Pesca de arrastre
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Las derechas, el catalán y la estrategia de Feijóo
Tocaba observar al PP de Feijóo y como este conjugaba su apuesta discursiva por el 'bilingüismo amable' con la vehemencia de las propuestas de los manifestantes y su enfado
Más allá de si fueron pocos o muchos los 2.800 manifestantes —cifras de la Guardia Urbana— que se concentraron en Barcelona convocados por la plataforma Escuela de Todos bajo el lema 'Español, lengua vehicular', para exigir más presencia del castellano en las escuelas catalanas, el interés del encuentro radicaba también en observar el posicionamiento político de los partidos constitucionalistas sobre el particular, teniendo en cuenta los cambios visibles que se han producido en la coyuntura política catalana en los últimos tiempos.
Descontada la izquierda —los comunes siempre han avalado la inmersión lingüística y los socialistas han vuelto al consenso mayoritario a favor de la inmersión tras votar a favor de las modificaciones legislativas que permitieron a la Generalitat dar esquinazo a la sentencia del TSJC, que forzaba a que el 25% de las clases se diera en español—, tocaba observar a las derechas y, en especial, al PP de Feijóo y cómo este conjugaba su apuesta discursiva por el 'bilingüismo amable' con la vehemencia de las propuestas de los manifestantes y su enfado.
Ninguna sorpresa por parte de Vox. Abascal se comportó como se espera de quien considera que la descentralización y la diferencia son el cáncer que devora España. Este hombre, apóstol del nacionalismo excluyente español, pisa Cataluña como quien en la década de los cincuenta y sesenta del siglo XX viajaba a una colonia rebelde. Tan ridículo como quien desde el nacionalismo catalán se desplaza a cualquier lugar de España pensando que sale al extranjero. La presencia de Abascal sirvió para anunciar que su formación pedirá de nuevo la aplicación del artículo 155 para suspender la autonomía de manera indefinida porque los indígenas todavía no han aprendido la lección. Del lado de Cs, Inés Arrimadas tuvo la oportunidad de recordar los buenos tiempos en que su partido, que nació a raíz del conflicto lingüístico, era un cohete que viajaba hacia lo más alto. La líder naranja fue coherente con su discurso de siempre y aprovechó la rendija abierta por la ausencia de Alberto Núñez Feijóo para intentar soliviantar al electorado popular de toda España, abonando la tesis de la derecha maricomplejina que representa el gallego porque, según su parecer, ha decidido intentar agradar de nuevo al nacionalismo catalán y eso pasa por mirar a otro lado en algunas cuestiones, entre ellas, la de la inmersión.
Feijóo tenía en realidad una excusa perfecta para ausentarse de la manifestación: la reunión de la Unión Interparlamentaria en Toledo. Así que mandó a Cuca Gamarra a Barcelona. Como Cs y Vox sí contaron con sus líderes, la ausencia del popular —a pesar de tener coartada— marcaba inevitablemente un nivel menor de compromiso. Y lo normal fue que Vox y Cs lo aprovecharan para resucitar el argumento de que el nuevo pragmatismo del PP pasa por traicionar aquello que le convenga cuando le convenga.
En realidad, el PP ya ha hecho los deberes con la nueva normativa sobre el catalán. Planteó, como Cs, un recurso de inconstitucionalidad que ha sido admitido a trámite y que, si bien de momento no ha impedido a la Generalitat burlar el famoso 25%, sitúa de nuevo la pelota en el tejado del Tribunal Constitucional, que también deberá pronunciarse sobre la cuestión de inconstitucionalidad planteada por el TSJC sobre el mismo asunto. Así que sería ir demasiado lejos afirmar que el PP ha cambiado su mirada sobre la cuestión idiomática en la escuela catalana. No, no ha cambiado nada en el fondo.
Sí se aprecia una mutación en la manera formal de abordar la cuestión. Feijóo quiere menos ruido, eso es evidente. El gallego se siente más cómodo en la gestión sosegada y sin exabruptos que liderando un discurso dramático sobre la teórica aniquilación del castellano y de los derechos lingüístico de sus hablantes en Cataluña. El bilingüismo amable del nuevo PP es una vaselina efectiva para rebajar la intensidad del debate público sin abandonar en el fondo la posición que defiende el PP y que no es diferente a la tradicional del partido sobre la cuestión idiomática, coincidente desde hace años con la de Cs.
Feijóo quiere agradar en Cataluña, claro. Es evidente la voluntad de llevar su partido hacia posiciones menos numantinas en la forma en los debates de raíz identitaria. Intenta unos pasos de baile que sean útiles para acompañar el ritmo de los varios tipos de música que escuchan sus votantes. Y también ha interiorizado que su futuro político pasa, entre otras cosas, por mejorar la aportación del número de diputados del PP desde Cataluña —en las últimas generales, dos sobre un total de 48, y en las autonómicas, tres sobre un total de 135—, y que para lograrlo es mejor viajar hacia un espacio de cierta moderación formal que no seguir atrincherado en sustantivos y adjetivos que siempre manejará mejor Vox y que, además, no se corresponden con la realidad percibida incluso por la mayoría de ciudadanos que comparten diagnóstico sobre la problemática lingüística. Las encuestas le van dando la razón. Como ejemplo, en el último estudio del Centre d’Estudis d’Opinió (el CIS de la Generalitat), los populares ya se situaban en unas hipotéticas elecciones autonómicas en la horquilla que va de los nueve a los 14 diputados (desde los tres actuales), ascendiendo a la cuarta posición en el hemiciclo desde la última que ocupan actualmente.
La estrategia de Feijóo es posible porque el independentismo se ha derrumbado (no en votos, pero sí en estrategia y capacidad de seguir planteando órdagos creíbles) y la temperatura ambiente en Cataluña se sitúa en los límites que en el termómetro de la conllevancia pueden considerarse razonables. En este escenario, de menos emocionalidad, la cantera de votos de la guerra de lenguas tiende a empequeñecer. Porque, siendo cierto que son muchos más los que piensan que debería haber más castellano en los colegios catalanes que los que acudieron el domingo a la manifestación, también lo es que no se sienten agredidos, ni consideran que la política lingüística sea una amenaza para el conocimiento del español ni una conculcación de sus derechos. Esa bolsa de votantes —críticos, pero alejados de la tesis del fin del mundo para mañana— es mucho mayor y se llega mejor a ella sin hipérboles ni exageraciones. Feijóo parece haber tomado conciencia de ello.
Más allá de si fueron pocos o muchos los 2.800 manifestantes —cifras de la Guardia Urbana— que se concentraron en Barcelona convocados por la plataforma Escuela de Todos bajo el lema 'Español, lengua vehicular', para exigir más presencia del castellano en las escuelas catalanas, el interés del encuentro radicaba también en observar el posicionamiento político de los partidos constitucionalistas sobre el particular, teniendo en cuenta los cambios visibles que se han producido en la coyuntura política catalana en los últimos tiempos.
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