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Los populares europeos reniegan del pacto PP-Vox
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Josep Martí Blanch

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Los populares europeos reniegan del pacto PP-Vox

Los flirteos con partidos de ADN antieuropeo y alejados de los valores fundacionales de la UE no son buenos compañeros de viaje nunca, pero ahora menos

Foto: El presidente en funciones de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco (d), y el candidato de Vox a la presidencia, Juan García-Gallardo. (EFE/Nacho Gallego)
El presidente en funciones de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco (d), y el candidato de Vox a la presidencia, Juan García-Gallardo. (EFE/Nacho Gallego)
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El PP es ya el de Feijóo, así que suyo es el pacto con Vox en Castilla y León. Puede argumentarse que el gallego aún no ha tomado las riendas del partido, que el PP está en un interregno que facilita el sálvese quien pueda de cada uno, que hay un vacío de poder efectivo y un sinfín de argumentos para negar la responsabilidad de Feijóo en la entrega de armas y bagajes a la ultraderecha para que esta acceda por primera vez a un Gobierno. Pero lo que hay es lo que se ve, dice y hace, y no otra cosa. Así que si existieran pronunciamientos previos y explícitos de Feijóo sobre la inviabilidad de compartir Ejecutivo con la ultraderecha, podríamos creernos que es una decisión tomada a la autista manera por el señor Fernández Mañueco. Pero eso no ha existido. Así que no queda otra que situar a Feijóo como elemento presente en la ecuación de ese acuerdo.

De todas las reacciones que el matrimonio recién estrenado entre PP y Vox ha suscitado, la que mejor permite observar la importancia que se da, incluso fuera de nuestras fronteras, al debut de los de Abascal en un Ejecutivo es la del presidente de los populares europeos, Donald Tusk. El hombre calificó ayer el acuerdo con las palabras justas y claras para que nadie pudiese argumentar que no se había entendido bien lo que quería decir: “triste sorpresa” y “capitulación”. Para añadir que es su deseo que lo de Castilla y León quede reducido a un “incidente” y no se convierta en una tendencia en España. Vamos, el mandamás de los populares europeos le perdona al PP una noche de sexo, pero le advierte de que eso no puede derivar en una relación estable.

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En un momento en el que la agenda internacional toma tanta importancia, los flirteos con los partidos de ADN antieuropeos y alejados de los valores fundacionales de la UE no son buenos compañeros de viaje. Vox encaja en ese espacio de fascinación por el autoritarismo, el regreso a un pasado convenientemente tuneado por la idealización y a la autarquía moral y física, donde todo problema puede resolverse gracias a la españolidad entendida a la excluyente manera, la mano dura y la simplificación caricaturesca de cualquier problema. No hay entorno más complicado —a la par que a veces desesperante, añadiríamos— para hacer política que las instituciones europeas. Y es que a pesar de que la respuesta al covid y la que ahora mismo se está dando a la guerra han supuesto un cierto reforzamiento de los valores y actitudes propios del europeísmo, la UE se sabe amenazada por todo el frente ultraderechista. Así que no es una gran carta de presentación andarse por Europa de la mano de Vox, y el recibimiento de Tusk así lo demuestra.

En el frente local, las opiniones favorables al pacto se sustentan, más allá del propio círculo de Vox, en la legitimidad del acuerdo, la posibilidad de que la ultraderecha acabe domada gracias a una dosis de realismo político obligado por el hecho de gobernar y el conveniente aliño de que, si los ciudadanos les votan, pues habrá que contar de algún modo con ellos. Se añade que sería mucho peor repetir elecciones y que, además, no quedaba otra porque los socialistas se han negado a facilitar el gobierno de la opción más votada. Y como gran colofón, se incorpora a la suma con recurrencia que si el PSOE pacta con “golpistas”, “supremacistas”, “etarras” y “chavistas”, no hay motivo para tanta escandalera. A fin de cuentas, viene a decir este último argumento, cada uno echa mano del extremo que le queda más cerca. Obsérvese que la totalidad de los argumentos son defensivos, como quien trata de justificarse ante la comisión de un pecado. Quien así ha de justificarse es que no las tiene todas consigo.

Dejando a un lado el impacto que todas estas cuestiones puedan tener en el ámbito demoscópico y en futuras contiendas electorales, la mala noticia radica principalmente en la incorporación de un partido de escasas convicciones democráticas al mapa institucional de España. Diga, quien así lo considere, que no es la primera vez que ocurre. Pero incluso en el caso de dar esta afirmación por cierta, el resultado final resulta igual de pernicioso.

En realidad, como casi cualquier cosa en política, todo se reduce siempre a la cuestión más básica y elemental: el instinto de supervivencia. No perder el poder si se tiene y alcanzarlo si no es el caso. En España, se ha decidido que esta regla, que siendo universal admite a veces excepciones cuando al frente de los partidos se sitúan personas con verdadera visión de Estado, ha de aplicarse siempre. Así, poca sorpresa con lo que ha sucedido porque estaba escrito desde el primer día. Basta con aceptar como hecho que en España siempre se conduce con las luces cortas, cuando no apagadas.

Foto: El presidente en funciones de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco (d), y el candidato de Vox a la presidencia, Juan García-Gallardo (i). (EFE/Nacho Gallego)
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El PP ha llegado siempre al poder con los aperos formales de la moderación. Con Vox como compañero de viaje ya formal, esas herramientas le resultarán inservibles en un futuro. Va a ser muy difícil ver a Feijóo, por templadito y educado que sea su discurso, y no imaginar a Abascal a su lado de vicepresidente si los votos son suficientes. O eso o lo de Castilla y León tiene los días contados, que todo podría ser.

El PP es ya el de Feijóo, así que suyo es el pacto con Vox en Castilla y León. Puede argumentarse que el gallego aún no ha tomado las riendas del partido, que el PP está en un interregno que facilita el sálvese quien pueda de cada uno, que hay un vacío de poder efectivo y un sinfín de argumentos para negar la responsabilidad de Feijóo en la entrega de armas y bagajes a la ultraderecha para que esta acceda por primera vez a un Gobierno. Pero lo que hay es lo que se ve, dice y hace, y no otra cosa. Así que si existieran pronunciamientos previos y explícitos de Feijóo sobre la inviabilidad de compartir Ejecutivo con la ultraderecha, podríamos creernos que es una decisión tomada a la autista manera por el señor Fernández Mañueco. Pero eso no ha existido. Así que no queda otra que situar a Feijóo como elemento presente en la ecuación de ese acuerdo.

Alberto Núñez Feijóo Partido Popular (PP) Vox
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