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El no juicio a Jordi Pujol
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Josep Martí Blanch

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El no juicio a Jordi Pujol

Su edad pero sobre todo la lesión cerebral provocada por el ictus padecido hace unos días hacen improbable que acabemos viendo al fundador de Convergència sentado en el banquillo de los acusados

Foto: El expresidente catalán Jordi Pujol. (EFE/Alejandro García)
El expresidente catalán Jordi Pujol. (EFE/Alejandro García)
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Es cada vez más difícil que Jordi Pujol, presidente de la Generalitat en el periodo 1980-2003, convaleciente en estos momentos en el Hospital de Sant Pau de Barcelona, pueda ser juzgado. Su edad (92) pero sobre todo la lesión cerebral provocada por el ictus padecido hace unos días y las secuelas que de él se deriven hacen improbable que acabemos viendo al fundador de Convergència sentado en el banquillo de los acusados.

El juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz ya exoneró a la esposa del expresidente de la Generalitat, Marta Ferrussola, por motivos de salud cuando decidió enviar a juicio a Jordi Pujol y a sus siete hijos, acusados de asociación ilícita, blanqueo, falsificación y delitos contra la Hacienda pública. Caso de confirmarse la imposibilidad del juicio al expresidente cuando se determine definitivamente la gravedad de las secuelas, no habrá para la historia una verdad judicial que lo condene o absuelva.

Foto: El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol, en una imagen de archivo. (EFE)

Una vez más, los tempos de la Justicia —periodos de instrucción eternos y lentitud a la hora de encajar un juicio en el calendario por falta de recursos— harán que no haya justicia posible. Solo hay un hecho objetivo confesado por el propio Jordi Pujol —una herencia no declarada— y unas acusaciones mucho más graves por parte del juez instructor, que son las que deberían probarse en el tribunal. Si finalmente no es juzgado, no nos quedará otra que seguir militando en el prejuicio y las percepciones, cada uno las suyas. Vamos a seguir a oscuras sobre el particular. El hombre más importante de la historia política de Cataluña en democracia quedará a merced de la opinión de él que cada uno se haya formado a través de los recortes de periódico. Una sentencia no garantiza la verdad, tampoco convence de nada —sea absolutoria o condenatoria— al ciudadano que se siente juez sin serlo, pero oficializa una realidad que ya resulta inalterable para el mañana.

Una sentencia no convence de nada al ciudadano que se siente juez sin serlo, pero oficializa una realidad que resulta inalterable para el mañana

La agenda política del último decenio en Cataluña, particularmente la respuesta de algunos personajes poco o nada escrupulosos con la legalidad desde el propio Estado o actuando oficiosamente en su nombre, ha añadido demasiadas sombras al caso. La operación Cataluña, la construcción de pruebas falsas, la presión y el chantaje a banqueros andorranos, el pago a confidentes poco fiables para que aportaran información acusatoria de cualquier naturaleza por fantasiosa que resultase, etc., son elementos que en su conjunto favorecen para muchos la lectura de que con el expresidente de la Generalitat se ha practicado un linchamiento que no se hubiera producido en el caso de que su partido no hubiera abrazado las tesis independentistas y desafiado la integridad territorial del Estado. Así que nos merecíamos un juicio a Jordi Pujol, defendiéndose en primera persona, para que la fuerza de la prueba determinase qué es lo que podemos creernos y hasta qué punto debemos renegar o no —en particular los catalanes— del que fuera nuestro presidente durante 23 años seguidos. Será un milagro que eso pueda suceder ahora, por culpa de la lentitud de la Justicia y por los límites que la biología impone a la salud de las personas.

Foto: El expresidente catalán Jordi Pujol. (EFE/Alejandro García) Opinión
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Probablemente, deberemos seguir conformándonos con los juicios construidos a través de los medios, que ya sabemos que tienden a confirmar las tesis y creencias de partida de cada uno de nosotros. El que a estas alturas está convencido de que Jordi Pujol es un hombre con pecados menores —una herencia no declarada— perseguido por sus ideas lo seguirá creyendo. Y de igual modo procederá quien considera que la historia del expresidente es una biografía de corrupción organizada. Es más, incluso con sentencia de por medio —la que fuera—, es muy probable que la mayoría de los individuos no cambiaran de opinión.

El anciano convaleciente que es Jordi Pujol merece los mejores deseos de una pronta y plena recuperación. Por respeto a él y a los suyos, y hay que decir que en este punto ha habido algunos patinazos notables, no es el momento de referirse a él en pasado ni abocarse a la redacción de textos que tengan el aire de un obituario. Pero sí es el momento de lamentar por enésima vez la lentitud de la Justicia y que hayamos perdido casi con toda probabilidad la celebración de un juicio a una persona que todos, también él, merecíamos y necesitábamos para acercarnos a un mínimo de verdad probada. Y no vale decir que como sí que podrá juzgarse a los hijos, resulta en el fondo irrelevante que se pueda hacer lo propio con el padre. Ni ellos presidieron la Generalitat, ni vivimos en un mundo de responsabilidades penales traspasables a través de la sangre.

Es cada vez más difícil que Jordi Pujol, presidente de la Generalitat en el periodo 1980-2003, convaleciente en estos momentos en el Hospital de Sant Pau de Barcelona, pueda ser juzgado. Su edad (92) pero sobre todo la lesión cerebral provocada por el ictus padecido hace unos días y las secuelas que de él se deriven hacen improbable que acabemos viendo al fundador de Convergència sentado en el banquillo de los acusados.

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