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14-F y la política de bloques
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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14-F y la política de bloques

La continuidad del frentismo o su disolución. Eso se vota en Cataluña el próximo 14-F

Foto: Carlos Carrizosa (Cs), Àngels Chacón (PDeCAT), Pere Aragonès (ERC), Salvador Illa (PSC), Jéssica Albiach (CatComú), Carles Riera (CUP), Alejandro Fernández (PP), Laura Borràs (JxCAT) e Ignacio Garriga (Vox).
Carlos Carrizosa (Cs), Àngels Chacón (PDeCAT), Pere Aragonès (ERC), Salvador Illa (PSC), Jéssica Albiach (CatComú), Carles Riera (CUP), Alejandro Fernández (PP), Laura Borràs (JxCAT) e Ignacio Garriga (Vox).
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La campaña catalana marcha a velocidad de crucero. Botes de humo y frases cortas para generar espuma de emoción entre los votantes y ahuyentar el fantasma del abstencionismo.

Mientras tanto, la inteligencia de politólogos, analistas y adivinos trata de aliviarnos la impaciencia con encuestas y proyecciones placebo de tantos sabores como gustos tienen los parroquianos.

Pero no será hasta el 14-F por la noche que contaremos votos reales y sabremos la respuesta a la gran pregunta que los ciudadanos van a responder en estos comicios y que va más allá de saber quién gobernará Cataluña durante los próximos cuatro años. Es esta: ¿se acabó la política de bloques en Cataluña?

Foto: El todavía ministro de Sanidad, Salvador Illa. (EFE)

La maquinaria política del PSOE y la de ERC están engrasadas para que así suceda. Más allá de los fuegos artificiales propios de la campaña electoral, con desplantes rufianescos en el Congreso incluidos, por debajo de la mesa las relaciones entre republicanos y socialistas se mantienen bien engrasadas. La vicepresidenta, Carmen Calvo, y el candidato republicano, Pere Aragonès, han soldado una relación con ánimo de proyectarse en el largo plazo que goza de buena salud y que anticipa escenarios de colaboración provechosos entre ambas familias políticas tanto en Barcelona como en Madrid.

La operación Salvador Illa, construida narrativamente como la demostración de que los socialistas aspiran a gobernar Cataluña y que para ello ponen toda la carne en el asador es, en realidad, una pista de aterrizaje para que ERC pueda deshacerse del puigdemontismo y seguir al frente de las instituciones catalanas con un programa de izquierdas que deje en barbecho la cuestión independentista.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el candidato del PSC a la Generalitat, Salvador Illa. (EFE) Opinión

Para muestra, un botón. El exministro de Sanidad ya ha expresado que no vetará un Gobierno independentista siempre que este renuncie a la unilateralidad y se comprometa a respetar el marco jurídico. Esta, no otra, es la actual oferta política de ERC y este es el tipo de Gobierno que Salvador Illa tiene el mandato de convertir en realidad.

Ello no pasa por reeditar un tripartito con los socialistas en el Ejecutivo catalán, cosa imposible en la actual coyuntura. Pero bastaría que llegado el momento los socialistas facilitasen la investidura y negociasen Presupuestos. Esa es la hipótesis de trabajo de los republicanos a la que se avendrían los socialistas.

Con esos pocos mimbres, se construye el cesto que puede poner fin a la política de bloques —constitucionalistas por un lado e independentistas por otro— en que vive instalada Cataluña desde 2015, el gran elemento de disrupción sobre el que pivotan en realidad estas elecciones.

Foto: Gabriel Rufián y Adriana Lastra. (EFE)

Unos y otros quieren que pase. Tantas veces se negarán en campaña como cierto es que no cerrarán la puerta explícitamente a esta posibilidad. Conviene a Pedro Sánchez, al frente de un Gobierno tan fuerte a corto como amenazado a largo si se analiza bajo la lógica del mercado de valores, y conviene a Oriol Junqueras, deseoso de dar por fin a los suyos el trofeo del liderazgo del nacionalismo catalán que ERC nunca ha disfrutado, porque en la cama del poder encadena históricamente gatillazo tras gatillazo.

Este cambio de rasante de la política catalana —y en menor medida, de la española en su conjunto— tiene una piedra en el zapato: JxCAT. Los resultados que obtenga el proyecto político fundado por Carles Puigdemont son la clave de bóveda para que los esfuerzos de socialistas y republicanos por superar la lógica de bloques lleguen a buen puerto.

Cualquier resultado del puigdemontismo que no pueda explicarse como una clara derrota ante ERC —independientemente del resultado socialista— equivaldrá a mantener el frentismo institucional en Cataluña. El margen de maniobra de ERC ante su militancia es demasiado limitado para justificar un Gobierno que no sea netamente independentista sin que las urnas hayan hecho el trabajo previo de castigar al puigdemontismo, facilitando así la decisión de alejarlo del Ejecutivo.

Foto: El candidato de ERC a la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE)

El empate técnico que las encuestas prevén en estos momentos entre republicanos y puigdemontistas —y que fue el escenario que arrojó el escrutinio de 2017— imposibilitaría la ruptura de la lógica de bloques y no daría otra alternativa que la continuidad del actual Gobierno de coalición entre independentistas.

El fin o no de los bloques es la única gran incógnita de las elecciones, porque las demás cuestiones ya tienen respuesta. Sabemos que la izquierda mantendrá su hegemonía en Cataluña porque la derecha constitucionalista seguirá siendo marginal y la nacionalista ha dejado de estar articulada políticamente.

Sabemos también que los grandes espantapájaros de 2017 —unilateralidad, desobediencia— tienen un predicamento presente lo suficientemente minoritario —aunque aparatosamente ruidoso— para dar por hecho que estos elementos no van a situarse en el centro de la agenda de la próxima legislatura aunque así lo intenten los elementos más radicalizados del puigdemontismo, entre ellos, su candidata, Laura Borràs.

La continuidad del frentismo o su disolución. Eso se vota en Cataluña el próximo 14-F. No es poca cosa en el largo, lento y necesario camino de vuelta de las instituciones catalanas a la política de gestión de la complejidad. La única posible.

La campaña catalana marcha a velocidad de crucero. Botes de humo y frases cortas para generar espuma de emoción entre los votantes y ahuyentar el fantasma del abstencionismo.

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