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Asesinatos que pesan menos: las hermanas eran pakistaníes
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Josep Martí Blanch

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Asesinatos que pesan menos: las hermanas eran pakistaníes

El doble feminicidio​ no ha merecido la atención que otros casos similares de crímenes machistas despiertan entre nuestros políticos y gobernantes

Foto: La madre de las jóvenes de Terrassa asesinadas en Pakistán. (EFE/Alejandro García)
La madre de las jóvenes de Terrassa asesinadas en Pakistán. (EFE/Alejandro García)
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El asesinato en Pakistán de las hermanas afincadas en Terrassa Aneesa y Arooj Abbas, por atreverse a pedir el divorcio de sus maridos, y los robos que sufrieron en el barrio de Saint-Denis los aficionados del Real Madrid y del Liverpool al abandonar el Stade de France tras la final de la Champions obedecen, en el fondo, a la misma razón: la dimisión de los gobiernos europeos a la hora de mostrarse inflexibles con la posibilidad de que en los guetos —físicos y culturales— se pueda vivir en los márgenes de la legalidad de nuestras sociedades abiertas, plurales y respetuosas con los derechos de las personas sin compartir un mínimo común denominador, no ya de valores, sino de actitudes y de respeto a lo que está catalogado como delito en el Código Penal.

El doble feminicidio no ha merecido la atención que otros casos similares de crímenes machistas despiertan entre nuestros políticos y gobernantes. La cuenta de Twitter de la ministra Irene Montero, que habitualmente funciona como un contador de asesinatos de esta índole, se mantiene en silencio al respecto. En los medios, por su parte, la tragedia viene tratándose como un asunto de sucesos casi ajeno a nuestra realidad. Algo casi natural e inevitable, dada la cultura y procedencia de las hermanas asesinadas y de su familia. Una desgracia, sí, pero ajena y lejana, aunque se trate de dos convecinas nuestras.

Foto: Accused relatives confess to 'honor killing' of 2 sisters in pakistan

La alteración de la agenda política e institucional, en comparación con otros crímenes machistas, ha sido casi imperceptible. Son dos muertes que pesan e importan menos. Esa es la verdad. Eran chicas que percibimos ajenas a nosotros, aunque vivan en los mismos barrios y ciudades. Cosas de los pakistaníes y su extraño y reaccionario código de honor. Pero esta lejanía emocional es solo una parte de la ecuación. Para verla al completo, hay que sumar el miedo de la política a pisar callos alterando el discurso de la multiculturalidad, el pánico a adentrarse en ciertas problemáticas con la excusa de no fomentar el racismo cuando lo racista es precisamente lo contrario.

Lo racista es no dedicar energía y recursos a trabajar concienzudamente en la defensa de los derechos humanos más básicos de la legión de mujeres que, a día de hoy, no los tienen garantizados a pesar de vivir en pueblos y ciudades donde rigen leyes que sí los garantizan.

Algo deberíamos haber aprendido del fracaso estrepitoso de la nación vecina en la integración de personas de diferentes culturas

Porque del matrimonio forzado, un caso extremo y delito en nuestro país desde 2016, tenemos noticias con cierta periodicidad y por fortuna no tan graves como las del doble asesinato. Pero vivimos, esa es la verdad, completamente al margen de la legión de mujeres obligadas, por ejemplo, a encerrarse en casa cuando su cuerpo se rebela contra los atributos de la niñez para abrazar los de la pubertad. Manejamos la paradoja de celebrar una agenda social cada vez más avanzada, se supone, mientras por el retrovisor vamos viendo cada vez más lejos a esos colectivos que viven al margen de nosotros, con otros usos —y nada hay que decir contra eso—, pero también con otra legalidad. Y respecto a esto último sí hay que decir y no poco.

¿Y qué pintan aquí los robos impunes a los aficionados del Madrid y del Liverpool cuando abandonaban el estadio de la final de la Champions? Pues que algo deberíamos haber aprendido del fracaso estrepitoso de la nación vecina en la integración de personas de diferentes culturas. El barrio donde se jugó la final, Saint-Denis, es uno de tantos repartidos por las ciudades francesas que solo comparten con la Republique el espacio físico, pero que quedan al margen de ella en lo que atañe a valores y capacidad del Estado para hacer respetar las leyes en su interior.

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En el primer mandato de Macron, el reelegido presidente francés impulsó una agenda legislativa para que fuera imposible en Francia —decía— vivir sin respetar los valores democráticos de la República. Pero más allá de los discursos, es una realidad que el Estado francés no tiene energía, fuerza ni recursos suficientes para convertir en realidad esos objetivos, que son para la mayoría de nuestros vecinos a estas alturas pura utopía. Francia ha llegado tarde. Hay trozos del país vecino que han dejado de ser europeos en el sentido moral del término; no porque vivan personas con otras convicciones, sino porque esas convicciones son incompatibles con nuestro modelo de sociedad y con nuestro Código Penal. El exjugador francés Thierry Henry, que comentaba la final para una televisión inglesa, dijo que a ningún telespectador le gustaría vivir en Saint-Denis porque eso no es París. Todo el mundo entendió exactamente lo que quería decir. No es París, no es Francia. De esa realidad vive la ultraderecha, y no solo en el país galo.

La cultura política catalana, desde el ya lejano pujolismo, afirma que es catalán quien vive y trabaja en Cataluña. De ser cierto, las dos hermanas fallecidas eran, pues, dos catalanas que, merced a la complicidad de su familia, han acabado torturadas y asesinadas en su región de origen, en Pakistán. Pero sabemos que eso no es cierto, puesto que la reacción al doble asesinato no guarda proporción con la que se hubiera producido caso de ser dos jóvenes hermanas españolas de 'toda la vida' las que hubieran tenido un final tan trágico.

Mirar para otro lado es mal asunto. Fomenta el racismo y da alas al populismo político xenófobo. Para cuando se quiere rectificar, ya es tarde

Mirar para otro lado es mal asunto. Fomenta el racismo y da alas al populismo político xenófobo. Para cuando se quiere rectificar, ya es tarde —hay muchos ejemplos al norte de nuestras fronteras— y se han cronificado comportamientos y actitudes que debiéramos combatir sin dilación, con tantos recursos como fuera posible, desde hace ya tiempo.

Las dos hermanas fallecidas merecen más respeto, más atención y sobre todo más vehemencia en los discursos sobre las causas que han propiciado la tragedia. El respeto y la atención que seamos capaces de dar a su memoria es, en el fondo, el que nos profesamos a nosotros mismos y a nuestros valores. A decir verdad y visto lo visto, más bien poco.

El asesinato en Pakistán de las hermanas afincadas en Terrassa Aneesa y Arooj Abbas, por atreverse a pedir el divorcio de sus maridos, y los robos que sufrieron en el barrio de Saint-Denis los aficionados del Real Madrid y del Liverpool al abandonar el Stade de France tras la final de la Champions obedecen, en el fondo, a la misma razón: la dimisión de los gobiernos europeos a la hora de mostrarse inflexibles con la posibilidad de que en los guetos —físicos y culturales— se pueda vivir en los márgenes de la legalidad de nuestras sociedades abiertas, plurales y respetuosas con los derechos de las personas sin compartir un mínimo común denominador, no ya de valores, sino de actitudes y de respeto a lo que está catalogado como delito en el Código Penal.

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