Pesca de arrastre
Por
Otegi y el perdón etarra
Pedir perdón, esta vez sin excepciones, era un paso necesario que venía demandándose desde todos los frentes. Pues bien, ahí está. ¿Qué hacemos con él ahora?
A ETA la derrotaron el Estado, atacando por tierra, mar y aire todas sus estructuras —no solo el flanco de las bombas y las pistolas—, la extrema debilidad con que operaban los asesinos manchados o no de sangre y también sus cómplices, la dificultad de captar en el mercado más carne de cañón adolescente dispuesta a apretar el gatillo y, por último, el signo de los tiempos, que dificultaba cualquier tipo de comprensión o complicidad con el terrorismo una vez el yihadismo pasó a dominar casi en exclusiva en el mundo el negocio del vertido de sangre inocente.
De esa debilidad nacieron la rectificación y la apuesta por la rendición disimulada de los violentos y sus apóstoles políticos. No hay romanticismo en las bandas terroristas y tampoco epifanías de un día para otro. Hay cálculo. Y el cálculo les dijo que habían perdido y que había que reinventarse acallando definitivamente las armas y apostando por la vía democrática de la participación política. Fueran los motivos los que fueran, fue una excelente noticia. Aún hoy, la mejor de la democracia española.
Hace tres años, ETA pidió perdón en primera persona a través de un comunicado. Pero lo limitó al daño causado a las personas que, a criterio de los terroristas, no tenían responsabilidad alguna en la situación política del País Vasco. Una situación que justificaba asesinar utilizando coartadas políticas en un país democrático según su enfermizo juicio.
Ahora, cumplidos 10 años desde que las pistolas dejaron de dispararse y los detonadores de activarse, vuelve a pedir perdón por las víctimas que causaron su maldad y estupidez política. Pero, esta vez, sin matices y sin diferencias y juicios de valor sobre la tipología de las víctimas. Se lamenta el daño causado a todos, no haber puesto final antes a la barbarie, al tiempo que se muestra la predisposición a mostrar respeto, consideración y memoria hacia las víctimas, no para deshacer el daño causado, pero sí para tratar de aliviarlo en la medida que sea posible.
La declaración del coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, y del secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, tiene —y así debe reconocerse— un importante valor político. Pedir perdón, esta vez sin excepciones, era un paso necesario que venía demandándose desde todos los frentes. Pues bien, ahí está. ¿Qué hacemos con él ahora?
Lo primero, tomar nota de que la derrota de ETA, su rendición, no fue tan solo operativa o estratégica. Hubo también una victoria moral indiscutible de la democracia que, con una década de retraso, viene reconocida y avalada incluso por los que en su día eran cómplices, cuando no causantes, de los atentados. Todo el arco parlamentario de ADN democrático debe felicitarse por esta declaración, aunque solo sea por este motivo. Incluso aquellos a los que la simple mención del pasado de Otegi les sigue provocando arcadas.
Lo segundo, saber que hay como mínimo un doble nivel de gestión de ese perdón declamado por Otegi y Rodríguez que se nos acaba de brindar. El primero atañe principalmente a las víctimas y a sus familiares y allegados. Ahí, poco hay que decir como colectividad. El modo con que cada uno reciba las palabras pronunciadas por los líderes de EH Bildu y Sortu les atañe solo a ellos y cualquier reacción merece respeto. El compromiso como sociedad sí debe ser mantener viva la memoria de las víctimas, seguir solidarizándose con el dolor de sus familiares y allegados y recordar por qué fueron asesinados, extorsionados u obligados a dejar de vivir en su tierra por culpa del fanatismo que empuñaba pistolas.
El segundo nivel de gestión del perdón es exclusivamente colectivo y es el que ha de gestionarse a través de la política institucional y de partidos, aunque también resulta clave la participación de los medios de comunicación. Y ahí debería imponerse la voluntad de actuar con la grandeza que obligatoriamente siempre ha de acompañar a los vencedores, que fueron y son en todos los frentes y sin paliativos los demócratas. Sobre todo ahora que el verdugo por fin se lamenta y arrepiente del dolor causado, sea cual sea la voz con que lo hace.
Políticamente, no puede seguir utilizándose el terrorismo de ETA como si aún hoy, 2021, siguiéramos añadiendo muertos a la lista de víctimas de la banda. Hay que respetar el pasado, pero no proyectarlo como si viviera en el presente y amenazase pervivir en el futuro.
Y son demasiados los posicionamientos y declaraciones —hoy es un buen ejemplo de ello— en los que se advierte incapacidad para aceptar que el terrorismo ha dejado de existir. Si el final de ETA demostró que no había espacio en España para ganar posiciones políticas con el terrorismo, el tiempo desde que la organización desapareció de nuestras vidas más los gestos que poco a poco han ido produciéndose —el último la declaración de ayer de Otegi y Rodríguez— deberían también servir para dejar de hacer política utilizando como argumento un terrorismo ya no solo inoperativo sino sencillamente inexistente.
La historia de ETA y sus carnicerías no admitirá jamás el borrón y cuenta nueva. Pero una sociedad (la española en su conjunto y la vasca con mayor motivo) no puede resanarse —o tardará más de lo necesario en hacerlo— si la política no colabora en hacerlo posible. Y ahí, desde el lado demócrata, uno puede jugar a ser un mejorador o un empeorador del presente. El mejorador no olvida, ni tan siquiera tiene por qué perdonar, pero advierte las necesidades del nuevo tiempo y procura darles respuesta. El empeorador, aunque tenga motivos que pueden llegar a entenderse desde el punto de vista humano para explicar su comportamiento, es incapaz de advertir su propia victoria y sigue empeñado en mantener un discurso de factura antiterrorista cuando el terrorismo ya ha desaparecido.
Ayer, desde el presente, pidió perdón por el dolor causado por ETA el coordinador general de la segunda fuerza política del País Vasco. Fueron lo que fueron, pero ahora son lo que son. Y en eso hay que centrarse. Dijo Alfredo Pérez Rubalcaba en 2010 que los 'abertzales' tenían que elegir entre bombas o votos. Eligieron votos. Y ese es el presente que hay que manejar. Con el arrepentimiento expresado ayer, debería ser mucho más fácil conseguir que en la agenda política española el terrorismo se convierta en una cuestión pretérita y no en un asunto sobre el cual, actuando como empeoradores, se aspira a seguir ganando votos. Porque eso no es honrar a las víctimas, es tan solo aspirar a honrarse a uno mismo.
A ETA la derrotaron el Estado, atacando por tierra, mar y aire todas sus estructuras —no solo el flanco de las bombas y las pistolas—, la extrema debilidad con que operaban los asesinos manchados o no de sangre y también sus cómplices, la dificultad de captar en el mercado más carne de cañón adolescente dispuesta a apretar el gatillo y, por último, el signo de los tiempos, que dificultaba cualquier tipo de comprensión o complicidad con el terrorismo una vez el yihadismo pasó a dominar casi en exclusiva en el mundo el negocio del vertido de sangre inocente.
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