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Una Diada con más pena que gloria
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Josep Martí Blanch

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Una Diada con más pena que gloria

Cien mil personas son muchas, pero después de haber alcanzado máximos de 1,8 millones de manifestantes en ediciones anteriores cualquier comparación deja las cosas en su sitio

Foto: Manifestación de ANC por la Diada en Barcelona. (EFE)
Manifestación de ANC por la Diada en Barcelona. (EFE)
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Una Diada previsible: por el número de asistentes a la manifestación, por los discursos escuchados, por los reproches -cuando no insultos- entre familias participantes y también por el nulo impacto que va a tener en la agenda política catalana y española.

No se llenaron los restaurantes de Barcelona, que son el mejor termómetro para anticipar el nivel de asistencia a la gran manifestación independentista de la tarde. Aun así, como ya habíamos dicho que sucedería, mucha gente en la calle reclamando de nuevo la independencia.

Porque cien mil personas son muchas. Ahora bien, después de haber alcanzado máximos de 1,8 millones de manifestantes en ediciones anteriores cualquier comparación deja las cosas en su sitio. No es solo que el número de manifestantes guarde ahora una proporción de uno a quince con el pasado. Basta también levantar la vista hacia los balcones para observar que la estelada ha dejado de ser el santo y seña de la iconografía de la capital catalana el once de septiembre.

Dos añadidos en referencia al número de manifestantes: no solo hay que atribuir el descenso a la desmotivación del ciudadano independentista. El covid ha jugado su papel en un movimiento en el que abunda la gente de avanzada edad. Y también es necesario observar que una cosa es manifestarse y otra, distinta, que los soberanistas hayan dejado de serlo. Aprovecharon mayormente ayer para disfrutar de un día de fiesta como hacían antes del proceso. Pero siguen votando lo que votan.

Sobre los discursos también se ha escuchado todo lo que la 'short list' del evento anticipaba. Elizenda Paluzie, presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), enseño de nuevo su lado más autoritario, invitando a cada soberanista a comportarse en su vida diaria como si perteneciera a una legión romana para alcanzar la independencia si no mañana, pasado mañana.

Despreció la mesa de negociación e instó al gobierno de Pere Aragonès a pasar a la acción y hacer la independencia ya mismo. Su discurso sonó atemporal, casi ridículo, dadas las circunstancias políticas actuales y más si se tiene en cuenta su influencia menguante entre la dirigencia política.

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. (EFE) Opinión
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Jordi Cuixart, el presidente de Òmnium indultado por Pedro Sánchez, fue menos agresivo y se mantuvo fiel a su papel de dinamizador del independentismo a través de un liderazgo que no pretende competir con los políticos ni exigir nada concreto a los partidos. Él se limita a decir que se volverá a hacer, sin explicitar el qué, el cuándo ni el cómo. Ambos discursos, como toda la Diada, eran previsibles y se ajustaron perfectísimamente al guion. El de Cuixart cómodo para ERC y JXCAT y el de Paluzie muy agresivo y con voluntad de pasar cuentas. En influencia, gana Cuixart.

También los reproches que se han escuchado, cuando no insultos, estaban en el guion. Pancartas de traidores, abucheos a Pere Aragonés al inicio de la marcha, más abucheos y algún insulto a Oriol Junqueras en la jornada previa. Una parte del soberanismo hace tiempo que entró en la dinámica de señalar quintacolumnistas catalanes que, envueltos en la estelada, en realidad trabajan para el enemigo español. Esta dinámica no tiene jamás freno. Funciona bajo la lógica de las muñecas rusas y siempre hay un traidor por descubrir. Para que se entienda: mientras para Elisenda Paluzie los traidores son los miembros del gobierno que ejercen el autonomismo, para los escindidos de su organización ella también es una quintacolumnista. Y así se suma y sigue en un ejercicio que tiende al infinito. Más pronto que tarde en Cataluña todo el soberanismo acabará siendo calificado de traidor.

El impacto en la agenda política será inexistente. Si hasta el 2017 la gente se manifestaba sobre la base de un objetivo político concreto, que siempre pasaba por empujar al gobierno catalán a dar un paso más, después de 2017 esta lógica quebró y el manifestante no sabe bien por qué exactamente está en la calle la tarde del día 11 de septiembre, más allá de demostrar su condición de independentista.

Foto: Manifestación de ANC por la Diada en Barcelona. (EFE)

Este año se ha manifestado gente que comulga con las ruedas de molino de la unilateralidad, otros que ya dan por hecha la independencia desde hace cuatro años y otros para apoyar al gobierno catalán en vísperas de que dé inicio la negociación con el efectivo de Pedro Sánchez. Una mezcolanza de razones que hacen que nadie entre la clase dirigente independentista se sienta interpelado por los eslóganes de la manifestación.

Ni ERC ni JXCAT tienen motivos, visto lo visto, para cambiar de estrategia. Pere Aragonès seguirá agarrándose a la mesa de negociación y a ganar tiempo y los de Puigdemont seguirán haciendo todos los papeles del guion para intentar sacar provecho algún día del fracaso que anticipan al diálogo entre los gobiernos español y catalán. Lo mejor en el fondo, para ambos partidos, es que la Diada ya ha pasado. Y tal y como quería, especialmente ERC para no dañar su estrategia, este año con más pena que gloria.

Una Diada previsible: por el número de asistentes a la manifestación, por los discursos escuchados, por los reproches -cuando no insultos- entre familias participantes y también por el nulo impacto que va a tener en la agenda política catalana y española.