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Pere Aragonés muerde el polvo de nuevo
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Pere Aragonés muerde el polvo de nuevo

Algunas de las cesiones que JxCAt exige a ERC situarían la política catalana en un escenario claramente iliberal y nacionalpopulista

Foto: El candidato de ERC, Pere Aragonés. (EFE)
El candidato de ERC, Pere Aragonés. (EFE)
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Prometieron una investidura rápida para ponerse a trabajar aún más rápido. Aseguraban que la pandemia y la crisis económica eran motivos más que suficientes para aparcar diferencias y priorizar la puesta en marcha de un ejecutivo centrado en paliar el dolor que la pérdida del 11,4% del PIB en 2020 ha generado entre los ciudadanos.

Todo esto decían sin ponerse colorados ni pasar vergüenza. Aunque sabían que no era cierto. Como en tantas otras cuestiones, la clase dirigente catalana sigue punto por punto el manual de uso de la política de validez universal, que en su primer capítulo fija esta regla: en la jerarquía de los intereses a defender por los políticos, primero van los partidos y después, y a considerable distancia, usted, yo y el resto de los conciudadanos.

ERC y JxCAT fueron a las elecciones con el ánimo con el que un matrimonio acudiría al juez para comunicarle su divorcio porque ya no pueden soportarse. En especial, esta era la intención de los primeros, que andaban convencidos de acabar quedándose la mayor parte del patrimonio a repartir. A la histórica aversión que se profesan ambos partidos se unía el desgaste de los tres años de gobierno de la última legislatura, resumida como la historia de una degradación. Solo que el juez, en este caso los votantes, en lugar de ratificar la separación, los condenó a seguir viviendo juntos y, por si fuera poco, añadiendo como compañía permanente a los suegros y cuñados de la CUP. ¿Qué puede salir mal en estas condiciones? ¡Pues casi todo!

En las negociaciones previas al fracasado intento de investir a Pere Aragonès el error estratégico de ERC ha sido hacer demasiado evidente el menosprecio a JxCAT. Más cuando el propio Oriol Junqueras cerró la puerta a otras alianzas posibles que incluyesen a los socialistas de Salvador Illa. Desde ese momento, ERC quedaba únicamente en manos de la CUP y JxCAT. Y aun así decidió hacer llegar un recadito a los de Carles Puigdemont relegándolos al último lugar en el orden de las negociaciones. Se trataba de que JxCAT recibiera con claridad estos mensajes: ya no sois el partido líder del soberanismo, ahora lo somos nosotros; Puigdemont ya no es el capitán general del independentismo, ahora lo es Pere Aragonés y, por último, Catalunya ha votado a la izquierda y vosotros no sois de esta familia. Había calculado ERC que la irritación de JxCAT ante la afrenta no sería tanta como para que la sangre llegara al río. Calculó mal.

Foto: El portavoz de JxCat, Albert Batet, observa a Aragonès. (EFE)

JxCAT se ha tomado cumplida venganza con el doble fracaso de Pere Aragonés, que deberá seguir esperando para ser presidente. Y ahí también hay mensaje. El acuse de recibo de JxCAT llega con tres mensajes de añadido. El primero es hacerle saber a ERC que Carles Puigdemont sigue siendo un actor principal de la política catalana, aunque los republicanos quieran darlo por finiquitado. El segundo es que, por mucho que se empeñen los republicanos en gritar a los cuatro vientos que ganaron las elecciones entre las facciones independentistas, la realidad es que se mantiene el empate técnico y que por tanto la negociación debe ser entre iguales. Y el tercero, que las políticas que deba llevar a cabo el futuro Gobierno es con JxCAT con quien deben pactarse primero y no con la CUP.

Hasta aquí los motivos que explican la humillación a Pere Aragonès en el debate de investidura que hoy ha terminado. Tras el revolcón al líder republicano podemos dar por ciertas además varias cuestiones.

La primera de ellas es que el acuerdo sigue siendo posible y a fin de cuentas es el escenario más plausible. Pero lo que no podrá haber de ninguna de las maneras es un buen gobierno. A la vista está que las relaciones entre los que deberían acabar siendo socios están hoy más envenenadas que nunca. Así que lo máximo que podrá alcanzarse de llegar a buen fin las negociaciones es a una gélida convivencia en la que cada partido haga de su departamento una fortaleza desde la que gestionar sus propios intereses. No habrá unidad de acción, ni una dirección clara del ejecutivo. Un acuerdo entre ERC y JxCAT equivale a una legislatura convulsa, inestable y que no podrá agotarse.

Foto: El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès, conversa con los diputados de JxCAT, Albert Batet (d) y Ramón Tremosa (c). (EFE)

Una segunda certeza es que para alcanzar un acuerdo con JxCAT los republicanos deberán hacer concesiones. Y hay en este capítulo un riesgo grave de perversión de las reglas del juego democrático. Una de las peticiones de JxCAT es que la dirección de la estrategia política de negociación con el Gobierno de Pedro Sánchez esté en manos del Consell de la República, un ente privado presidido por Carles Puigdemont, y no del Gobierno de la Generalitat.

En caso de aceptar esta condición, ERC cedería a un chantaje que pondría en solfa los principios democráticos de la arquitectura institucional catalana. Los ciudadanos votaron un Parlamento y es desde esa cámara, y desde la presidencia y el Gobierno que la aritmética acaba haciendo posible, donde en una democracia se fijan las líneas maestras de acción política.

placeholder Expresident de la Generalitat, Carles Puigdemont (EFE)
Expresident de la Generalitat, Carles Puigdemont (EFE)

Cualquier otra solución, en particular externalizar órganos de decisión política de las instituciones, situaría Cataluña por la vía de los hechos en un escenario marcadamente iliberal y nacional populista muy preocupante. Eso sin contar con el triste papel que quedaría reservado a Pere Aragonès, condenado a ser una versión renovada de su predecesor, Quim Torra, y a ejercer el cargo desde la simple condición de presidente vicario en nombre de terceros.

Habrá pues que seguir de cerca la evolución de las negociaciones en las próximas semanas. Lo cierto es que a estas alturas ningún escenario resulta descartable, incluso el de la repetición electoral. Algo que resulta inimaginable a decir de los propios protagonistas que no paran de repetir en cada ocasión que les ponen un micro delante porque “los ciudadanos no se lo merecerían”.

Ante tanto cinismo, y ante la constatación reiterada del poco respeto que nos dispensan como ciudadanos, solo nos cabe añadir con cierta resignación que son tantas las cosas que soportamos sin merecerlas que ya no nos vendría de una más. Y que esa en concreto incluso puede que nos apeteciera.

Prometieron una investidura rápida para ponerse a trabajar aún más rápido. Aseguraban que la pandemia y la crisis económica eran motivos más que suficientes para aparcar diferencias y priorizar la puesta en marcha de un ejecutivo centrado en paliar el dolor que la pérdida del 11,4% del PIB en 2020 ha generado entre los ciudadanos.

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