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Un martillo para Yolanda Díaz
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Un martillo para Yolanda Díaz

La reforma llega con todos los ingredientes para poder afirmar que en realidad se ha convertido en un objetivo en sí misma más allá de lo que con buena fe pretende. Hay que sacarla adelante, como sea y cuanto antes

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Rodrigo Jiménez)
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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Ojalá fuese posible crear puestos de trabajo a martillazos. Y que bastara manejarse con destreza con el mazo para que las nuevas ocupaciones nacidas a golpes fueran estables, bien retribuidas y permitiesen a España salir del pozo europeo del paro, en particular el juvenil, y de la temporalidad. Pero, a pesar de los deseos, no parece que esta disruptiva forma de mejorar el mercado de trabajo vaya a convertirse en realidad en el corto plazo. Aun así, los diferentes gobiernos —uno tras otro— tienden a considerar que basta un sucedáneo de mallo como el BOE y unas fotos propagandísticas de guarnición para que los empleos empiecen a crecer debajo de las piedras.

Todas las reformas laborales que venimos acumulando en las últimas décadas han llegado acompañadas de una cancioncilla de fondo que siempre repite las mismas estrofas: más y mejor trabajo, oportunidad para los jóvenes, poner freno a la dualidad, reducir la temporalidad. Así que a estas alturas basta la experiencia acumulada para mostrarse escéptico ante esta nueva reforma que se nos viene encima y que cuenta, por lo que nos explican los servicios de propaganda, hasta con la bendición del Santo Padre.

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Diaz. (EFE/Pedro Puente)

La reforma llega con todos los ingredientes para poder afirmar que en realidad se ha convertido en un objetivo en sí misma más allá de lo que con buena fe pretende. Hay que sacarla adelante, como sea y cuanto antes. Lo que el márquetin político de Unidas Podemos anunciaba como una derogación de la legislación laboral del PP de Mariano Rajoy quedará finalmente en una reforma de segunda división acompañada de más ruido que nueces. Por el camino, se han añadido todos los ingredientes para que la reforma parezca un trabajo hercúleo llamado a cambiar la historia laboral de los españoles: guerra entre Nadia Calviño y Yolanda Díaz, el hasta aquí hemos llegado de la patronal en su momento, la presión de los sindicatos, los recordatorios de Bruselas, una cuenta atrás con una fecha límite. Como ya se sabía desde el principio que la derogación no iba a ser tal, era necesario un extra de gesticulación para dotar de cierta heroicidad a Yolanda Díaz. Para el relato de un Gobierno siempre es más importante el uso político del paro y la precariedad que el parado y el joven sin futuro.

El problema de la reforma laboral es que pretende jugar a fútbol con una pelota de baloncesto. Nadie a quien le importen un mínimo sus vecinos puede estar satisfecho con la falta de expectativas laborales de los jóvenes, con la proliferación de personas que trabajan con un salario con el que es imposible llegar a final de mes, con la necesidad de seguir importando mano de obra porque siguen creciendo los nichos de ocupación en los que no pueden cubrirse los puestos que se ofertan, con el creciente número de falsos autónomos —no solo repartidores, la parte más vistosa de un iceberg— que no son más que empleados camuflados para sortear los costes de los impuestos al trabajo.

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en la entrada a los Premios Influentials. (Giulio Piantadosi)
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Pero ninguna de estas cuestiones va a solventarse con la reforma laboral que el Gobierno acabará aprobando. Un país sin política industrial clara y continuada, sin ánimo de profundizar seriamente en cambios estructurales en la formación de los jóvenes, sin coraje para dejar de alimentar con dinero público a empresas zombi en lugar de vehicular los recursos propios y europeos a la economía productiva, sin políticas ambiciosas de investigación, sin vocación de dejar de secuestrar a los empresarios en la tela de araña de tantas administraciones, es difícil que pueda considerarse un socio fiable para la mejora del mercado de trabajo más allá de las convocatorias de empleo público que sí son de su responsabilidad.

La reforma laboral permite generar discurso político. Incluso puede que acabe sirviendo para maquillar las cifras de temporalidad en las estadísticas, algo que chifla a los gobernantes de cualquier color porque les asegura el pase vip a una realidad paralela que no coincide con la que viven sus administrados. Pero no cambiará, ni puede ni es su cometido, todo aquello que viene condenando a España a las posiciones de descenso en la liga europea de la precariedad, temporalidad y desempleo juvenil.

Mucha energía en el lugar equivocado sería el resumen. Esperemos al menos que las fotos luzcan cuando llegue el momento de sacralizar “la reforma laboral más ambiciosa de la democracia”, en palabras de Yolanda Díaz. Como los adanistas, la ministra confunde la historia del mundo con los días que ella lleva pisando la tierra. Es normal, tanto parabién acaba por nublar el entendimiento.

Ojalá fuese posible crear puestos de trabajo a martillazos. Y que bastara manejarse con destreza con el mazo para que las nuevas ocupaciones nacidas a golpes fueran estables, bien retribuidas y permitiesen a España salir del pozo europeo del paro, en particular el juvenil, y de la temporalidad. Pero, a pesar de los deseos, no parece que esta disruptiva forma de mejorar el mercado de trabajo vaya a convertirse en realidad en el corto plazo. Aun así, los diferentes gobiernos —uno tras otro— tienden a considerar que basta un sucedáneo de mallo como el BOE y unas fotos propagandísticas de guarnición para que los empleos empiecen a crecer debajo de las piedras.

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