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Llarena agranda a Puigdemont
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Josep Martí Blanch

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Llarena agranda a Puigdemont

El juez insiste en jugar a la autárquica manera y cada vez que pone una lavadora extravía una pieza del ajuar de la credibilidad

Foto: El 'expresident' catalán Carles Puigdemont. (Reuters)
El 'expresident' catalán Carles Puigdemont. (Reuters)
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Europa, esta vez por boca de los tribunales italianos, le ha pintado de nuevo la cara al juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena. Las excusas para considerar razonable la manera de hacer de Llarena en el 'affaire' del proceso hace tiempo que se acabaron. Primero fueron los belgas. De ellos, el aparato de propaganda podía decir, y así lo hizo, que vaya país de zafios y mentecatos, paraíso de toda clase de delincuentes. Pero después vinieron los alemanes, los escoceses y ahora los italianos. Y eso sin contar los Estados que se han negado a practicar tan siquiera la detención de Carles Puigdemont o de cualquiera de los consejeros que lo acompañaron en la huida de hace ya casi cuatro años. Llarena empieza a parecerse al conductor que circulando por la autopista, observa asombrado cómo todos los demás vehículos le vienen de frente y aun así es incapaz de atinar que quizás es él quien circula en sentido contrario.

Nada tiene que ver lo escrito hasta ahora con el juicio que a cada uno le merezcan los hechos que protagonizaron en su día el expresidente de la Generalitat y su Gobierno. La cuestión resulta más banal. Como no vale ser europeísta los lunes, miércoles y viernes, y euroescéptico los martes, jueves y sábados (domingo, ni una cosa ni la otra), habrá que aceptar que la Justicia europea tiene sus ritmos y sus reglas y que, particularmente estas últimas, no son del agrado del juez que insiste en jugar el partido a la autárquica manera, resultando lo inevitable: cada vez que pone una lavadora se le extravía una pieza del ajuar de la credibilidad.

Foto: Puigdemont a su salida del juzgado, en Cerdeña, tras la vista de su extradición. (Reuters)
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El Confidencial fue el primer medio español que explicó por qué la Justicia italiana iba a dejar libre a Carles Puigdemont. No había que ser un lince para intuirlo. El resultado no podía ser más que el esperado: nada se va a mover hasta que los tribunales de la UE no vayan al fondo de la cuestión resolviendo el recurso que interpuso el propio expresidente de la Generalitat a raíz de la decisión de la Eurocámara de acceder al suplicatorio para que pudiera ser juzgado en España. Junto a esto, también debe resolver las prejudiciales planteadas por el juez Llarena sobre si un Estado miembro de la UE puede poner trabas a la ejecución de una euroorden.

Que Llarena esté obsesionado y falto de paciencia es humanamente excusable. Y por ello comprensible que el hombre aproveche cualquier rendija para intentar salirse con la suya cuanto antes mejor. Pero como juez debiera dejar de actuar como si la cuestión se hubiera convertido en una cuestión personal. La receta para estos casos es la paciencia y el creerse de verdad el latiguillo sobre la confianza en la Justicia que siempre acompaña las cuestiones de tribunales. Y en este caso la confianza, la suya también, debe depositarse en la justicia del Tribunal General de la Unión Europea.

Más allá de las aventuras que vienen protagonizando el juez y el político en el ámbito europeo, hay también las propias derivadas políticas de este capítulo. La detención de Carles Puigdemont en Italia, su puesta en libertad y la suspensión de la causa han servido para observar nítidamente las dificultades del expresidente de la Generalitat para mantener el nivel de entusiasmo que su causa generó en su día en el interior de Cataluña. No es que su estrella se haya apagado, pero la política catalana está pasando página definitivamente del puigdemontismo y el independentismo civil está desmovilizado. Y Puigdemont es el primer perjudicado de esta nueva coyuntura doméstica.

Foto: Puigdemont y Aragonès, el pasado 26 de septiembre. (Reuters)

La causa italiana ha coincidido con el cuarto aniversario del referéndum. Y ni con su detención se han podido caldear los ánimos lo suficiente para que la gente saliese a la calle, más allá de las convocatorias de carácter testimonial que hubo el pasado fin de semana, con escasa participación y ninguna influencia.

Puigdemont sigue teniendo capacidad para alterar el estado de ánimo e influir en la agenda, pero ya no acumula energía suficiente para levantar el tablero y forzar que la partida empiece de nuevo. En este sentido, cada movimiento en falso de Llarena es para Puigdemont lo que las espinacas eran para Popeye. Le garantizan un recorrido de notoriedad que lo devuelve a la primera línea, aunque sin fuerza suficiente para poder mantenerse en ella.

Más allá del propio Puigdemont, la comedia italiana de los últimos días añade dificultad al intento de ERC y el PSOE de seguir desinflamando Cataluña a través de la dilación en el tiempo de un diálogo-negociación que ha adquirido de momento la forma de un placebo semántico y poca cosa más. Ambos esperan que ese bonus de tiempo que se han comprado con la mesa de negociación les permita llegar vivos al próximo ciclo electoral sin que estén obligados a concretar prácticamente nada. Llarena y Puigdemont se han cruzado fugazmente en este objetivo por unos días, así que tanto republicanos como socialistas respiran más tranquilos tras la decisión de la Justicia italiana.

Y luego están los costes reputacionales que sigue pagando España en el exterior, en la medida en que sigue alargándose y publicitándose un asunto en el que la idea que cuajó en Europa hace tiempo —las cargas policiales del 1-O fueron el detonante de esta percepción— es que los independentistas son un problema serio, pero que la manera de atajarlo no son los excesos. Tampoco los judiciales.

Foto: El juez Llarena. (EFE)

En este sentido, el mayor desarme de complicidades —no apoyos— del independentismo en el exterior lo han propiciado los indultos y la fotografía del inicio de negociaciones entre el Gobierno de Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Igual que también será efectivo el día que se encauce una solución razonable y proporcional para Carles Puigdemont y los consejeros que siguen huidos. Una solución que tenga en cuenta que estamos en 2021 y no en 2017. Naturalmente, esto atañe al campo de la política, no al de la justicia.

Mientras tanto, escribamos 100 veces en la pizarra: confiamos en la Justicia europea porque es tan nuestra como las demás. ¿No?

Europa, esta vez por boca de los tribunales italianos, le ha pintado de nuevo la cara al juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena. Las excusas para considerar razonable la manera de hacer de Llarena en el 'affaire' del proceso hace tiempo que se acabaron. Primero fueron los belgas. De ellos, el aparato de propaganda podía decir, y así lo hizo, que vaya país de zafios y mentecatos, paraíso de toda clase de delincuentes. Pero después vinieron los alemanes, los escoceses y ahora los italianos. Y eso sin contar los Estados que se han negado a practicar tan siquiera la detención de Carles Puigdemont o de cualquiera de los consejeros que lo acompañaron en la huida de hace ya casi cuatro años. Llarena empieza a parecerse al conductor que circulando por la autopista, observa asombrado cómo todos los demás vehículos le vienen de frente y aun así es incapaz de atinar que quizás es él quien circula en sentido contrario.

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