Pesca de arrastre
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Los empresarios desacomplejados que aún quedan en España
Hacen bien los empresarios en seguir presionando, sabedores como son por experiencia de que el corredor mediterráneo es a las infraestructuras lo que la reforma de la Administración a la tecnocracia
Las obras de la Sagrada Familia no terminarán en 2026 como se había prometido. La pandemia, con la preceptiva caída de los ingresos proporcionados por los turistas, se llevó por delante el sueño de los promotores de hacer coincidir la colocación del último ladrillo del templo expiatorio con el centenario de la muerte del arquitecto Antoni Gaudí. En realidad, nadie cree que las obras vayan a acabar nunca. Puede que en realidad el día que eso pase lo que acompañe al punto y final de la construcción sea una gran decepción colectiva.
El templo de Gaudí viene a colación porque comparte la característica de lo inacabable con el corredor mediterráneo, que ayer reunió a lo más granado del empresariado español en Madrid para denunciar por enésima vez la necesidad de acelerar en la finalización de este pasillo ferroviario que atenaza la competitividad económica de las empresas de media España.
Como el 'show' vivido en Ifema estaba capitaneado por la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE), y esta es gente con sentido del humor, una de las pancartas era un homenaje a la guasa: “Los atascos de la Castellana no son nada. El corredor del Mediterráneo lleva 25 años atascado”. Mejor reír que llorar. No es la primera vez que apuestan por el humor. El cortometraje 'Sí, quiero (corredor)' también intenta ganar complicidades para con el proyecto a través de la sonrisa. A fin de cuentas, como el resultado viene a ser el mismo con independencia del tono, mejor protestar sin amargura.
Las más de dos décadas de frases y adjetivos rimbombantes sobre el corredor mediterráneo demuestran en realidad que esta es una infraestructura que a los diferentes gobiernos que ha tenido España en las últimas dos décadas nunca les ha quitado el sueño. Con los dedos de una mano sobran para contar los ejercicios presupuestarios que demuestran que el proyecto ha pasado a ser merecedor de la expresión 'prioridad política'. Pero, a pesar de eso, hacen bien los empresarios en seguir presionando, sabedores como son por experiencia de que el corredor mediterráneo es a las infraestructuras lo que la reforma de la Administración a la tecnocracia: un comodín verbal que siempre apela a un futuro que jamás se hace presente.
En el aquelarre empresarial de Ifema, la ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, se comprometió a que el corredor estaría listo y en estado de revista entre 2025 y 2026. Lo dijo, según el testimonio de los asistentes, sin ponerse colorada, aun sabiendo —ha de saberlo— la imposibilidad de cumplir con tal promesa a tenor del retraso y la indefinición del proyecto en algunos de sus tramos. Para comprobarlo —y también para reconocer los avances que vienen produciéndose y dar al césar lo que es del césar—, nada mejor que informarse por uno mismo con los chequeos médicos de la obra que viene realizando el 'lobby' Queremos Corredor, cuya última entrega acaba de salir del horno (segundo chequeo: noviembre de 2021).
El corredor es un comodín que adorna los discursos —sostenibilidad, competitividad, igualdad de oportunidades entre los territorios, etc.—, pero pasan los años y, como dirían los valencianos —motor principal de la reivindicación del corredor en los últimos años, bajo el almirantazgo del fundador de Mercadona, Juan Roig—, "d’allò que et diguen res, d’allò que veges, la meitat" (de lo que te digan nada, de lo que veas, la mitad). Por fortuna, quedan empresarios en mercados no regulados que no han de vivir pendientes del BOE y del Gobierno de turno para cuadrar cuentas. Como quiera que en Valencia suman unos cuantos de este tipo, su asociación anda con cierto desacomplejamiento a la hora de plantear sus reivindicaciones y actúa como un potente motor de arrastre para el resto.
Por fortuna, quedan empresarios en mercados no regulados que no viven pendientes del BOE y del Gobierno de turno para cuadrar cuentas
El problema del corredor mediterráneo, amén de las ensoñaciones radiales que secuestraron a la Administración del Estado particularmente durante el aznarato, es que en España —suponemos que en todas partes cuecen habas— nadie vota por el coste de oportunidad que supone no mejorar la competitividad empresarial, por los negocios perdidos o imposibles, por la congestión del tráfico de mercancías rodado (¡huelga a la vista!) o por el impacto ambiental negativo de no alcanzar la media europea de tráfico de mercancías por ferrocarril (18% en comparación con el 4% en España, según se reiteró hace unas semanas en la presentación de la campaña 'Mercancías al tren', que precisamente escogió la capital valenciana para su puesta de largo).
España va adjetivándose: radial, vacía, circular. La primera es una realidad, como demuestra la existencia de un totémico kilómetro cero. La segunda, un problema de difícil solución, pero que empieza a articularse políticamente y que podría adquirir protagonismo en las próximas elecciones. La tercera, una necesidad económica que solo depende de que el Gobierno cumpla con los compromisos ya adquiridos. Es solo cuestión de tiempo, pero cada día cuenta. El mundo no espera. Hay que correr para alcanzarlo. Y por eso quieren y #queremoscorredor.
Las obras de la Sagrada Familia no terminarán en 2026 como se había prometido. La pandemia, con la preceptiva caída de los ingresos proporcionados por los turistas, se llevó por delante el sueño de los promotores de hacer coincidir la colocación del último ladrillo del templo expiatorio con el centenario de la muerte del arquitecto Antoni Gaudí. En realidad, nadie cree que las obras vayan a acabar nunca. Puede que en realidad el día que eso pase lo que acompañe al punto y final de la construcción sea una gran decepción colectiva.
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