Pesca de arrastre
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Solo duele la primera vez
Castilla y León enseña la foto posible de un Gobierno futuro de España si PP y Vox cuentan con la mayoría suficiente
Solo duele la primera vez. El primer peaje de la autopista que el PP le ha construido a Vox para acceder a las instituciones tenía su primera parada en Castilla y León. Los ingentes esfuerzos que desde muchos altavoces se prodigan para situar al flamante nuevo líder de los populares, Alberto Núñez Feijóo, al margen de la decisión —pío, pío, que yo no he sido— no esconden que a partir de hoy queda en su haber la fenomenal novedad que supone para el tablero político español la plena homologación de la ultraderecha como socio con el que hacer negocios con normalidad.
Francia no es España. Los análisis sobre el cordón sanitario a Le Pen que estos días se prodigarán para explicar la cohesión con la que todo el arco político francés frena a la ultraderecha no funcionan en España. Tampoco el veto de la ya difunta, políticamente hablando, Angela Merkel, en Alemania a la misma familia política —con los matices que en cada país incorporan, por supuesto— pueden importarse al terreno patrio.
Hay diferencias coyunturales y estructurales que han hecho más fácil el blanqueamiento de una opción tan poco homologable desde el punto de vista de los valores democráticos como Vox en el tablero político español. Una coyuntural sería, por ejemplo, el papel que buena parte de los medios de comunicación decidieron jugar con los de Abascal en sus inicios y también con posterioridad. Una bienvenida de lo más frívola en muchos casos. La estructural es mucho más profunda. Y queda resumida en el hecho de que los españoles no tienen una lectura compartida de elementos básicos de su historia reciente. Se ha visto con la intervención del presidente ucraniano en el Congreso. Bastó que Zelenski escogiera como ejemplo para tocar la fibra del hemiciclo el bombardeo de Gernika para que inmediatamente se activara un nuevo frente de guerra de la memoria desde la ultraderecha a cuenta de Paracuellos.
Castilla y León enseña la foto posible de un Gobierno futuro de España si PP y Vox cuentan con la mayoría suficiente. Feijóo va a comportarse de ahora en adelante como si Abascal y los suyos no existieran. O al menos eso va a intentar, por lo que parece. En el prehistórico 1993, cuando el PP perdió unas elecciones que pensaba ganadas contra el PSOE, los populares se decidieron a viajar al centro, aunque no del todo. Se rebajó el perfil más conservador de José María Aznar para convertirlo en un hombre centrista y se dejó que el trabajo para seguir alimentando a su electorado más conservador lo hicieran otros, como por ejemplo Francisco Álvarez Cascos. Dos altavoces. En uno sonaba jazz y en el otro heavy metal. Parece como si ahora se pretendiese algo similar. Feijóo, el hombre de buenas palabras y formas suaves, para seducir a votantes de centro y centro derecha, e Isabel Díaz Ayuso y otros líderes regionales, como Alfonso Fernández Mañueco, jugando más abiertos para cubrir cuanto más campo de la derecha, incluido el caladero de Vox, mejor. Todo esto tiene un problema: las futuras elecciones andaluzas. Todo parece indicar que esos comicios volverán a situar a Feijóo ante una nueva prueba del algodón, obligándolo a retratarse de nuevo sobre la ultraderecha cuando esta puede garantizar el acceso a un Gobierno. No podrá llegar virgen a las generales.
Los esfuerzos por entender los motivos que llevan a los ciudadanos a afianzar con su voto opciones políticas de instinto antidemocrático, sean estas de extrema izquierda o extrema derecha, no tienen nada que ver con acceder a blanquear a estos mismos partidos. Tampoco son útiles los argumentos que intentan asimilar y ridiculizar a los votantes de estas mismas siglas, calificándolos de tarugos, incultos, borrachuzos o cavernarios. Principalmente, porque esto es mentira. La bolsa de sus votantes es igual de compleja y heterogénea que la de los demás. También resulta contraproducente asimilar todo el programa de una formación como Vox a algo que merece únicamente la papelera. Porque, por ejemplo, ni el debate sobre la ideología de género está cerrado, ni el del aborto, ni tantos y tantos otros temas que han quedado fuera de la conversación pública durante mucho tiempo y a los que, sin embargo, no puede ponerse un punto final porque siguen discutiéndose en sociedad. Para entendernos, ¿a quién puede votar un antiabortista en España que haga de esa convicción el motivo principal de su voto?
Ponerse en manos de los extremistas es un mal negocio. Pero solo duele la primera vez. Después, hasta se le coge el gusto, ni que sea por vicio
El problema de Vox tiene más que ver con la forma con que ha decidido hacer política. La negación de la legitimidad del adversario para convertirlo en enemigo y una cultura política basada en la añoranza del autoritarismo. Vox ha venido a hacer peor la política española, no a resanarla. Igual que la CUP, desde la extrema izquierda, llegó en su día para hacer mucho peor la política catalana. Ponerse en manos de los extremistas siempre es un mal negocio. Pero lo dicho, solo duele la primera vez. Después, hasta se le coge el gusto, ni que sea por vicio. A todo se acostumbra uno.
Solo duele la primera vez. El primer peaje de la autopista que el PP le ha construido a Vox para acceder a las instituciones tenía su primera parada en Castilla y León. Los ingentes esfuerzos que desde muchos altavoces se prodigan para situar al flamante nuevo líder de los populares, Alberto Núñez Feijóo, al margen de la decisión —pío, pío, que yo no he sido— no esconden que a partir de hoy queda en su haber la fenomenal novedad que supone para el tablero político español la plena homologación de la ultraderecha como socio con el que hacer negocios con normalidad.
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