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No entienden la grandeza de la 'sanchitud'
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Graciano Palomo

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No entienden la grandeza de la 'sanchitud'

Otro que no acierta a ver la 'sanchitud' inabarcable del Kennedy de Tetuán. Es alta política, generosidad extrema. Magnanimidad con letras mayúsculas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

¡Hay qué ver cómo se han puesto! Todo porque un visionario/soñador para un pueblo ha decidido desafiar la ley de la gravedad y volar como un águila, mientras a su alrededor todo son vuelos gallináceos y miradas cortas. ¡Es lo que tiene devenir en un ser superior! Sánchez, con su determinada decisión de repartir magnanimidad a unos pobres oprimidos por la brutalidad de jueces insensibles, consigue, por ejemplo, salvar al Estado que revivirá en Cataluña a partir de ahora con la fuerza de 'El ciprés de Silos'.

Esos cuatro millones de españoles antes abandonados a su suerte por Rajoy en un territorio de 30.000 kilómetros cuadrados —poco más que la sierra de la Demanda— tienen que besar por dónde pisa el ser superior. A partir de ahora, se les respetará en su tierra, podrán conducirse como ciudadanos libres e iguales; podrán aprender y expresarse como les venga en gana. ¡Se acabó la represión contra ellos! La concordia sanchista brillará por doquier. Al resto de los españoles que no viven en la tierra de Wifredo el Belloso, el enviado de Dios a la península ibérica, nos habrá librado de una pelmada eterna; a partir de ahora en la vieja España solo se hablará ya de ecología, educación, empleo, globalización, microchips, big data y cómo repartir la riqueza que la sociedad, conducida por un líder legendario, crea para sí misma.

Sánchez transita ahora por el estadio de la incomprensión

En su pequeñez fachosa, los críticos del gran timonel hispano, no aciertan a ver la dimensión histórica de un líder providencial. Ahí está, por ejemplo, que a la salida de Lledoners, los sediciosos, fatuamente condenados por el Tribunal Supremo, se daban golpes de pecho por sus fechorías, se rasgaban las vestiduras, se echaba ceniza en sus cabezas y juraban por la familia Pujol que jamás volverían a delinquir, respetarían el nombre de España, amarían a su jefe de Estado, no se choterían de sus instituciones, y devolverían hasta el último céntimo del dineral del contribuyente malgastado en sus sueños equinocciales.

No es 'necesidad', Rufián malpensado y lenguaraz. Otro que no acierta a ver la "sanchitud" inabarcable del Kennedy de Tetuán. Es alta política, generosidad extrema. Magnanimidad con letras mayúsculas. Es desinterés de un estadista que se inmola en el altar de la incomprensión en beneficio de su patria y sus semejantes. No haya megabytes suficientes en este digital para recoger toda la proyección histórica que arrastra tras de sí un mortal apellidado Sánchez. Debemos estar agradecidos sus contemporáneos al Hacedor por haber mandado a estos resecos lares un individuo providencial. Como ha sucedido siempre con los grandes escribidores de la Historia, Sánchez transita ahora por el estadio de la incomprensión y la envidia de los prescindibles.

Foto: El presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez. (EFE) Opinión
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Su imagen impoluta del que nunca dijo una mentira, su compromiso con el interés general, sus desvelos por sacarnos del averno, su palabra, en síntesis, de perseguir siempre y en cualquier ocasión la permanencia de la nación, quedará grabada a sangre y piedra entre la presente generación y las que vengan. ¡Qué gran dirigente si hubiera vasallos a su nivel! ¡Enorme estadista si la oposición no fuera una caterva de fachas! 'Tranki', Sánchez, seguro que la historia te absolverá.

¡Hay qué ver cómo se han puesto! Todo porque un visionario/soñador para un pueblo ha decidido desafiar la ley de la gravedad y volar como un águila, mientras a su alrededor todo son vuelos gallináceos y miradas cortas. ¡Es lo que tiene devenir en un ser superior! Sánchez, con su determinada decisión de repartir magnanimidad a unos pobres oprimidos por la brutalidad de jueces insensibles, consigue, por ejemplo, salvar al Estado que revivirá en Cataluña a partir de ahora con la fuerza de 'El ciprés de Silos'.

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