en la sesión de control al Gobierno. (EFE)

Me pregunto si la ministra de Educación habrá pensado en las consecuencias de lo que perpetra. Avalar un fracaso educativo tan llamativo y descriptible en España son palabras mayores que afectan a niños y adolescentes desprotegidos por sí mismos.

La situación, desde luego, no es la mejor en la coyuntura. No parece, sin embargo, que bajando los controles académicos y técnicos, desincentivando el esfuerzo, dejando al albur la preparación básica, es a juicio de los expertos en esta materia, elegir el camino equivocado y totalmente contrario al que se ha implementado en las grandes potencias democráticas y progresistas del mundo.

Una educación pública de mínima exigencia es lo peor que puede suceder a las clases más desfavorecidas. Ocultando los suspensos por mor de la "madurez" no ayuda a los retoños de las clases sociales que no se pueden pagar una educación privada a conseguir la igualdad de oportunidades en un asunto de comer… Dice la señora ministra que los suspensos se pueden camuflar con la "madurez" del suspenso. ¿Ha entrado en un estadio peligroso mentalmente la multimillonaria vasca? Con más de un 20 por ciento de fracaso escolar, un 40 por ciento de paro juvenil ahora de lo que se trata es de paliar la falta de conocimientos técnicos y objetivos por la madurez en casi infantiles y adolescentes.

¿Ha entrado en un estadio peligroso mentalmente la multimillonaria vasca?

¿No era la "cultura del mérito" una seña de identidad de la izquierda? ¿No es la agitación del esfuerzo algo que debe equipar a los beneficiados familiarmente con los que lo son menos?

La señora Celaá, durante sus mandatos como miembro del consejo de ministras, ha escrito grandes barbaridades, eso sí, dichas con gran empaque. Pero las palabras en boca de este Gobierno no tienen importancia; así lo reconoce la opinión pública e incluso la publicada más afín al sanchismo.

Esto, desgraciadamente, no son palabras. Son hechos constatados por el BOE.

¡Ojalá la Historia no la juzgue sin caridad alguna!

Me pregunto si la ministra de Educación habrá pensado en las consecuencias de lo que perpetra. Avalar un fracaso educativo tan llamativo y descriptible en España son palabras mayores que afectan a niños y adolescentes desprotegidos por sí mismos.

Isabel Celaá
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