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Siete años en la Zarzuela
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Graciano Palomo

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Siete años en la Zarzuela

El rey Felipe ha estado, está y presumiblemente estará donde el pueblo quiere que esté. La serenidad de la que hace gala no significa que no esté al cabo de la calle

Foto: El rey de España, Felipe VI. (EFE)
El rey de España, Felipe VI. (EFE)

Recuerdo cada instante de la entronización del rey Felipe en un calurosísimo día de junio hace ahora un lustro y dos años. Nunca pensó, ni nadie, que sus primeros años al frente de la jefatura del Estado se verían zarandeados por todos los cierzos posibles. Hoy la testa real de Felipe VI luce adornada de canas que son reflejo —al margen del inexorable paso del tiempo— de lo pesada que puede resultar la corona en tiempos de tribulación suma.

He tomado nota de que esa celebración septuagenaria don Felipe y su familia la ha pasado rodeado de los héroes españoles de la pandemia —enfermeros, conductores de ambulancia, cajeras, médicos, enfermeras, transportistas, agricultores, etc.—. Quienes, además de trabajar, pagan sus impuestos, no viven, ni viajan, ni alardean por cuenta de sus semejantes.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Es de suponer, por humano, que durante estos abigarrados siete años, el hijo de la reina Sofía habrá tenido la tentación de mandar a paseo la representación constitucional que la historia puso en sus manos. El cierzo ha rugido, y ruge, con fuerza a su alrededor. Lo esencial contemplando su figura a vista de rapaz mesetaria, es que nadie ha sido capaz de cambiarle su propio pasado, marcado siempre por la Constitución a la que se debe. El devenir es un arcano donde ni siquiera la condición real permite aventurar.

La solemne estupidez, manifestada en las cloacas de nuevo cuño, de que debería obviar la sanción de decretos y leyes que no se avengan a su parecer, queda en eso. Los retruécanos de la imaginación hispana a tal propósito no son más que anécdotas más o menos graciosas sin ningún rigor ni precisión constitucional. El rey Felipe ha estado, está y, presumiblemente, estará donde el pueblo quiere que esté. Punto.

El pueblo está detrás

La serenidad de la que hace gala no significa que no esté al cabo de la calle. Que no entienda cabalmente diferenciar voces y ecos. Que no haya aprendido de la historia y, finalmente, que no intuya a ciencia cierta lo que se espera de él, es lo único en lo que pueden esperar sus enemigos. Estos, creo, tendrán que esperar aún algún tiempo. Hoy el pueblo, soberano supremo, está mayoritariamente detrás.

Recuerdo cada instante de la entronización del rey Felipe en un calurosísimo día de junio hace ahora un lustro y dos años. Nunca pensó, ni nadie, que sus primeros años al frente de la jefatura del Estado se verían zarandeados por todos los cierzos posibles. Hoy la testa real de Felipe VI luce adornada de canas que son reflejo —al margen del inexorable paso del tiempo— de lo pesada que puede resultar la corona en tiempos de tribulación suma.

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