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Ten cuidado con lo que deseas, a veces se cumple: una historia del dinero catalán
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Josep Martí Blanch

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Ten cuidado con lo que deseas, a veces se cumple: una historia del dinero catalán

Han pasado ya unos años y el mundo sigue con sus reglas, mientras Barcelona y Catalunya, decididas a jugar con otras, van deslizándose hacia lo que el Círculo de Economía bautizó en su última nota de opinión como "irrelevancia económica"

Foto: Protesta en Barcelona. (Joan Mateu Parra)
Protesta en Barcelona. (Joan Mateu Parra)
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Ten cuidado con lo que deseas, a veces se cumple. Eso es lo que merecemos oír la mayoría de los barceloneses y, por extensión, la mayoría de los catalanes. Una prevención: no les hablo del proceso. Aunque sin él, es cierto, no podría explicarse esta historia de dinero a la que, por poner un principio, situaremos en 2012, casi una década atrás.

En 2011 el convergente Xavier Trias ganó las elecciones municipales. Generalitat, Ayuntamiento de Barcelona y las cuatro diputaciones catalanas quedaban en manos de la extinta CIU. Artur Mas había llegado unos meses antes a la presidencia de la Generalitat con un programa reformista de anclaje liberal. Trías, con el mismo carné de partido, pero marcadamente socialdemócrata, se hacía con la alcaldía de Barcelona. El mantra en aquel entonces a ambos lados de la plaza Sant Jaume, el emblemático lugar que sitúa frente a frente a Generalitat y Ayuntamiento, era que la administración —tanto la municipal como la autonómica— debía ser 'business friendly' y tener como objetivo principal facilitar el crecimiento económico y la creación de riqueza por parte de su actor principal, la iniciativa privada.

Todo eso se acabó en 2012. La crisis del euro, la deuda, el ahogo de las finanzas públicas derivadas de la ortodoxia monetaria europea de entonces, el movimiento de los indignados y los etcéteras que quieran añadir, provocaron —a pesar de ser problemas que no diferían de los que afrontaba el resto de España— una mutación política particular en Catalunya y Barcelona.

La confesión de Jordi Pujol, en 2014, hizo el resto del trabajo para acabar de demonizar el mundo de los negocios

El potaje de la crisis aceleró la pulsión independentista —política y ciudadana— y en paralelo llevó a los nacionalistas de CIU a dejar de defender su tradicional mirada liberal conservadora aliñada de socialdemocracia. Se sumaron con cierto entusiasmo —primero de palabra, después con hechos— a la marejada izquierdista con tal de sobrevivir políticamente. La confesión de Jordi Pujol, en 2014, hizo el resto del trabajo para acabar de demonizar el mundo de los negocios. Nuevamente, aquí la diferencia con el resto de España —con casos de corrupción cuantitativamente más importantes y ya juzgados— se hizo notar. No bastaba con avergonzarse del líder político que supuestamente había llenado sus bolsillos y los de su familia. Había que maldecir todo su corpus ideológico.

Lo corrupto en Catalunya no era Pujol —si se le acaba declarando culpable—, sino el conservadorismo, el liberalismo y, en general, cualquier discurso político que mantuviese como pilar de su proyecto la confianza en la iniciativa privada y los negocios en general. Esto, para que se entienda la diferencia, no ha pasado con el PP ni con los socialistas, ambas formaciones con sus múltiples episodios de corrupción, pero que han mantenido su pulsión ideológica principal a pesar de los escándalos.

Así que ya no había frenos para que en 2015 Artur Mas diese las llaves de la centralidad política catalana a la extrema izquierda anticapitalista mientras Ada Colau galvanizaba la ira de los indignados ganando las elecciones al ayuntamiento de Barcelona.

El altavoz de las posiciones más favorables a la inversión privada y a los grandes proyectos empresariales se apagó

Con la rendición de la extinta CIU, los discursos de demonización de la actividad económica privada se adueñaron del tablero político sin oposición alguna. Dejaron de existir los contrapesos en las políticas económicas. Todo el soberanismo (la extinta CIU, ERC, la CUP), el colauismo y los socialistas —con menos entusiasmo— se sumaron al señalamiento del sistema económico —junto a España en el caso de los independentistas— como culpable de todos los males. Las posiciones más ortodoxas de defensa del liberalismo como un sistema económico de oportunidades quedaban únicamente en manos de Cs y PP. Marginales en el mapa institucional y sin capacidad de hacerse escuchar durante esos años con algún titular que no fuera el de su lucha contra los independentistas. El altavoz de las posiciones más favorables a la inversión privada y a los grandes proyectos empresariales se apagó.

La abusiva presión fiscal, convertir en ricos a los empleados con nóminas de 50.000 euros, los discursos de apología del decrecimiento, la renuncia a igualar las rendas por arriba y el ensueño de hacerlo por abajo, la mirada no suspicaz, sino directamente de animadversión hacia el turista, la negativa sin apenas debate a una política de infraestructuras ambiciosa —el aeropuerto—, el martilleo incesante sobre las maldades de la gran empresa, la poca importancia que se dio en su momento a la fuga de sedes sociales en el punto álgido del proceso y el etcétera que quieran añadir, tienen su explicación en la inexistencia de contrapesos ideológicos que compensaran la desconfianza con que el mundo de los negocios pasó a ser visto progresivamente en Catalunya a partir de 2012.

Foto: El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol, en una imagen de archivo. (EFE)

Del 'business friendly' se pasó como concepto al 'business enemy'. Y, llegados a este punto, el colauismo y el ayuntamiento de Barcelona, a la fuerza debían destacar y acabar ganando por goleada. Alguien que inicia su primer mandato invitando a la gente a colarse en el metro, mandando el proyecto hotelero de la cadena Four Seasons a tomar viento —todas las ciudades del mundo sueñan con contar con un equipamiento hotelero de esta enseña— y creando una moneda municipal para favorecer la economía del trueque, no engaña a nadie. Y el tiempo así lo ha demostrado.

Faltaría añadir una variable. Y es que todo este proceso de demonización de la actividad económica se llevó a cabo en medio de la dimisión de los altavoces de la sociedad económica organizada. Patronales, es igual su tamaño, entidades de estudio y opinión como el Círculo de Economía, sindicatos y demás permanecieron en silencio o hablaron siempre echando mano de la sordina. Atenazados y divididos por el proceso soberanista, todos los actores de la sociedad civil permanecieron impasibles ante la vía de agua que se abría en paralelo, más silenciosa, pero más perjudicial a largo plazo, referida a las políticas económicas y al modelo de sociedad que, en lo tocante a la relación con la creación de riqueza, iba imponiéndose.

Al ariete de toda esta mirada, Ada Colau, empiezan a crecerle ahora los enanos. La alcaldesa no ganó las últimas elecciones. Así que su proyecto pudo mantenerse por la colaboración de los socialistas —muy a menudo se olvida que comparten proyecto de ciudad con el colauismo— y el apoyo de Manuel Valls —ya de regreso a Francia, él y su vanidad—, que fue utilizado por una parte de las élites económicas para impedir que Barcelona cayese en manos de los soberanistas de ERC, vencedores de la última contienda municipal. La elección, para los que pagaron el experimento del vanidoso Valls era clara: Barcelona antes roja que separatista. No podían tenerlo todo, así que eligieron lo que les pareció menos malo en ese momento.

Pero agotado el proceso independentista también empieza a agotarse la paciencia y las prioridades han ido mutando

Pero agotado el proceso independentista también empieza a agotarse la paciencia y las prioridades han ido mutando. Muchos de los que respiraron tranquilos con la reelección de Colau consideran ahora prioritario —con el proceso independentista, no finiquitado, pero sí adormecido— empezar a librar la batalla en otros ejes, como el económico y el modelo de ciudad. También han perdido la paciencia el Círculo de Economía y plataformas ciudadanas —aunque con intereses políticos muy marcados— como Barcelona es imparable. Empieza a hacerse oír la necesidad de recuperar la confianza en la iniciativa privada y en la creación de riqueza —no en el decrecimiento— para construir una ciudad menos triste, menos sucia y que a cada día que pasa ofrece menos oportunidades a sus ciudadanos con la excusa de que en un futuro, cuando la revolución sosegada, pero inevitable que ha de llevarnos a otro modo de vivir se haya cumplimentado, todo será miel sobre hojuelas.

Pero Barcelona es solo una pieza, aunque importante, del puzle. Los presupuestos de la Generalitat se están negociando con la CUP, con permanentes esfuerzos del 'conseller' de economía, Jaume Giró, por recordar su origen humilde —¡soy de los vuestros!— más que su brillante trayectoria profesional en el mundo de la gran empresa. De esto último en Catalunya no se puede presumir, a riesgo de excomunión política. Equivale a avalar que ganar dinero está bien. Un pecado que exige un gran esfuerzo de redención en la Catalunya del siglo XXI.

No va a ser fácil recuperar el sentido del equilibrio. Se prometió —desde la izquierda y desde el soberanismo— una arcadia feliz en la que Barcelona y Catalunya se convertían en el ariete planetario de un mundo mejor. Han pasado ya unos años y el mundo sigue con sus reglas, mientras Barcelona y Catalunya, decididas a jugar con otras, van deslizándose hacia lo que el Círculo de Economía bautizó en su última nota de opinión como "irrelevancia económica". Lo dicho. Estamos donde ha querido la mayoría. Hay que ir con cuidado con los deseos. Esa debería ser la lección.

Ten cuidado con lo que deseas, a veces se cumple. Eso es lo que merecemos oír la mayoría de los barceloneses y, por extensión, la mayoría de los catalanes. Una prevención: no les hablo del proceso. Aunque sin él, es cierto, no podría explicarse esta historia de dinero a la que, por poner un principio, situaremos en 2012, casi una década atrás.

CiU Ada Colau Artur Mas
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