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España, medalla de plata en empobrecimiento y sin aire acondicionado
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Josep Martí Blanch

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España, medalla de plata en empobrecimiento y sin aire acondicionado

En este escenario de acusado empobrecimiento ciudadano, que afecta a todos, pero mucho más al que ya renqueaba antes de que diera inicio la fiesta, las medidas de ahorro energético no son el fin del mundo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Ballesteros)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Ballesteros)
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Es una lástima que no pueda ahorrarse de verdad —dinero, se entiende— aprobando un decreto-ley. Sería lo más que el currito que llega a final de mes más apretado que el traje de un torero pudiese, de golpe y gracias al BOE, poner en la hucha cerdito el 20% de su salario para caprichos o necesidades futuras. Pero como el Gobierno tiene limitaciones, y los milagros exceden a sus competencias, vamos a conformarnos de momento ahorrando energía en los edificios públicos y los privados de uso común. Es normal que los domicilios hayan quedado fuera del decreto-ley aprobado. No por una sensibilidad extrema del Gobierno para con la privacidad y la libertad individual —con el covid ya saltaron todos los frenos y si haces pop, ya no hay 'stop'—; simplemente sabe quien nos gobierna que en la mayoría de las casas ya se están cambiando los hábitos sin más coacción que la de las facturas que las empresas energéticas han remitido en los meses precedentes. Pongámonos hiperbólicos: la sudamina ya es el 'top' del verano y el sabañón será tendencia el próximo invierno con toda seguridad.

Ayer supimos que los españoles han conquistado la medalla de plata en la competición mundial de pérdida de poder adquisitivo. Vamos por detrás de los austriacos, que lucen de momento el oro con orgullo. La guerra golpea a todos, pero a unos más que a otros. Y a nosotros, de los que más. En este escenario de acusado empobrecimiento ciudadano, que afecta a todos, pero mucho más al que ya renqueaba antes de que diera inicio la fiesta, las medidas de ahorro energético no son el fin del mundo.

Algo habrá que poner de nuestra parte —además de empobrecimiento— si de verdad nos creemos que estamos metidos en una guerra en la que se decide la seguridad de nuestro futuro colectivo como europeos y la prevalencia de nuestros valores ante quienes los amenazan. Porque esto es lo que se nos dice para justificar la posición del bloque al que pertenecemos. ¿Un poco de calor? ¿Un poco de frío? Nada comparado con las levas obligatorias y la repatriación de ataúdes de las que nos mantenemos al margen, ¿no les parece? ¿O es que acaso queremos ganar la guerra, ucranianos mediante, mientras vamos pidiendo una ronda de cañas tras otra?

Si de verdad creyésemos que la guerra ruso-ucraniana es una moneda a cara o cruz para nuestro devenir, no estaríamos discutiendo sobre el fondo de ningún decreto y ni siquiera la inflación nos quitaría el sueño, al menos durante un tiempo. Ganar o perder. Eso sería todo. Pero lo cierto es que no nos lo creemos del todo, o simplemente resultaba más fácil hacerlo cuando aún estábamos en una fase en la que los costes eran previsiones teóricas y no realidades concretas, como ya vienen siendo desde hace meses.

Sobre el decreto —precipitado, improvisado, técnicamente muy mejorable y de obligada rectificación en muchos de sus extremos cuando entre en vigor, porque la realidad no la puede cambiar a martillazos ni siquiera el BOE—, lo que no deja de sorprender es la incapacidad del Gobierno de intentar compartir con los otros actores políticos e institucionales la responsabilidad de definir y concretar medidas de tal calibre.

Ni con la oposición —para intentar trasladar la convicción de que estamos ante una cuestión de Estado que merece como tal un trabajo conjunto— ni con las comunidades autónomas, que serán las encargadas, junto a los municipios, de su despliegue, vigilancia y penalización de su incumplimiento.

Foto: El lendakari, Iñigo Urkullu, en un acto en San Sebastián. (EFE/Javier Etxezarreta)

No pueden sorprender, pues, las críticas, tanto de la oposición como de las autonomías, ante los trágalas improvisados que tanto le gustan a Pedro Sánchez. Se argumentará, quizá con razón, que no serviría de nada, puesto que no hallaría complicidad alguna. Da lo mismo. La responsabilidad de probarlo es de quien está al frente del Gobierno. Siempre hay que exigir más a este que a la oposición y también hay que pedirle más a quien está en el vértice del poder del Estado que a los gobernantes regionales. Otra cosa es que eso justifique exabruptos como el de Isabel Díaz Ayuso, calificando de totalitario a Pedro Sánchez. El totalitarismo es otra cosa y nada tiene que ver, por suerte, con la frivolidad, un atributo más cercano a la manera de hacer del presidente del Gobierno y su equipo.

El decreto cumple con los objetivos básicos de su redacción. Enseñamos la carta de nuestra solidaridad para con nuestros vecinos europeos y les recuerda a los españoles, en pleno éxodo vacacional, que han de prepararse ya mismo para un mundo diferente y peor. Lo que no ha conseguido es trasladar —por su improvisación— la sensación de que el Gobierno sepa muy bien lo que se hace. Pero por ahí puede estar tranquilo Pedro Sánchez. No será por el calor o el frío en las oficinas que al Gobierno seguirán poniéndosele las cosas muy difíciles en los próximos meses. Es la inflación, amigo, ni la calefacción ni el aire acondicionado.

Es una lástima que no pueda ahorrarse de verdad —dinero, se entiende— aprobando un decreto-ley. Sería lo más que el currito que llega a final de mes más apretado que el traje de un torero pudiese, de golpe y gracias al BOE, poner en la hucha cerdito el 20% de su salario para caprichos o necesidades futuras. Pero como el Gobierno tiene limitaciones, y los milagros exceden a sus competencias, vamos a conformarnos de momento ahorrando energía en los edificios públicos y los privados de uso común. Es normal que los domicilios hayan quedado fuera del decreto-ley aprobado. No por una sensibilidad extrema del Gobierno para con la privacidad y la libertad individual —con el covid ya saltaron todos los frenos y si haces pop, ya no hay 'stop'—; simplemente sabe quien nos gobierna que en la mayoría de las casas ya se están cambiando los hábitos sin más coacción que la de las facturas que las empresas energéticas han remitido en los meses precedentes. Pongámonos hiperbólicos: la sudamina ya es el 'top' del verano y el sabañón será tendencia el próximo invierno con toda seguridad.

Pedro Sánchez Inflación
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