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¿Por qué cae en picado el apoyo a la independencia?
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Josep Martí Blanch

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¿Por qué cae en picado el apoyo a la independencia?

Las cifras son las más bajas de los últimos dos lustros y marcan una diferencia de casi 15 puntos entre los contrarios (53,3%) y los favorables (38,8%) a la secesión

Foto: Foto: EFE/Quique García.
Foto: EFE/Quique García.
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Jarro de agua fría para el independentismo catalán. El Centre d’Estudis d’Opinió (el equivalente al CIS de la Generalitat) ha hecho público su último barómetro y certifica que el apoyo a la independencia entre los catalanes cae en picado. Las cifras son las más bajas de los últimos dos lustros y marcan una diferencia de casi 15 puntos entre los contrarios (53,3%) y favorables (38,8%) a la secesión. Para entender la magnitud del cambio producido, ha de recordarse que en 2017 —el punto álgido del conflicto— los partidarios de la independencia se situaban en el 48,7%, mientras que los contrarios eran un 43,6%.

¿Cuáles son las causas que explican este deterioro del apoyo a la independencia? Sin abusar de la literatura, este podría ser un compendio de los motivos:

1.- Pandemia: el covid-19 supuso un enfriamiento de cualquier otra prioridad política que no guardara relación con la enfermedad. La agenda sanitaria y económica comportó un refuerzo del papel del Estado y de las instituciones europeas. En tiempos de tribulación, no hacer mudanza. No puede sumarse a este punto el conflicto bélico europeo, porque los datos del CEO son del mes de diciembre de 2021.

Foto: Laura Borrás (JxCAT) y Pere Aragonès. (EFE/Toni Albir)

2.- Desaparición del pensamiento mágico: el soberanismo ha tomado conciencia de los costes económicos y sociales asociados a un proceso de independencia unilateral y es contrario a pagar esa factura. La independencia pactada y negociada se considera igualmente inviable por la solidez política de los partidos constitucionalistas en este punto.

3.- Paso atrás del independentismo táctico: parte del independentismo era —y sigue siendo— de carácter táctico. Es decir, uno se manifiesta independentista sabedor de que en realidad aspira únicamente a cambiar el marco de relación entre el Gobierno autonómico y el Gobierno de España. Ese independentismo táctico ha dado un paso atrás y ahora empieza a manifestar con claridad su ambición real (más autonomía, mejor financiación, reconocimiento cultural, etc.) y abandona lo que era tan solo una militancia funcional: amenazar con el todo para conseguir una parte.

Foto: Acto de RNC en Castelló d’Empúries.

4.- Menos incentivos reactivos: el Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos ha servido para desinflamar el conflicto. La mesa de negociación Estado-Generalitat, los indultos y una actitud menos hostil con el nacionalismo periférico le han puesto las cosas más difíciles al independentismo puramente reactivo.

5.- Nuevo proyecto político de ERC: desde 2018, los republicanos vienen enfriando la posibilidad de que la independencia sea algo factible en el corto, medio y largo plazo. Su apuesta por reequilibrar su proyecto político, dando más fuerza al eje derecha-izquierda, su apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez y su discurso de que no es posible una independencia hecha contra los catalanes que no la quieren han ayudado a consolidar la idea de que de hecho la independencia ha pasado a ser más bien un desiderátum y no una opción factible.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Quique García)

6.- Trifulcas entre soberanistas: aunque gobiernen juntos, ERC y JxCAT tratan de destruirse mutuamente. También la extrema izquierda independentista de la CUP —calificada como socio preferente de legislatura por Pere Aragonès— trata de desestabilizar permanentemente al Ejecutivo supuestamente independentista de la Generalitat. Ha cuajado la idea de que bajo la apariencia de un Gobierno independentista, lo único que existe es un lucha partidista por controlar el presupuesto de la Administración autonómica y ganar o mantener cuotas de poder.

7.- Falta de nuevos liderazgos: los hechos de octubre de 2017 y la posterior respuesta judicial —prisión, inhabilitaciones, marchas al extranjero— dejaron al independentismo sin liderazgo efectivo y experimentado. No se ha producido una renovación. Quienes lideraron el proceso en 2017 siguen ocupando puestos clave en la fijación de la estrategia política de los partidos independentistas —Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, etc.—. Ello impide la consolidación de nuevos liderazgos, mientras que los viejos no son operativos.

Foto: Un hombre utiliza su teléfono móvil para tomar una foto de una barricada en Barcelona. (Reuters/Nacho Doce)

8.- Mayor madurez mediática: hasta 2017, tanto los medios de comunicación de línea editorial independentista como los medios de comunicación de línea constitucionalista (incluye los que tienen las redacciones centrales en Madrid) tuvieron un comportamiento de 'guerra'. En Cataluña se produce una inflexión en 2018. Desde entonces, buena parte de los medios de comunicación ha recuperado su exigencia de mayor rendición de cuentas al Gobierno de la Generalitat y a los partidos políticos soberanistas. Hay que decir que en la 'trinchera contraria' se echa a faltar un recorrido en la misma dirección. Contra lo que comúnmente se cree, es mucho más plural la oferta informativa en Cataluña que en el resto de España.

9- Agotamiento: el soberanismo enfermó del mal de la época: todo y ahora. Se le llegó a prometer una independencia exprés en 18 meses. Este infantilismo —que guarda relación con el pensamiento mágico de que no habría costes económicos o que no habría conflicto social en una sociedad dividida más o menos por mitades— construyó una falsa expectativa que, una vez se demuestra imposible de cumplir, provoca decepción y enfriamiento.

10- Demasiado escorado a la izquierda: el proceso dio inicio bajo el mantra de que de lo que se trataba era de construir un 'Estado' para discutir después cuál sería el modelo de sociedad que se impulsaría políticamente. Eso significó en la práctica únicamente un desarme de la derecha nacionalista, mientras que la izquierda ganaba posiciones cada vez más hegemónicas gracias a la CUP, imprescindible para apuntalar a los diferentes gobiernos de la Generalitat. El conservador soberanista se ha sentido cada vez más excluido del proyecto independentista.

Jarro de agua fría para el independentismo catalán. El Centre d’Estudis d’Opinió (el equivalente al CIS de la Generalitat) ha hecho público su último barómetro y certifica que el apoyo a la independencia entre los catalanes cae en picado. Las cifras son las más bajas de los últimos dos lustros y marcan una diferencia de casi 15 puntos entre los contrarios (53,3%) y favorables (38,8%) a la secesión. Para entender la magnitud del cambio producido, ha de recordarse que en 2017 —el punto álgido del conflicto— los partidarios de la independencia se situaban en el 48,7%, mientras que los contrarios eran un 43,6%.

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