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Telefónica y la Administración, contra Uber y Glovo
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Telefónica y la Administración, contra Uber y Glovo

La doble cara de las condiciones de trabajo se acentúa. Unos consiguen mejoras y prebendas mientras a otros se les condena a galeras

Foto: Foto: EFE/EPA/Will Oliver.
Foto: EFE/EPA/Will Oliver.
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España está de enhorabuena. Particularmente su mercado de trabajo. Es un no parar de noticiones que anticipan un paraíso en la tierra para los currantes jamás antes imaginado. Ahí está el gigante de las telecomunicaciones patrias, Telefónica, anunciando la semana laboral de 35 horas para quien así lo desee. La modernidad siempre llega de la mano de los grandes, y con más motivo cuando a través de la subcontratación ya no figuran entre la lista de empleados propios miles y miles de profesionales que acumulan décadas de progresiva precarización de sus condiciones de trabajo. Ahí están, en el sector de las telecos, los colectivos de instaladores o de atención al cliente, por poner dos ejemplos. También la Administración, el más gigantesco de los empleadores, pone de su parte para que el edén laboral no se demore. Economía ya anunció la mayor oferta de empleo público de la historia y, en paralelo, se concretan los planes para que el teletrabajo se convierta en la norma habitual para los servidores públicos tres días a la semana. Nos alegramos por la mejora de las condiciones laborales de todos los colectivos y también, cómo no, de las de los funcionarios que tan diligentemente —ahora desde sus domicilios— corren para socorrernos a diario en todas nuestras necesidades.

El mundo del trabajo va tornándose, pues, de color de rosa, mal que les pese a los aguafiestas. Solo que, por lo que se va viendo, lo de la mejoría solo aplica para unas cuantas categorías, mientras que para muchas otras la realidad sigue siendo el progresivo deterioro de sus condiciones de trabajo a caballo de una manera de entender la empresa basada en exprimir al trabajador bajo la medieval y para nada liberal convicción de que es el mercado, amigo.

Foto: Un conductor tapa el logo de Cabify en la mampara interior del vehículo para recoger también clientes de Uber. (EC)

El último ejemplo al respecto es la información que ayer firmaba Irene Cortés en este periódico sobre los descuentos en nómina a los conductores de Moove Cars que trabajan bajo la enseña de Uber, sancionados sin motivo por absentismo o incumplimiento del horario por el algoritmo de la empresa que efectúa el control horario de estos profesionales de un modo más que sospechoso, abocados a exceder de mucho las ocho horas formales de trabajo para que su jornada pueda contabilizarse como completa. El problema de estas cuestiones es, a veces se olvida, de índole tremendamente práctica y no radica jamás en las concepciones teóricas, es igual la familia política que las enarbole, que acompañan y dan supuesta validez al discurso económico o del mercado de trabajo. El problema es tremendamente práctico: ¿hay o no hay una acelerada precarización del mundo del trabajo? Si miramos a las 35 horas de Telefónica o al teletrabajo de los funcionarios, parece que no. Si nos ponemos en la piel de los conductores de la información reseñada, lo que no parece razonable es que hoy no estén todos los inspectores de Trabajo levantando actas de infracción sobre lo que explicaba ayer este periódico.

En agosto de 2021 entró en vigor la denominada 'ley rider' para acabar con las prácticas abusivas que eran —y en algunos casos siguen siendo— moneda común en el sector del reparto a domicilio. Un año después, Glovo sigue buscando la manera de esquivar la legislación para continuar usando y abusando de la figura del falso autónomo. El último invento, intentar que cada restaurante reciba una factura por cada pedido emitida por el repartidor para que quede claro que no hay relación contractual alguna entre Glovo y el ciclista de turno. Tal es la poca predisposición de Glovo a cumplir la ley que en marzo su competidora, Uber Eats, por boca de su directora general, Courtney Tims, la acusaba de incumplir la ley en una carta remitida a la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. Digamos que la carta, amén de una acusación a Glovo, lo era también al Gobierno.

Foto: (Reuters/Paul Hanna)

Lo que este tipo de empresas plantean como una guerra entre modernidad e inmovilismo no es tal. Es tan solo el intento de blanquear bajo el anzuelo de la modernidad y un progreso inevitable las peores prácticas corporativas para el bienestar futuro de una sociedad, pintando valor añadido y revalorizaciones de las acciones a expensas de maltratar al trabajador y de intentar escapar a las limitaciones que el legislador intenta imponer a base de gastar dinero en bufetes y compañías de relaciones públicas. Eso sí, siempre dejando claro en la página web lo importantes que son las personas en ese proyecto empresarial y cuánto les importa el progreso de la sociedad.

Entre las frases hechas que maneja con asiduidad la clase política, es igual que sea de derechas o de izquierdas, hay una que siempre figura en el 'top': no vamos a dejar a nadie atrás. Muy bien. Aplíquese al mercado de trabajo. Celebremos las 35 horas de Telefónica, el teletrabajo en la Administración e incluso que quien pueda disfrutar del privilegio reciba su nómina mensual simplemente por levantarse de la cama y hacer tres comidas al día. Pero no perdamos de vista ni seamos cómplices pasivos de la progresiva degradación de parte de nuestro mercado de trabajo. Quien trabaja ha de poder construir un proyecto de vida gracias a su ocupación. Si no somos capaces de mantener entre todos ese compromiso, llegará el día en que no será posible seguir defendiendo nuestro modelo de sociedad.

España está de enhorabuena. Particularmente su mercado de trabajo. Es un no parar de noticiones que anticipan un paraíso en la tierra para los currantes jamás antes imaginado. Ahí está el gigante de las telecomunicaciones patrias, Telefónica, anunciando la semana laboral de 35 horas para quien así lo desee. La modernidad siempre llega de la mano de los grandes, y con más motivo cuando a través de la subcontratación ya no figuran entre la lista de empleados propios miles y miles de profesionales que acumulan décadas de progresiva precarización de sus condiciones de trabajo. Ahí están, en el sector de las telecos, los colectivos de instaladores o de atención al cliente, por poner dos ejemplos. También la Administración, el más gigantesco de los empleadores, pone de su parte para que el edén laboral no se demore. Economía ya anunció la mayor oferta de empleo público de la historia y, en paralelo, se concretan los planes para que el teletrabajo se convierta en la norma habitual para los servidores públicos tres días a la semana. Nos alegramos por la mejora de las condiciones laborales de todos los colectivos y también, cómo no, de las de los funcionarios que tan diligentemente —ahora desde sus domicilios— corren para socorrernos a diario en todas nuestras necesidades.

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