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ERC-JxCAT y el pacto del "dame pan y dime tonto"
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Josep Martí Blanch

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ERC-JxCAT y el pacto del "dame pan y dime tonto"

Con los mismos mimbres, es muy difícil hacer cestos diferentes. El canasto que está por nacer será similar al que se vio en la anterior legislatura

Foto: Pere Aragonès (ERC) con Jordi Sànchez (JxCAT). (EFE)
Pere Aragonès (ERC) con Jordi Sànchez (JxCAT). (EFE)
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Hay que volver siempre a los básicos de la política. A ellos recurría hace unos días el jefe de Opinión de El Confidencial, Esteban Hernández, para explicar el vendaval Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de Madrid. Pues bien, a ellos hay que recurrir también para explicar los motivos por los cuales ERC y JxCAT han renovado el acuerdo para seguir gobernando juntos en Cataluña, los términos en que se ha formalizado el pacto y también qué podemos esperar del nuevo Ejecutivo. Las tres cuestiones se explican fácilmente si, ruido al margen, uno acude a los principios más elementales de la política.

¿Por qué hay pacto ERC-Junts? Porque desde el punto de vista partidista era la mejor opción para ambos. ERC no quería dejar pasar la oportunidad de hacerse con la presidencia de la Generalitat y JxCAT no podía permitirse el lujo de ir a la oposición, dejando a su ejército de cuadros de partido con pin de alto cargo en la solapa sin ocupación.

Para los primeros, dejar pasar el tren de la presidencia era demasiado arriesgado, puesto que podía suceder que ya no volviese en muchos años un convoy similar. Para los segundos, un partido joven y pendiente de articularse ideológica y orgánicamente a pesar de sus buenos resultados electorales, quedarse sin el pegamento que proporciona la ubre gubernamental auguraba una cierta posibilidad de implosión. Con el pacto, ambas amenazas se esfuman. ERC obtiene la deseada presidencia y JxCAT mantiene en el Gobierno y para-gobierno a suficientes empleados para que la continuidad de la empresa —todo partido político lo es— no se ponga en cuestión.

Hay además argumentos añadidos. En dos años —la durabilidad que los mismos negociadores otorgan al nuevo Gobierno— hay elecciones municipales, y ni ERC ni JxCAT querían arriesgarse a no poder utilizar los recursos presupuestarios de la Generalitat para afianzar las relaciones de clientelismo que permiten mantener la implantación territorial de las siglas a través de los ayuntamientos. Todo esto, quizá deba aclararse, no es exclusivo de la política catalana. No es más que una ley universal de la política, como las de la termodinámica si hablásemos de física.

El pacto beneficiaba a ambos. Siendo así, ¿por qué tres meses para alcanzarlo? Por una cuestión de precio. ERC no quería ceder a algunas pretensiones de JxCAT, del mismo modo que los puigdemontistas no estaban dispuestos a regalar sus votos a cambio de dádivas menores. Todos los faroles que hemos visto en esta partida de póquer de baratillo —JxCAT blandiendo amenazas de quedarse en la oposición, ERC fijando ultimátums absurdos o rompiendo incluso la negociación— eran tan solo un intento de unos y otros por ganar una posición de fuerza en la mesa donde se jugaba la partida y sacar el máximo beneficio del acuerdo.

¿Por qué el pacto es el que es? A pesar de que la mayoría de los analistas coincidían en que la espantada del líder de ERC, Pere Aragonès, rompiendo las negociaciones y amenazando con gobernar en solitario o provocar nuevas elecciones obligaba a JxCAT a rebajar sus pretensiones, finalmente no ha sido así. Se ha impuesto la aritmética, que hace fuerte al segundo cuando el primero no tiene alternativa. Y ERC no la tenía, puesto que ellos mismos cerraron todas las puertas a algún tipo de entente con los socialistas. Así las cosas, JxCAT se queda con la vicepresidencia económica, incluyendo la gestión de los fondos europeos, que no tendrán un comisionado específico como pedía ERC, el departamento de Salud, que era otro elemento de brega entre ambos, la gestión de la publicidad institucional y otros elementos que los republicanos aspiraban a mantener bajo su influencia. Es un escenario similar al de 2017, cuando fue JxCAT quien entregó armas y bagajes a los republicanos aun habiéndoles superado en las urnas, pero con los protagonistas intercambiando los papeles.

Foto: El coordinador nacional de ERC y candidato a la investidura, Pere Aragonès, y el secretario general de JxCAT, Jordi Sanchez (d). (EFE)

ERC intenta rebajar las críticas que entre sus propios correligionarios ha generado el acuerdo —demasiado generoso con JxCAT, según estas voces— apuntalando una narrativa similar a la de “dame pan y dime tonto”. Los estrategas republicanos publicitan que, a diferencia de lo que pasó con Quim Torra, una vez investido Pere Aragonès, este ejercerá todas las funciones de presidente y que, en consecuencia, las cesiones a sus socios no son tales puestos que quien dirigirá la acción de todo el Gobierno será él. Lo menos que se puede decir es que se trata de un argumento tan voluntarioso como incierto.

¿Qué podemos esperar del nuevo Gobierno? Con los mismos mimbres, es muy difícil hacer cestos diferentes, así que el canasto que está por nacer será a la fuerza similar al que se vio en la anterior legislatura.

De entrada, el nuevo ejecutivo ERC-JxCAT, apuntalado por la CUP desde fuera del Gobierno, nace cojo en la medida que deberá afrontar una moción de confianza exigida por los anticapitalistas dentro de dos años. No obstante, como los negociadores republicanos y junteros siempre han trabajado con la hipótesis de que este Ejecutivo es solo para 24 meses —las municipales siempre a la vista—, la amenaza de esa moción no les preocupa en demasía.

Las relaciones cimentadas sobre la base de grandes peleas y reconciliaciones apuntan siempre a una relación tóxica

Lo que sí va a ser una losa para el nuevo Ejecutivo es que nace sin un rumbo pactado de antemano, sin rumbo colegiado y sin haber pactado principios básicos sobre las políticas sectoriales que deberán ponerse en marcha. También va a quedar acreditado en poco tiempo que habrá contradicciones insalvables en cuestiones que abrazan desde la estrategia independentista a la elaboración de las partidas presupuestarias (por ejemplo, las cuentas de 2022 —este año no habrá ya tiempo— deberá elaborarlas JxCAT, pero tendrán que contar con el beneplácito de la CUP). Va a ser un Gobierno de difícil gestión que se enrocará en múltiples cuestiones y en el que la lealtad entre los socios va a durar lo que un helado en la puerta de un colegio.

Foto: Pere Aragonès, junto a Jordi Sànchez. (Reuters)

Como pasa en la vida de cualquiera, las relaciones cimentadas sobre la base de grandes peleas y trifulcas seguidas de llamativas y exhibicionistas reconciliaciones apuntan siempre a una relación tóxica. Y si la relación es venenosa, lo acaba siendo todo lo que se construye a su alrededor.

Así que hay que esperar pocas alegrías del nuevo Ejecutivo. Quizá bastará con que no sea peor que el anterior. Y en este sentido, sí hay que reconocerle una ventaja a Pere Aragonès una vez esté investido y ocupe el despacho presidencial. Su antecesor, Quim Torra, dejó el nivel tan bajo que no va a ser necesario ni siquiera calzarse unos zapatos para superar su legado.

Hay que volver siempre a los básicos de la política. A ellos recurría hace unos días el jefe de Opinión de El Confidencial, Esteban Hernández, para explicar el vendaval Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de Madrid. Pues bien, a ellos hay que recurrir también para explicar los motivos por los cuales ERC y JxCAT han renovado el acuerdo para seguir gobernando juntos en Cataluña, los términos en que se ha formalizado el pacto y también qué podemos esperar del nuevo Ejecutivo. Las tres cuestiones se explican fácilmente si, ruido al margen, uno acude a los principios más elementales de la política.

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Tren Isabel Díaz Ayuso Pere Aragonès
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