Pesca de arrastre
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La mentira de la brecha salarial de género
El problema de credibilidad de estas informaciones radica en cómo se sirve el menú informativo, ya sea en el día mundial de la igualdad de salario o en el día internacional de la brecha salarial
Varios días al año nos despertamos con un bombardeo informativo sobre la brecha salarial de género. Ayer tocaba de nuevo. La información se presentaba afirmando que de aquí a final de año las mujeres españolas trabajarán gratis. Se añadía, para insuflar mayor dramatismo al asunto, que, de seguir así, la equiparación salarial entre hombres y mujeres —nada se decía de los infinitos géneros con los que nos manejamos actualmente— no se alcanzaría hasta dentro de 80 años.
Las mujeres cobran de media, según estas informaciones, un 14,1% menos que los hombres y, en consecuencia, trabajan 41 días al año sin recibir retribución alguna en comparación con los que tenemos la suerte de vivir en el lado correcto del opresor heteropatriarcado. Todo viene avalado, claro, por las estadísticas oficiales de la Unión Europea, el INE y vaya usted a saber cuántos organismos más. Ante tanto empacho de oficialidad, no toca otra que rendirse y dar por bueno cuanto se reproduce en las notas de prensa. Si lo dice la autoridad, debe ser verdad. Aunque bien podría ser que no lo fuera, o que solamente lo fuese a medias.
El problema de credibilidad de estas informaciones radica en cómo se sirve el menú informativo cada vez que se toca este asunto, ya sea en el día mundial de la igualdad de salario o en el día internacional de la brecha salarial. Porque se hace de tal modo, ayer el último ejemplo, que lo que se hace es acabar apuntalando una mentira.
Se da a entender maliciosamente que en España por el mismo trabajo —el mismo— un hombre gana más que una mujer. Y no es verdad. Al menos no lo es hasta el punto de que este sea un problema al que haya que dedicar mucha energía colectiva.
Naturalmente, habrá casos, y necesitaremos más que las dos manos para contarlos, que se sitúen en el terreno de la excepcionalidad. Pero no son lo suficientemente representativos para que convirtamos esas excepciones de mezquindad empresarial en una verdad absoluta que permita afirmar con tanta frivolidad —y eso es lo que se hace— que con el mismo puesto de trabajo una señora cobra menos que un señor.
De ser cierto, equivaldría a afirmar que la legislación laboral de la que estamos dotados tiene el mismo valor que el papel higiénico. Ni el principal empleador de España —las administraciones—, ni las grandes empresas, ni las medianas ni las pequeñas pagan menos en función del sexo del trabajador que realiza el trabajo.
No estamos, por fortuna, en esas tesituras. Pero sucede que planteada de este modo la información resulta más vistosa y, por tanto, es más susceptible de ganar segundos en los informativos. Y así, como en tantos otros asuntos, lo que se acaba haciendo es trabajar activamente por desencajar lo explicado de la realidad vivida por los ciudadanos. Lo que se nos explica y lo que vemos acaban siendo dos líneas paralelas sin puntos de conexión. El resultado se traduce en el incremento del escepticismo sobre aquello de lo que se está informando. Y, de este modo, se entorpecen y dañan los objetivos que sí quedan lejos para hacer del mercado laboral un entorno todavía más igualitario. Dicho de otro modo, enfocando y escandalizándose por una realidad que no es, acaban siendo invisibles aquellas cuestiones sobre las que sí queda trecho por recorrer.
No es un problema conceptual. Formalmente, la brecha salarial de género viene definida por muchas otras variables. Que la temporalidad afecte más a las mujeres que los hombres, que sigan siendo ellas las que dedican más tiempo a las cuestiones de logística y cuidado familiar, que los parones en la carrera profesional sean más habituales entre ellas —la maternidad es clave en este asunto—, que haya categorías laborales de poca o nula calificación profesional y, por tanto, mal retribuidas que están copadas solo por mujeres, que el acceso a los puestos directivos y a las posiciones de alta retribución siga planteando mayores dificultades para unas que para otros, que los puestos de trabajo cuyos salarios se negocian individualmente y fuera de convenio sí planteen diferencias entre hombres y mujeres. La lista no es corta.
Y todas estas cuestiones ayudan a explicar que exista, en términos absolutos, diferencia salarial entre unos y otras. Pero nada tiene que ver aquí el hecho de que una mujer y un hombre cobren diferente por hacer exactamente el mismo trabajo. Eso no pasa —o no es significativo— y en cambio es con lo que se machaca. Perjudica la causa. Porque acentúa la sílaba que ya no tiene recorrido de mejora y en cambio silencia los puntos en que sí es posible seguir avanzando.
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Como sociedad, tenemos muchas cuestiones que mejorar. Algunas de ellas afectan particularmente a las mujeres. Pero entre ellas no está que en España una mujer y un hombre no cobren lo mismo por hacer exactamente el mismo trabajo. Hay que poder decirlo y poder añadir a continuación que el mercado de trabajo no es todavía igualitario. No es una contradicción. Son verdades distintas. Y hay que decirlas ambas sin que nos despidan, como al pobre ingeniero de Google.
Varios días al año nos despertamos con un bombardeo informativo sobre la brecha salarial de género. Ayer tocaba de nuevo. La información se presentaba afirmando que de aquí a final de año las mujeres españolas trabajarán gratis. Se añadía, para insuflar mayor dramatismo al asunto, que, de seguir así, la equiparación salarial entre hombres y mujeres —nada se decía de los infinitos géneros con los que nos manejamos actualmente— no se alcanzaría hasta dentro de 80 años.
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