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Si te ahogas, no le pidas favores a un tiburón
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Si te ahogas, no le pidas favores a un tiburón

El Gobierno debiera tomar nota del caso Celsa, como recordatorio de lo importante que sigue siendo ser consciente de que lo que se pide un día ha de devolverse otro

Foto: Trabajadores del Grupo Celsa protestan por la situación crítica de la empresa. (EFE/Pablo Ayerbe)
Trabajadores del Grupo Celsa protestan por la situación crítica de la empresa. (EFE/Pablo Ayerbe)
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Reindustrializar. He aquí uno de los mantras que nos acompaña desde hace un tiempo. Nadie acaba de saber cómo, pero la consigna es clara: ¡hay que reindustrializar! Solo que, en general, la inercia de tanto tiempo sigue llevándonos en el sentido contrario a la consigna que ahora proclamamos. Se nota más, claro, en aquellos territorios en los que el peso de la industria llegó a ser muy significativo en el pasado, como en Cataluña.

Hay que leer el libro 'La burguesía catalana. Retrato de la élite que perdió la partida' (Península, 2022), del periodista Manel Pérez, para entender, entre muchas otras cosas, porque como afirma el autor, no hay región europea que haya sufrido en las últimas décadas una destrucción industrial de tanta intensidad. Se apostó por dejar de producir, por vender las empresas, por las rentas, el turismo y la inversión financiera.

Así que, en cierto sentido, los llamamientos a la reindustrialización del presente son el lamento de quien creía comerse el mundo mientras era el mundo quien se lo comía a él. Ahora, pasada la moda de ver las fábricas como recuerdos del pleistoceno, la lista de virtudes de la industria no para de crecer y se multiplican las alabanzas de lo que un día tuvimos y despreciamos: salarios razonables, incentivos para la innovación, efecto multiplicador sobre otros sectores, autosuficiencia de productos en el mercado interno. El río ha modificado el curso y los mismos gurús que prescribían deslocalizaciones señalan ahora el camino contrario. Los demás, como siempre, estamos atentos a las instrucciones. ¿Hay que reindustrializar? De acuerdo. Alguien ya dirá como. O no, que es lo más probable.

Foto: Joan Canadell. (EFE/Marta Pérez)

Lo que estaría bien, para empezar, es no perder lo que aún conservamos. Y entre lo que aún se tiene, destaca Celsa, la compañía familiar del acero que lleva semanas embarrancada en una lucha sin cuartel entre sus propietarios y sus acreedores a cuenta de las condiciones impuestas por la SEPI para liberar 550 millones de euros en ayudas públicas sin los cuales la compañía está condenada a morir por asfixia (para detalles lean las precisas y puntuales informaciones de Agustín Marco). Como los plazos para hacer efectivo el rescate público están ya agotándose, estos últimos días la guerra a muerte entre propiedad y tenedores de deuda de la compañía ha alcanzado niveles de conflagración nuclear. Y como toda guerra, esta también está librándose en el campo de la propaganda bajo la narrativa de héroes y villanos. Los malos, como es debido, siempre son los otros. Para la propiedad, los fondos oportunistas que compraron la deuda a precio de derribo a los bancos y que ahora pretenden sacar pingües beneficios, amén de quedarse con buena parte de la compañía. Y para los fondos, la propiedad que ha demostrado una continuada muy mala gestión, condenando a la compañía a malvivir por culpa de una pelota de deuda inasumible.

Sindicatos, patronales, gobiernos autonómicos y la propia SEPI están alineados con las tesis que defiende la empresa. El Jocker son los fondos oportunistas y especulativos a los que solo les importa el dinero. Y hay que decir que tienen toda la razón. Porque la historia de Celsa, una vez en manos de estas aves rapaces, está escrita; como lo ha estado antes el de tantas compañías que, asfixiadas por las deudas, han acabado doblando la rodilla ante la voracidad inagotable de la piratería financiera legal.

Foto: Planta siderúrgica. (Unsplash)

La gestión de la propiedad puede ser mejor o peor, pero al menos se adivina un compromiso con los 4.500 empleados directos que la compañía tiene en España y con el proyecto industrial a largo plazo que la empresa representa. En manos de los fondos el compromiso es solo con el dinero y la experiencia ya nos ha enseñado a donde llevan esos proyectos: a las grandes plusvalías para unos pocos y a la nada para el resto.

Pero, acabe como acabe lo de Celsa, hay otra lección a extraer del asunto en el que no parece que haya mucho interés en reparar, a pesar de lo mucho que viene escribiéndose sobre el tema estos días. Y es la amenaza de muerte que tarde o temprano acaba haciéndose efectiva sobre todo proyecto asentado sobre una pelota gigantesca de deuda. Igual que andamos ahora repitiendo como loros lo de la reindustrialización, una vez que los gurús nos dijeron que ya no era de paletos reivindicarla, también con la deuda hubo un cambio de acera de los grandes ideólogos de la economía, que pasaron de recomendar la austeridad y el equilibrio presupuestario en las cuentas públicas a prescribir que la única manera de salir adelante es gastar lo que no se tiene vía tomar prestado.

"La amenaza de muerte, tarde o temprano, acaba haciéndose efectiva sobre todo proyecto asentado sobre una pelota gigantesca de deuda"

El Gobierno debiera tomar nota del caso Celsa como recordatorio de lo importante que sigue siendo ser consciente de que lo que se pide un día ha de devolverse otro, y que no hay que esperar favores de los acreedores. Con el nuevo escenario que va abriéndose paso en la política monetaria europea, a España le conviene repasar algunas lecciones al respecto. La guerra de Celsa, que esperemos acabe ganando la propiedad por el bien de la compañía, sirve perfectamente para hacerlo. Aunque la lección principal es bastante fácil de retener. Se limita a tener presente que quien tiene su culo alquilado no podrá sentarse cuando le venga en gana. Vale para todos. Incluidos los Estados.

Reindustrializar. He aquí uno de los mantras que nos acompaña desde hace un tiempo. Nadie acaba de saber cómo, pero la consigna es clara: ¡hay que reindustrializar! Solo que, en general, la inercia de tanto tiempo sigue llevándonos en el sentido contrario a la consigna que ahora proclamamos. Se nota más, claro, en aquellos territorios en los que el peso de la industria llegó a ser muy significativo en el pasado, como en Cataluña.

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