Palo Alto
Por
Cuando diez años son mucho
Llegué, ligero de equipaje, cuando la España final de Zapatero se ahogaba en medio del detritus producido por una incompetencia desconocida al frente del Estado
Han sido matemáticamente diez años, dos lustros. Ininterrumpidamente. Sábado a sábado, domingo a domingo. Sin faltar jamás a la cita; con lluvia o sol; con agonías o penas. Con serenidad o inyectado en adrenalina que siempre produce el devenir de la condición humana.
Llegué, ligero de equipaje, cuando la España final de Zapatero se ahogaba en medio del detritus producido por una incompetencia desconocida al frente del Estado. Cogió el testigo a título de mayoría absoluta Mariano Rajoy —el hombre que no quería 'líos'—, el presidente que nunca entendió que dirigir una nación tan compleja como España requiere de buenos administradores de su caja, sí, pero también de algo de chispa. Ni una pizca de arrojo, siquiera para defenderse así mismo; ni una mirada en lontananza más allá de la desenfilada diaria.
Durante esta década decepcionante —que hubiera sido posible tener su rictus de prodigiosa— tuvo lugar la aparición de nuevos próceres redentores quienes, a base de melifluidades hacia el pueblo llano, dolorido y traicionado, consiguieron lo que realmente perpetraban: cambiar su status económico y social y exhibir su poder. Todo hay que decirlo: aprovechando hábilmente las circunstancias objetivas de aquellos momentos (crisis, paro, corrupción) se colaron —a través del voto— por una puerta que los de siempre dejaron abierta. En el último lustro ese pueblo que les llevó en volandas ha podido comprobar lo que sabían y querían hacer.
Ni el color naranja, ni el morado, sin embargo, consiguieron el dominio que pretendían. Cambiar algo para que nada cambie en expresión lampedusiana. Curiosamente, en España, un país con alzhéimer colectivo, siempre quedan rescoldos del pasado. Ahí tienen a Aznar que me llevó hasta el Tribunal Supremo por una información cabal, precisa y honrada y en esa instancia pereció.
Tuvo que arriar bandera, a regañadientes, el principal icono de los últimos cuarenta años, el rey Juan Carlos, el monarca de la tragedia permanente, que estaba lejos de intuir lo que se le avecinaba. ¡Esto es lo que sucede a los que olvidan que hay que ganarse el puesto día a día, minuto a minuto y con taquígrafos y luminosidad!
Y en esto llegó Pedro Sánchez. ¡Y cómo llegó! ¡Cómo se condujo! ¡Con qué compañeros de andadura! El resto de la historia la conocen, creo, la mayor parte de los lectores.
Siempre es más fácil llegar que irse. Atrás dejo diez años, que no puedo decir como ciudadano demócrata en un país libre que hayan sido los mejores. Es tan corto el amor como largo el olvido.
Todo fluye, nada permanece, salvo la memoria abigarrada en los hechos, en el trabajo honrado y el esfuerzo por conocer la verdad. Siempre me interesaron más los contenidos que los continentes. Porque 'contenido' solo hay uno; 'continentes' muchos.
En esta despedida, recuerdo aquella frase memorable de George Eliot: "Nunca es tarde para ser lo que no pudimos ser…".
Solo partimos para reencontrarnos otra vez. Pronto.
Han sido matemáticamente diez años, dos lustros. Ininterrumpidamente. Sábado a sábado, domingo a domingo. Sin faltar jamás a la cita; con lluvia o sol; con agonías o penas. Con serenidad o inyectado en adrenalina que siempre produce el devenir de la condición humana.