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Mercado eléctrico: la UE promete ibuprofenos, la morfina tiene otros tempos
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Josep Martí Blanch

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Mercado eléctrico: la UE promete ibuprofenos, la morfina tiene otros tempos

El mercado energético europeo no funciona en el escenario de guerra actual en Ucrania y algo hay que hacer para asegurar tanto el suministro como la competitividad de la industria

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Filip Singer)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Filip Singer)
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De momento sabemos el qué —reforma del mercado eléctrico europeo—, pero manejamos pocos detalles sobre el cómo. Ursula von der Leyen enterró ayer el verano político del continente dando la razón a la estrategia de España y Portugal de los últimos meses. El mercado energético europeo no funciona en el escenario de guerra actual y algo hay que hacer para asegurar tanto el suministro —ayer, el consejero delegado de Shell, Ben Van Beurden, abría explícitamente la puerta al racionamiento durante los próximos inviernos— como la competitividad de la industria hasta donde sea posible y el mínimo bienestar de toda la población, con especial atención a quien no podrá hacer frente a los pagos de las facturas de servicios básicos si se confirman los peores augurios de la escalada de precios.

Es razonable que la Comisión Europea, igual que hizo durante el covid, se atreva a dinamitar las reglas actuales del mercado eléctrico. Otra cosa distinta es cuánto puede hacerse de hoy para mañana —en el cortísimo plazo, para entendernos— que sea suficiente para evitar una oleada creciente de malestar. Y no puede serlo. Está muy bien afirmar que se acabó la era del gas y del petróleo ruso y que hay que acelerar con las fuentes alternativas de energía y encamarse con nuevos proveedores.

De acuerdo. Solo que no resulta posible hacerlo con la velocidad que las circunstancias imponen. Si mañana empezasen, con el permiso de los franceses, las obras del Midcat, ¿cuándo entraría la infraestructura en funcionamiento? Lo mismo podemos preguntarnos sobre las energías verdes. ¿Cuánto tiempo que no tenemos es de menester para que esas fuentes de energía cubran un porcentaje importante de nuestras necesidades?

Foto: Tuberías de gas. (EFE/EPA/Martin Divisek)

Convertir el mercado eléctrico europeo en algo razonable a tenor de las circunstancias actuales es una obligación política. Si eso permite que los precios respiren —aunque no lo suficiente—, bienvenida sea la reforma Von der Leyen. Un analgésico insuficiente siempre es mejor que nada cuando el cuerpo duele. Pero hay que ser conscientes de que la reforma, en el corto y en el medio plazo, puede proporcionar los beneficios del ibuprofeno, del paracetamol o, siendo optimistas, el nolotil líquido. Y lo que se necesita, a tenor de lo que se va viendo, son parches de morfina si Putin juega el comodín del gas a fondo. La excepción ibérica que España y Portugal lograron imponer hace unos meses es un ejemplo bien claro de ello: alivia ligeramente, pero no evita el dolor.

Europa se enfrenta, son los propios líderes políticos los que no paran de insistir en ello, a un futuro ciertamente incierto. Hace cuatro días, Emanuel Macron anunciaba el apocalipsis: fin de la abundancia y llegada de una nueva era de escasez. Los gobernantes van preparándose el terreno para tiempos difíciles. Y siempre es mejor anunciar el fin del mundo y que este no llegue, que no negar la dificultades —como hizo en su día Rodríguez Zapatero— y que estas te barran después como un huracán a las primeras de cambio. Pero aun descontando el sentido de autoprotección política de algunos discursos, lo cierto es que se está formado una especie de tormenta perfecta que no examinará solo la solidez de los gobiernos nacionales, sino también la de la propia Unión Europea.

Es mejor anunciar el fin del mundo y que este no llegue, que no negar la dificultades y que estas te barran después a las primeras de cambio

Las elecciones italianas son un buen ejemplo. El 'establishment' mediático asiste perplejo al hecho de que Giorgia Meloni, con su apuesta de “Patria, Dios y familia”, lidere las encuestas y que la coalición de su partido, los Fratelli, con la Liga de Salvini y la Forza Italia de Berlusconi pueda garantizarle la plaza de primera ministra del país transalpino. No debiera sorprendernos tanto. Meloni ofrece, desde la credibilidad de ser la única en oponerse desde el primer día al Gobierno del tecnócrata Mario Draghi, un sueño a los italianos asustados por la pérdida de poder adquisitivo, por el deterioro del mercado de trabajo, la inmigración descontrolada que pone en peligro la identidad italiana (según su discurso) y la agenda izquierdista que ha deteriorado los pilares que funcionaban como sostén del individuo cuando el Estado dejaba de hacerlo (la familia). Meloni no es antieuropeísta, a la manera de los 'brexiters', pero es partidaria de reforzar la soberanía nacional frente a la “burocracia” europea. En la práctica, un Gobierno de Meloni serán malas noticias para un determinado tipo de UE. Aunque es bien sabido que la capacidad de las instituciones comunitarias para amilanar según qué discursos la obligará a un ejercicio de realismo si lidera el Gobierno italiano. Ya se vio en su día, con una coyuntura diferente, con el Gobierno griego de Alexis Tsipras que hay que tener cuidado con los pulsos a la UE.

Pero si Europa quiere mantenerse a salvo de los embates populistas de derecha e izquierda, no tiene más remedio que aprender nuevos pases de baile. Lo hizo con el covid, lo hizo Draghi en su día para salvar el euro y debe hacerlo con la crisis energética y económica derivada del nuevo tablero geopolítico que ha inaugurado explícitamente el conflicto ruso-ucraniano. No se puede jugar al futbol con las reglas del básquet. Y eso no tiene nada que ver con el fin del liberalismo y otras milongas que los que siempre tienen guerras ideológicas que ganar se empeñan en destacar a cada intento de hacer las cosas diferentes. A fin de cuentas, no hay mercado menos liberal por intervenido que el energético. Solo que ha llegado el momento de intervenirlo de otra manera.

De momento sabemos el qué —reforma del mercado eléctrico europeo—, pero manejamos pocos detalles sobre el cómo. Ursula von der Leyen enterró ayer el verano político del continente dando la razón a la estrategia de España y Portugal de los últimos meses. El mercado energético europeo no funciona en el escenario de guerra actual y algo hay que hacer para asegurar tanto el suministro —ayer, el consejero delegado de Shell, Ben Van Beurden, abría explícitamente la puerta al racionamiento durante los próximos inviernos— como la competitividad de la industria hasta donde sea posible y el mínimo bienestar de toda la población, con especial atención a quien no podrá hacer frente a los pagos de las facturas de servicios básicos si se confirman los peores augurios de la escalada de precios.

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