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Josep Martí Blanch

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La bala del PP es la del suicidio para Pedro Sánchez

PSOE y ERC harán las paces. Faltan por saber el montante de la reconciliación y la fecha de vencimiento de los pagarés

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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A veces nos olvidamos de lo más básico. Beber agua, por ejemplo. Eso explica campañas institucionales tan peregrinas como las que nos recuerdan la obligación de hidratarnos, particularmente en verano. ¿De verdad hay que recordarle a alguien un asunto que debería resolverse sin más ayuda que la puntual advertencia del instinto de supervivencia? Pues eso parece, efectivamente.

Diríase que en política también hay que ir repasando las cuestiones de Perogrullo para no desbarrar más de la cuenta. Una de ellas es que gobierna la izquierda. Esto puede gustar mucho, poco o nada. Incluso puede enfadar a más de uno hasta los límites de lo razonable. Pero el berrinche no cambia los hechos, ni los votos ni las coaliciones. Así pues, tengamos presente que hay que beber lo suficiente, dos litros al día, según dicen, y también que quien maneja las instituciones de gobierno es la izquierda y que además quiere seguir haciéndolo.

Y eso, seguir haciéndolo, es algo que solo es posible ahora y en el futuro —a no ser que cambien mucho las cosas— juntando los votos de muchas izquierdas y también los de alguna derecha tan pragmática como la vasca. Vistas así las cosas, Pedro Sánchez ha hecho lo que debía para salvar su decreto ley anticrisis en el Congreso. Aunque las puertas estuvieran abiertas, lo cierto es que buscar el apoyo del PP solo puede funcionar a modo de último recurso, la última bala. Y lo malo de la última bala —lo han adivinado— es que después ya no queda nada en el cargador.

En el momento en que el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos salve una votación relevante gracias apoyo del PP y de espaldas a sus socios de investidura, la legislatura estará malherida y sin posibilidad de resanarse. Tan grave y malherida como lo estará también si Pedro Sánchez no logra recomponer la confianza con un socio parlamentario clave e imprescindible para sus intereses como ERC. Unos republicanos que, como ya hemos escrito, no quieren romper con el PSOE, pero que no tienen margen de maniobra ante sus votantes y afiliados para templar gaitas en el caso Pegasus. No sin antes haberse cobrado alguna pieza de enjundia en forma de dimisión o ceses.

Como la prioridad para Pedro Sánchez es mantener el frente de izquierdas, lo más plausible es que ese pago exigido se acabe produciendo, aunque primero venzan otros pagarés, como el desbloqueo de la comisión de fondos reservados y la participación en ella de ERC, JxCAT y Bildu. Por cierto, el malestar derivado de su desbloqueo, gracias a la arbitrariedad de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, debiera tener su equivalente en la indignación que también tendría que provocar que una comisión supuestamente tan relevante no se hubiera constituido tras dos años de legislatura. Lamentablemente, esto último no ha merecido un solo comentario. Solo nos sorprenden algunas anomalías democráticas. Otras se dejan pasar sin más e incluso diríase que se celebran.

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El plan original de Pedro Sánchez contemplaba que a estas alturas España estaría disfrutando de un escenario poscovid y gastando a espuertas el dinero de los fondos de reconstrucción europeos para hinchar el globo de la recuperación económica y llegar en buena forma a las próximas elecciones. Pero lo que hay es una guerra, una inflación desbocada, una incertidumbre cada vez mayor entre las empresas y los ciudadanos y rebajas de las previsiones de crecimiento.

Cuando las cosas se ponen feas, el comodín de la izquierda es la izquierda; igual que para la derecha convencional lo es habitualmente aferrarse al discurso de una supuesta buena gestión. De ahí que el interés principal del presidente del Gobierno sea mantener operativo el frente de izquierdas y presente en la agenda el escenario de que el PP solo puede llegar a la Moncloa de la mano de Vox.

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Por eso el PP no puede ser otra cosa que la última bala, la que en las películas sirve habitualmente para suicidarse. Se argumenta que eso va en contra de los intereses de España y en favor de quienes quieren desmembrarla. Hay que decir que hay un algo o un mucho de razón en ello. Como la hay también en el hecho de que en demasiadas ocasiones se incluye entre los destructores a quienes tan solo aspiran legítimamente a reformarla. También aquí cabría recordar un básico parecido al de la hidratación: la legitimidad no deriva de un modo de pensar y entender España, sino de los votos que se consiguen en las urnas y las alianzas que con ellos se construyen.

La votación del decreto ley anticrisis —como en su día la reforma laboral— ha vuelto a evidenciar que Pedro Sánchez es un especialista en salvar pelotas de set, no importa si con el derecho o con el revés. Pero el desgaste que supone vivir al filo del alambre en cada votación relevante no es sostenible y tampoco políticamente rentable. Entre otras cosas, porque desdibuja el foco de lo que se aprueba en favor del circo paralelo de sumas, restas y amenazas de infarto. Por eso los fontaneros van a fajarse para recuperar a ERC, por muy lejos que parezca que esté en este momento. Ni está tan lejos —la estrategia de ERC de los últimos dos años se caería a pedazos sin Pedro Sánchez en la Moncloa— ni para el Gobierno de España la factura será inasumible si se tiene en cuenta que a cambio se ahorra usar la bala suicida. Harán las paces. Faltan por saber el montante total de la reconciliación y la fecha de vencimiento de los pagarés.

A veces nos olvidamos de lo más básico. Beber agua, por ejemplo. Eso explica campañas institucionales tan peregrinas como las que nos recuerdan la obligación de hidratarnos, particularmente en verano. ¿De verdad hay que recordarle a alguien un asunto que debería resolverse sin más ayuda que la puntual advertencia del instinto de supervivencia? Pues eso parece, efectivamente.

Pedro Sánchez Partido Popular (PP)
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