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Pasaporte covid en olor de multitudes
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Josep Martí Blanch

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Pasaporte covid en olor de multitudes

Los entusiastas de la profilaxis siempre van a ganar la partida. Manejan el argumento más imbatible de todos: evitar el muerto futuro

Foto: El 'conseller' de Salut de la Generalitat de Cataluña, Josep Maria Argimon. (EFE/Zipi)
El 'conseller' de Salut de la Generalitat de Cataluña, Josep Maria Argimon. (EFE/Zipi)
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Desde ayer por la noche hay que desnudarse en Cataluña para ir a comer al restaurante, sudar en el gimnasio o visitar al padre o al abuelo en la residencia. Como vivimos siempre acomplejados, nos parece que por fuerza ha de ser bueno lo que han hecho ya otros países. Así que la nueva normalidad consiste en mostrar a extraños el carné de vacunación, que guarda cierta equivalencia con el certificado de penales o con la carta de recomendación extendida al ciudadano ejemplar. Igual que la Primera Guerra Mundial dio carta de naturaleza definitiva al pasaporte, la pandemia va a naturalizar las credenciales sanitarias. Y no se esperan grandes discusiones al respecto.

Se ha quejado la gente de la hostelería y la de los gimnasios, pero únicamente por cuestiones de orden práctico. ¿Cómo lo controlaremos? ¿Quiénes somos nosotros para hacer de policía? ¡Vendrá menos gente! ¿Cómo le pedimos a un anciano que se baje el certificado digital para tomarse un café con leche? Quejas comprensibles, operativas y temerosas de la recaudación. Es normal. Llevan dos años en un sinvivir y es normal que sus lamentos guarden relación con el balance ahora que se acerca el cierre del ejercicio. Por lo demás, en cuestiones como la libertad y los derechos nuevamente coartados, el debate ni ha existido ni existirá.

Foto: El supremo avala el uso del pasaporte covid en Euskadi. (EFE)

Está zanjado por incomparecencia del contrario. Cuando el secretario de Salud Pública de la Generalitat, Josep Maria Argimon, dijo en reiteradas ocasiones que había que vigilar a los gobiernos porque podían coger el mal hábito de mandar a decretazos, se olvidó de añadir que también los ciudadanos pueden acostumbrarse a ello, hasta el punto de ya no desear otra cosa. El pasaporte sanitario, que en otros lugares ha dado quebraderos de cabeza a la autoridad y ha puesto partes de la ciudadanía en posiciones de rebeldía, llega aquí en olor de multitudes. Resulta cómodo para los dirigentes, que adquieren sin coste un seguro que les cubre el por si acaso. Y en política, el por si acaso siempre ha de tenerse en cuenta.

Los entusiastas de la profilaxis siempre van a ganar la partida. Manejan el argumento más imbatible de todos: evitar el muerto futuro. Pero si se explican con sinceridad y sin necesidad de inflar sus razones, sale a relucir la verdadera efectividad de la medida. No se trata de evitar contagios. Es simplemente una cuestión, como sucedía con la mascarilla que utilizábamos obligatoriamente en los espacios abiertos hasta hace nada a sabiendas de que su utilidad era ninguna: evitar la sensación de normalidad que pueda llevarnos al relajamiento.

Foto: Personal de una cafetería comprueba el certificado de una clienta. (EFE)

Relajarse está prohibido. En el caso del pasaporte sanitario hay que añadir, no es menor, la voluntad de coaccionar a los no vacunados para que se animen de una puñetera vez a extender el brazo. El ritual y el chivo expiatorio son siempre necesarios para garantizar cierto orden. El código QR conforme estás vacunado cumplirá con lo primero y los no vacunados, una minoría, con lo segundo.

No hay bronca social reseñable a rebufo de las nuevas medidas restrictivas. Más bien al contrario. Lo que sí se detecta es un punto de hastío. Agotados de esperar el fin, como en la canción de Ilegales. El mejor termómetro son las audiencias de los medios de comunicación audiovisuales. Las mesas televisadas de especialistas sobre el covid y las tertulias monográficas sobre el virus ya no venden como antes. Se entiende que así sea. Se nos juró y perjuró que alcanzado un nivel de vacunación como el que tiene España en estos momentos —a unas décimas del 80%— ya no habría prácticamente de qué preocuparse y ahora resulta que sí. Hasta hace dos días sacábamos pecho y atribuíamos al diferencial positivo de vacunación respecto a muchos países europeos que los bárbaros del norte ya anduviesen metidos de lleno en la sexta ola mientras nosotros esta vez podríamos mirar los toros desde la barrera. Un par de semanas han bastado para que el discurso dominante haya mutado de nuevo y los apologetas de las restricciones hayan vuelto para hacerse oír con gran intensidad. Los más agoreros ya se atreven incluso a señalar que no vamos a salvar la Navidad.

Foto: Vacuna. (EFE/Nathalia Aguilar)

Vamos manejándonos con certezas con fecha de caducidad más que con verdades duraderas. Para muestra, el último botón: la UE ha anunciado que su intención es que el certificado de vacunación tenga como máximo una validez de nueve meses. O la tercera dosis, que más pronto que tarde será cuarta. Seguimos improvisando y, dicho sea de paso, no solo es normal sino también entendible que así sea.

Solo que a fuerza de redibujar la realidad tan a menudo va ampliándose el redil de los que deciden abandonarse al sea lo que dios quiera y ya nos iréis explicando. Ojo, que las verdades existen. Ángel Villarino, director adjunto de este periódico, ha pedido hora para tatuarse en el brazo la estadística que confirma las bondades de la vacuna que nadie con dos dedos de frente se atreve a discutir. Pero junto a los hechos probados y avalados por las cifras, conviven contradicciones muy visibles. Y las nuevas restricciones a la libertad de movimientos con un porcentaje de vacunación tan elevado son una de ellas.

Desde ayer por la noche hay que desnudarse en Cataluña para ir a comer al restaurante, sudar en el gimnasio o visitar al padre o al abuelo en la residencia. Como vivimos siempre acomplejados, nos parece que por fuerza ha de ser bueno lo que han hecho ya otros países. Así que la nueva normalidad consiste en mostrar a extraños el carné de vacunación, que guarda cierta equivalencia con el certificado de penales o con la carta de recomendación extendida al ciudadano ejemplar. Igual que la Primera Guerra Mundial dio carta de naturaleza definitiva al pasaporte, la pandemia va a naturalizar las credenciales sanitarias. Y no se esperan grandes discusiones al respecto.

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