Pesca de arrastre
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Foment del Treball y la cruzada por la ampliación del aeropuerto
Quién sabe, quizá la tozudez de Sánchez-Llibre sirva de algo. Imposible de determinar en una Cataluña que perdió hace tiempo el sentido de la realidad
La misma película una y otra vez. Vivir condenado a visionar eternamente la misma serie de televisión sin cambiar de canal ni levantarse del sofá. Verano Azul, por decir algo. Maratones de episodios repetidos hasta la saciedad. Hasta aprenderse de memoria todos los diálogos. Y aun sabiendo como se desarrolla la trama, fantasear con que en algún momento llegará la sorpresa y el final será otro. Que Chanquete no se muere y que será feliz y vivirá para siempre. Eso es Cataluña en estos momentos. Hay un millón de formas de aburrirse y aquí hemos escogido vivir atrapados en el tiempo. Pensará el lector que todo esto viene a cuenta de la Diada y la resaca de la manifestación. No es el caso. El bucle es tan generalizado y la sensación de caminar en círculos tan profunda que uno puede escoger entre un amplio abanico de temas. Y hoy le toca al aeropuerto de Barcelona y a la inversión fallida de 1.700 millones de euros por parte de AENA que la Generalitat rechazó por criterios medioambientales hace un año.
Hace quince años, en 2007, la escuela de negocios IESE reunía a lo más granado del mundo económico y empresarial para reivindicar que se invirtiese en el aeropuerto de Barcelona para garantizarle conexiones internacionales. Tan importante era el asunto que sirvió de excusa para dilapidar una montaña de dinero público en Spanair, una aerolínea con apariencia de privada, pero que solo funcionó mientras fluyó el dinero público de la Generalitat (nada, por otra parte, extraordinario en el mundo de las compañías de aviación) hasta 2012. Fue dejar de transferir dinero desde la administración y que los aviones se quedasen en tierra por falta de combustible. Pero era tan importante apostar por el aeropuerto que la operación, aunque fallida, se dio por buena y pocas voces la criticaron. Programas electorales, discursos, jornadas, libros, artículos y eventos manifestaban la necesidad de un aeropuerto mejor que pudiera competir en condiciones de igualdad con el resto de 'hubs' europeos para no perder el tren de la competitividad. Todo ello acompañado de la consiguiente petición de que el aeropuerto se gestionase desde Cataluña para acabar con la discriminación que seguro practicaba AENA. Y así, por los años de los años, la letanía del aeropuerto nos acompañó permanentemente: si tuviéramos un aeropuerto de verdad…uy, si tuviéramos un aeropuerto de verdad, ¡los catalanes nos comeríamos el mundo!
Este discurso se deshizo como un azucarillo cuando AENA presentó el año pasado su plan para ampliar el aeropuerto de Barcelona con una inversión de 1.700 millones. El ambientalismo sirvió de excusa perfecta para que la Generalitat —en particular su presidente, Pere Aragonès— desdeñase la oferta, argumentando que no se trataba de algo consensuado y que no cumplía con los requisitos de sostenibilidad. A partir de aquí el proyecto rodó cuesta abajo hasta que acabó enterrado por un aluvión de críticas: que si el futuro no pasa por los aviones, que menos aeropuerto de Barcelona y más apostar por los aeródromos de Girona y Reus, que el turismo es como las plagas de langostas, etc. El resultado final ya es conocido. AENA cerro su plan de inversiones, dejó fuera el proyecto de Barcelona y la Generalitat se quedó sin excusas durante un tiempo —poco— para seguir culpando al centralismo de las estrecheces aeroportuarias.
Así que toca irse de nuevo al principio. De vuelta al primer episodio de la serie tres lustros después. En lugar de un acto en IESE, ahora es una comisión creada por la patronal catalana Foment del Treball la que mueve la primera ficha. Buscará una solución técnica a la ampliación que pueda alcanzar un consenso entre todas las administraciones para que sea más fácil hacerla efectiva. Josep Sánchez-Llibre, presidente de Foment, lidera la iniciativa que quiere ser apolítica y, como siempre en Cataluña con las iniciativas de la sociedad civil, contentar a todo el mundo. De ahí que desde la patronal no se culpe a nadie del desaguisado hasta la fecha y se practique la equidistancia perfecta: quizás AENA se equivocó imponiendo su proyecto, quizás la Generalitat se precipitó rechazándolo, quizás todos tuvieron un mal día. Quizás, quizás, quizás, como en el bolero.
Empecemos de cero y hagamos posible el aeropuerto, dicen los empresarios con el juguete de la comisión que recién ha echado a andar. El objetivo es conseguir que AENA pueda incluir en su próximo plan de inversiones para 2027-2031 la obras que la Generalitat desdeñó. La comisión debutó ayer con su primera reunión y trabajará durante nueve meses antes de presentar sus conclusiones. El plazo de tiempo escogido no es aleatorio ni responde a las necesidades del encargo a desarrollar. Lo que pasa es que Foment no quiere explicitar su apuesta antes de las elecciones municipales de 2023 para no pisar ningún callo en periodo preelectoral que eche a perder el último intento del lobby empresarial de recuperar una inversión tan importante.
Quién sabe, quizá la tozudez de Sánchez-Llibre sirva de algo. Imposible de determinar en una Cataluña que perdió hace tiempo el sentido de la realidad y que gasta prácticamente toda su energía estudiando con asombroso detalle su propio ombligo. Es difícil que crezca hierba en un lugar donde la política se empeña en pisotear cualquier intento de siembra. Pero hay que intentarlo.
La misma película una y otra vez. Vivir condenado a visionar eternamente la misma serie de televisión sin cambiar de canal ni levantarse del sofá. Verano Azul, por decir algo. Maratones de episodios repetidos hasta la saciedad. Hasta aprenderse de memoria todos los diálogos. Y aun sabiendo como se desarrolla la trama, fantasear con que en algún momento llegará la sorpresa y el final será otro. Que Chanquete no se muere y que será feliz y vivirá para siempre. Eso es Cataluña en estos momentos. Hay un millón de formas de aburrirse y aquí hemos escogido vivir atrapados en el tiempo. Pensará el lector que todo esto viene a cuenta de la Diada y la resaca de la manifestación. No es el caso. El bucle es tan generalizado y la sensación de caminar en círculos tan profunda que uno puede escoger entre un amplio abanico de temas. Y hoy le toca al aeropuerto de Barcelona y a la inversión fallida de 1.700 millones de euros por parte de AENA que la Generalitat rechazó por criterios medioambientales hace un año.
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