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Josep Martí Blanch

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Gana Felipe VI

La operación de Estado para favorecer y permitir de manera recurrente su regreso a España desde Abu Dabi necesitaba, como todo en la vida, de una primera vez

Foto: Llegada del emérito a la Zarzuela. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Llegada del emérito a la Zarzuela. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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La información que firmaba ayer José Antonio Zarzalejos demuestra que Juan Carlos I sigue viviendo moralmente en su reinado y que no entiende, ni probablemente entenderá de un modo completo, cómo ha cambiado estructuralmente en los últimos años la visión que mayoritariamente en España se tiene, no solo de él, sino también, aunque de un modo menos severo en función de quien ocupe el trono, de la monarquía.

La operación de Estado para favorecer y permitir de manera recurrente su regreso a España desde Abu Dabi necesitaba, como todo en la vida, de una primera vez.

Y este primer 'road show' que se nos ha marcado el emérito no se ha ajustado, según se nos cuenta, a lo pactado con quienes negociaron su regreso. En todo caso, el efecto novedad ya está pasado. Juan Carlos I, fiel a su campechanismo militante que tanto enamoraba en su día, debió pensar que mejor una vez rojo que ciento colorado. Y ya está. Ya pasó, como dicen los padres a los hijos. Hasta la próxima, en junio.

Foto: El rey Juan Carlos, durante su último día en Sanxenxo. (EFE/Lavandeira Jr)

Visto lo visto en la regata, al Rey emérito lo de las nuevas normas fijadas por la Corona en aras de incrementar la exigencia de transparencia de la institución le importan más bien poco. Como poco le importa también el efecto que pueda tener su reaparición a lo grande en los esfuerzos que viene realizando su hijo Felipe VI para resanar los cimientos de legitimidad, credibilidad y confianza de la institución monárquica.

Aunque puede muy bien mirarse el asunto desde otro ángulo que, por paradójico que resulte, permite llegar a la conclusión de que todo lo sucedido no hace otra cosa que favorecer los intereses de Felipe VI.

Los guiones políticos e institucionales, a fin de cuentas, son elementos vivos que van nutriéndose del día a día. Y cada jornada tiene su afán.

En este sentido, cuanto peor se porte el padre, cuanto más razones y motivos proporcione a Felipe VI para que este pueda reconvenirlo, mejor para el actual monarca.

Nada más efectivo que un hijo mostrando el semblante serio ante su padre y demostrando que es mucho más maduro y responsable que su progenitor. El público queda atrapado y seducido por una secuencia de esta índole. Un hijo leyendo la cartilla al padre es el que no va más para convertir al primero en leyenda. Así que esta es una baza ganadora para Felipe VI. Cuanto más le incomode su predecesor, más reforzado puede salir el actual monarca del envite.

No queremos decir que todo esto forme parte de un simulacro guionizado del que todos los actores salen ganando. Sí decimos que, ya que las cartas son las que son y no otras, es normal que los fontaneros reales traten de sacar el máximo rendimiento al asunto. Y puede sacársele y mucho.

Foto: El Rey emérito saluda a la prensa. (EFE/Lavandeira)

Las detalladas explicaciones sobre el ambiente frío que Juan Carlos I se encontraría en el Palacio de la Zarzuela en su visita a la familia, la reunión con Felipe VI preparada a modo de regañina, la negativa a proporcionar una imagen colectiva del encuentro y la narrativa de que el emérito no ha vuelto a casa, sino que ha visitado —y por pocas horas— la casa de otro encajan perfectamente en este enfoque utilitarista por parte de la institución del material que viene proporcionando Juan Carlos I. Y hacen bien su trabajo.

Sobre la matraca por parte del ala socialista del Gobierno respecto a la exigencia de unas explicaciones a Juan Carlos I, basta decir que el Rey emérito ya las da con cada hecho que protagoniza. Además, el comodín del ‘perdón, me he equivocado’ ya lo gastó a las primeras de cambio.

La sociedad había cambiado y era imprescindible hacer lo que hizo para evitar males mayores

Las explicaciones que proporciona su conducta se entienden mejor que cualquier discurso. Y este fin de semana el emérito nos ha dicho claramente que de acuerdo, que le tocó marcharse y poner la corona en la cabeza de otro porque, por lo que le explicaron y explican, la sociedad había cambiado y era imprescindible hacer lo que hizo para evitar males mayores.

Pero una cosa es hacer lo que conviene en aras de proteger tu propio interés y otra muy diferente asumir que lo que has hecho es un abuso en toda regla y que de no ser vos quien sois otro gallo hubiese cantado ante la Justicia. Esto al Rey emérito ha de sonarle a chino mandarín. Porque, si no, no andaría regateando él y regateándonos a los demás. Aunque poco importa ya. La regata tiene un ganador: Felipe VI.

La información que firmaba ayer José Antonio Zarzalejos demuestra que Juan Carlos I sigue viviendo moralmente en su reinado y que no entiende, ni probablemente entenderá de un modo completo, cómo ha cambiado estructuralmente en los últimos años la visión que mayoritariamente en España se tiene, no solo de él, sino también, aunque de un modo menos severo en función de quien ocupe el trono, de la monarquía.

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