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Un cordón de estupidez
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Un cordón de estupidez

El soberanismo siempre está sujeto a que alguien de la familia lance un envite al resto para probar cuán sincero es su independentismo

Foto: El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE)
El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE)
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En la campaña de las elecciones catalanas de 2006, Artur Mas acudió al notario para oficializar que bajo ningún concepto pactaría con el PP. No era el primer cordón sanitario a los populares. Habían estrenado la tradición en 2003 los integrantes del primer Gobierno tripartito de izquierdas. En el caso de Artur Mas, no pudo comprobarse la durabilidad de la promesa porque los resultados le dejaron por segunda vez en la oposición. Pero cuando finalmente alcanzó la presidencia en 2010, sus primeros Presupuestos salieron adelante con el apoyo del PP. El acta notarial había pasado a mejor vida y del notario, si te he visto, no me acuerdo.

En estas elecciones, le ha tocado al PSC la condición de apestado. El independentismo —ERC, JxCAT, PDeCAT y CUP— ha recuperado la tradición de flirtear con la estupidez política estampando su firma en un documento promovido por la asociación Catalans per la Independència, una entidad en la que militan un puñado —en el sentido literal— de personas comprometiéndose a no pactar el futuro Gobierno de la Generalitat con los socialistas, sean cuales sean los resultados.

Foto: Documento firmado por los partidos independentistas. (Europa Press)

Que JxCAT y la CUP hayan rubricado el documento aporta entre poca y ninguna novedad. Es coherente con lo que ambas formaciones vienen pregonando los días pares y también los impares. Solo que ahora queda sacralizado por una firma en un papelito cutre de recogida de firmas a pie de calle. Pero nadie en sus cabales contemplaba un escenario poselectoral en el que estas dos formaciones alcanzasen un acuerdo con los socialistas. La confrontación permanente con el Estado, acuñada como estrategia de campaña de Carles Puigdemont, y la tradición antitodo de la extrema izquierda que es la CUP, en Cataluña, bautizada como la izquierda alternativa, hacen de su rúbrica algo coherente. Aun así, sería razonable que alguien de JxCAT explicase cómo puede ser que sí mantengan su pacto en la Diputación de Barcelona con el PSC, acuerdo que ha resistido incluso la imputación de su presidenta, la socialista Núria Marín, por malversación de fondos públicos. Cosas veredes, amigo Sancho.

Más letra pequeña tiene que se hayan sumado al veto a los socialistas ERC y el PDeCAT. Los primeros, porque apoyan activamente el Gobierno de Pedro Sánchez con sus diputados en el Congreso, y los segundos, porque se escindieron del partido de Carles Puigdemont para ir solos a las elecciones porque no comparten su estrategia de confrontación divisiva.

¿Por qué han firmado entonces ERC y el PDeCAT? Simplemente, por cobardía. Por considerar que, caso de no hacerlo, la fuga de votantes independentistas podía acentuarse a pocos días de las elecciones.

El soberanismo siempre está sujeto a que alguien de la familia lance un envite al resto para probar cuán sincero es su independentismo. Y como nadie quiere parecer menos pata negra que el vecino de al lado, todos pasan por el aro y el órdago acaba generando unanimidades forzadas que achican el espacio para la acción política dialogada. Viene sucediendo así desde 2012, solo que han cambiado los papeles. Si antes era ERC quien forzaba la máquina y los antiguos convergentes los que seguían a regañadientes, desde los hechos de octubre de 2017 es al revés. Ahora son los republicanos los que claudican ante la vehemencia de JxCAT.

El documento envenena el final de campaña y rezuma una pulsión antipolítica en el momento que más política va a necesitar Cataluña. Tiene, además, una pulsión antidemocrática en cuanto sacraliza la idea de que es irrelevante cuál sea el resultado electoral. Es decir, o esto va como queremos o no irá de ninguna manera. Regala, además, un cartucho electoral a Salvador Illa, que puede victimizarse de aquí a final de campaña, y con razón. Con lo cual, tampoco a la hora de valorar el supuesto rédito político que vaya a conseguir el soberanismo puede considerarse un acierto. Un despropósito, se mire por donde se mire. Uno más.

Pero tampoco la firma de ERC —el único partido que lo ha hecho con un segundo de abordo y no con su candidato, Pere Aragonès— ni la del PDeCAT cambian el escenario político poselectoral ya previsto desde el punto de vista práctico.

Que ERC no puede estar en el Gobierno catalán con los socialistas era cosa sabida. Su electorado no lo resistiría y los de Oriol Junqueras regresarían a la nadería política en un santiamén. Lo del PDeCAT es otra cosa. Pendientes de si finalmente obtienen o no representación, sus votantes van a salir de las bolsas de voto soberanistas que exigen moderación y sentido común. Así que no acaba de entenderse su firma si no es como un acto a la desesperada para rascar las décimas que en estos momentos las encuestas dicen que les faltan para asegurarse la representación en la demarcación de Barcelona, indispensable para el objetivo de conseguir tener grupo parlamentario propio.

El sueño húmedo en ERC es gobernar en solitario con los comunes y que los socialistas les faciliten la investidura sin entrar en el Ejecutivo

Sobre ERC, un apunte. El sueño húmedo en sus cuarteles de mando sigue siendo el mismo que hace unos días. Gobernar en solitario con los comunes y que los socialistas les faciliten la investidura y los Presupuestos sin entrar en el Ejecutivo. Porque una cosa es no gobernar con Salvador Illa y otra diferente no aceptar que él te deje gobernar. Quizá por este motivo, Pere Aragonès ha querido añadir que el veto a los socialistas no es de ningún modo un cordón sanitario y que con los socialistas se pueden pactar cosas, pero no el Gobierno. El demonio siempre está en los detalles.

Desde luego, el documento que veta a los socialistas no facilita ningún escenario de colaboración. Hoy está un poco más lejos la posibilidad de que el próximo domingo Cataluña supere el frentismo y los bloques. En política, siempre hay sitio para un error más. Lo venimos confirmando a diario y desde hace ya años.

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En la campaña de las elecciones catalanas de 2006, Artur Mas acudió al notario para oficializar que bajo ningún concepto pactaría con el PP. No era el primer cordón sanitario a los populares. Habían estrenado la tradición en 2003 los integrantes del primer Gobierno tripartito de izquierdas. En el caso de Artur Mas, no pudo comprobarse la durabilidad de la promesa porque los resultados le dejaron por segunda vez en la oposición. Pero cuando finalmente alcanzó la presidencia en 2010, sus primeros Presupuestos salieron adelante con el apoyo del PP. El acta notarial había pasado a mejor vida y del notario, si te he visto, no me acuerdo.

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Artur Mas
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