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Gobierno Aragonès: autonomista, débil e inestable
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Josep Martí Blanch

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Gobierno Aragonès: autonomista, débil e inestable

Cualquier Ejecutivo que dependa del apoyo de la extrema izquierda para sobrevivir parlamentariamente está abocado sin excepción a la inestabilidad

Foto: El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE)
El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE)
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Dime de qué presumes para que podamos saber de qué careces. Sacó pecho en el segundo y definitivo debate de investidura el presidente del grupo parlamentario de JxCAT, Albert Batet, para definir en tres palabras el ADN del futuro Gobierno de Cataluña: independentista, fuerte y estable.

El diputado Batet dibujó exactamente los atributos que cabe esperar del nuevo Ejecutivo, solo que lejos de utilizar las palabras certeras verbalizó justamente sus antónimos. Porque si algo será el Gobierno de Pere Aragonès es autonomista, débil e inestable. Las cosas son como son, particularmente cuando no pueden ser de otro modo.

La debilidad y la inestabilidad son fáciles de advertir. Cualquier Ejecutivo que dependa del apoyo de la extrema izquierda para sobrevivir parlamentariamente está abocado sin excepción a la inestabilidad. Recuerde el lector que, además, la presidencia de Pere Aragonès nace con la perspectiva de una moción de confianza a dos años vista, según figura en el pacto de ERC con los anticapitalistas. Pero, a decir verdad, y aunque siempre resulta fácil y tentador apuntar a la CUP como causante de, si no todos, sí muchos males, lo cierto es que la fuente principal de inestabilidad y debilidad del Ejecutivo no va a llegar por ese flanco.

El Gobierno será débil e inestable sobre todo porque él mismo va a hacerse oposición, como ya ha quedado acreditado antes de que empiece su andadura. De entrada, las relaciones entre ERC y JxCAT, a pesar de las buenas palabras con que ambos bautizaron el pacto una vez alcanzado, siguen estando de lo más degradadas, y no hay razón que invite a pensar que vayan a mejorar, ni tan siquiera cuando se organicen las jornadas de convivencia de periodicidad semestral que prevé el acuerdo rubricado por ambas formaciones políticas. Sería de una bisoñez extrema pensar que la animadversión que se profesan va a evaporarse marchando de colonias escolares cada seis meses.

Pero a las pésimas relaciones entre los dos partidos, hay que añadir la gresca que también tiene visos de permanencia entre las diferentes familias y egos de JxCAT y que afectarán negativamente al Ejecutivo. La negativa de Elsa Artadi, una de los principales dirigentes de este partido, a asumir los galones de vicepresidenta y consejera de Economía, dejando claro que no avalaba el pacto que ha permitido investir a Pere Aragonès, es, 'de facto', una crisis de gobierno 'avant-la-lettre'. En paralelo, otros miembros destacados de JxCAT, como es el caso del diputado Francesc de Dalmases, han explicitado que el nuevo Gobierno se sustenta sobre la base de una traición al espíritu del referéndum del 1-O y que por lo tanto supone una capitulación de las ambiciones independentistas.

Foto: El coordinador nacional de ERC y candidato a la investidura, Pere Aragonès. (EFE)

Esta corriente de fondo, a la que hay que sumar también al expresidente Quim Torra —aunque formalmente no es militante— o a la presidenta del Parlament, Laura Borràs, entre otros, irá acentuándose a medida que tome cuerpo el ejercicio de realismo sobre el que Pere Aragonès quiere hacer pivotar su Ejecutivo; haciendo aflorar las contradicciones en JxCAT —una amalgama de personas sin articulación ideológica alguna—, que se trasladarán en forma de presión al nuevo Gobierno.

Por decirlo a la manera clásica, van a seguir habiendo partes bélicos diarios sobre la relación entre los dos socios de gobierno porque su guerra no ha terminado. Y ahora, además, al conflicto civil entre ERC y JxCAT hay que sumar la guerra que se ha iniciado en las filas de los puigdemontistas. Demasiada guerra para hablar de paz. Y un Gobierno sin paz, aunque sea solo aparente, es, sí o sí, débil e inestable.

Puede sorprender que se afirme, además, que el Gobierno de Pere Aragonès va a ser autonomista, estando formado íntegramente por independentistas. Y resulta todavía más sorpresivo si se atiende a la primera parte de su discurso de investidura de ayer. A fin de cuentas, Aragonès dijo que aspira a culminar la independencia y forzar al Gobierno español a aceptar el derecho de autodeterminación de Cataluña. Añadió algunas píldoras discursivas más de este estilo, pero todas ellas destinadas al autoconsumo independentista. En realidad, los tiros no van por ahí.

Aragonès presidirá un Gobierno de independentistas que han abandonado la independencia como objetivo político a corto plazo. Su aspiración es gobernar desplazando la agenda cada vez más hacia el eje clásico progresista-conservador. Hay mucha orfebrería lingüística para disimular esta ambición, pero es la que es. Cuando Aragonès habla de la “Generalitat republicana” que va a presidir, ya no lo hace imaginándose presidente de una república, sino que intenta dar gato por liebre con los 'valores' republicanos que él quiere asociar al izquierdismo y a la agenda progresista clásica. De ahí tanta insistencia, por ejemplo, con la creación de los nuevos departamentos de feminismos e igualdad, por un lado, y el de derechos sociales por otro.

La parte más pragmática de JxCAT considera necesaria una prórroga para salir del atolladero en el que llevan desde 2017

La prórroga formal de dos años al Gobierno de España para negociar una salida política al conflicto político catalán, uno de los elementos del acuerdo de gobierno entre ERC y JxCAT, que mayores críticas ha recibido por parte del independentismo más ortodoxo, es en realidad un tiempo ganado para ayudar a digerir al electorado independentista más frustrado el cambio de agenda que ERC al completo y la parte más pragmática de JxCAT consideran necesario para salir del atolladero en el que Carles Puigdemont —empujado por Oriol Junqueras— metió a Cataluña en 2017. Es en este sentido que no puede afirmarse que estemos ante un Gobierno independentista, sino más bien ante un Gobierno formado por independentistas. Visto desde lejos, puede sorprender la afirmación, pero no hay ningún riesgo de embate soberanista a la vista, como ya hemos escrito en reiteradas ocasiones.

Si además, tal y como señalan insistentemente todos los tambores del reino, el indulto a los presos independentistas por parte del Gobierno de Pedro Sánchez se materializa antes de las vacaciones de agosto, el nuevo curso político catalán empezará con mayor normalidad. Una normalidad a la que se sumaría el rebote económico por haber dejado atrás la pandemia gracias a la vacunación y los fondos económicos procedentes de Europa, que también acabarán regando la economía catalana. Todos estos ingredientes conforman una receta en la que el proyecto independentista, sin dejar de permanecer en escena, tenderá a aflojar su protagonismo por una larga temporada. Y esto es, aunque escuchándolos parezca lo contrario, lo que llevan deseando desde hace ya tiempo.

Dime de qué presumes para que podamos saber de qué careces. Sacó pecho en el segundo y definitivo debate de investidura el presidente del grupo parlamentario de JxCAT, Albert Batet, para definir en tres palabras el ADN del futuro Gobierno de Cataluña: independentista, fuerte y estable.

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