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JxCAT y ERC: la relación tóxica que llega a su fin
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Josep Martí Blanch

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JxCAT y ERC: la relación tóxica que llega a su fin

La coalición está muerta y es irrecuperable; aunque asistamos a un fingido escenario de reconciliación temporal, que no hay que descartar, pero que es muy difícil que se produzca

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (d), saluda a Jordi Turull. (EFE/Toni Albir)
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (d), saluda a Jordi Turull. (EFE/Toni Albir)
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Lo coyuntural primero, por morboso. JxCAT decidió ayer, tras una maratoniana reunión de mañana y tarde, consultar a la militancia la semana que viene sobre si debe o no abandonar el Govern de la Generalitat. A pesar de los esfuerzos del secretario general, Jordi Turull, JxCAT dista de ser un partido cohesionado y cualquier decisión adopta un aire asambleario similar al de la CUP que dificulta su concreción. Laura Borràs, presidenta de la formación, y sus afines querían que ayer mismo todos los miembros del Gobierno presentaran la dimisión y se abandonara de inmediato el barco gubernamental. Pero Jordi Turull, su círculo de confianza y los que ostentan galones de consejero de la Generalitat se fajaron para impedir que eso sucediera. Total, será la militancia la que decida la próxima semana.

Es una manera de ganar unos días. De hecho, junto a la consulta también se acordó enviar un ultimátum a Pere Aragonès para abrir una negociación hasta el domingo que permita reconducir la situación. Se le piden garantías y plazos en relación con tres puntos que para JxCAT conforman el núcleo del acuerdo de legislatura del Gobierno catalán: pactar la dirección estratégica del independentismo, que la mesa de diálogo Generalitat-Gobierno se centre exclusivamente en la amnistía y la autodeterminación y que los grupos parlamentarios de ERC y JxCAT en el Congreso se coordinen para actuar conjuntamente. En función de cómo vaya esa negociación, JxCAT decidirá la pregunta a realizar a su militancia, lo que en el fondo quiere decir que inducirá el voto en una dirección u otra. La premura de la consulta —6 y 7 de octubre— y las exigencias a Aragonès —a las que este solo puede responder como máximo con un poco de cosmética— complican la pervivencia de la coalición y la sitúan a un paso del abismo.

Pero hay que atender sobre todo a lo estructural. Da igual si JxCAT abandona el Gobierno ahora, en unos meses o la agonía se alarga hasta después de las elecciones municipales. La coalición está muerta y es irrecuperable; aunque asistamos a un fingido escenario de reconciliación temporal, que no hay que descartar, pero que es muy difícil que se produzca.

En ERC son muchas las voces que han llegado a la conclusión de que el gobierno de la Generalitat le proporcionará mayores réditos sin JxCAT sentado a la mesa. No quiere echarlos, quiere que se vayan. El abandono de los junteros permitiría a los republicanos argumentar que en una situación de crisis, cuando no de emergencia social, no le queda otra alternativa que aceptar los votos de En Comú Podem y del PSC para sacar adelante el presupuesto y alargar la legislatura tanto como sea posible con solo 34 diputados. En este sentido, los comunes y los socialistas catalanes ya le han lanzado los flotadores a Pere Aragonès para hacerle saber que puede agarrarse a ellos para que la legislatura no naufrague de inmediato si se concreta el abandono de JxCAT.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (i), y la expresidenta del Parlament Laura Borràs. (EFE/Archivo/Quique García)

Otro elemento relevante es que el soberanismo gubernamental sigue tutelado por Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Jordi Turull aceptó que JxCAT planteara una moción de confianza a Pere Aragonès, el hecho que ha desencadenado la crisis, después de no poder convencer a Puigdemont de que quizá no era necesario ir tan lejos. Formalmente, el expresidente de la Generalitat se ha apartado de toda responsabilidad, pero su ascendencia y capacidad de influir en una decisión como un emperador, moviendo el dedo índice hacia arriba o hacia abajo, siguen siendo una realidad. También es indudable que el bastón de mando en ERC está en manos de Oriol Junqueras. Ayer, desde JxCAT se insistía en que el cese de su vicepresidente, Jordi Puigneró, por parte de Pere Aragonès se produjo tras la insistencia de Junqueras en que había que cortar sí o sí una cabeza. Cierto o no, la verdad es que Junqueras sigue mandando y que la guerra que libra con Puigdemont no ha acabado. No hay paz posible en este escenario. Los esfuerzos de Jordi Turull y Pere Aragonès por contemporizar han de caer siempre forzosamente en saco roto. Ahora se ha llegado al final, con independencia de que se conceda una prórroga o no a la coalición.

ERC quiere escapar definitivamente del círculo vicioso del procesismo y eso solo es posible reforzando su discurso izquierdista y sin el peso de JxCAT en la mochila. Los junteros siguen secuestrados por la narrativa del 1-O y el supuesto mandato de independencia derivado del referéndum. Desprenderse de JxCAT, particularmente si son ellos mismos los que saltan del barco, abre la posibilidad de nuevas alianzas que acabarán por cambiar el marco en el que se mueve la política catalana desde hace 10 años. ¿Quiere decir esto que ERC se lanzará a los brazos del PSC de inmediato? No. Pero se abrirá paso poco a poco un escenario de alianza de las izquierdas catalanas. Una alianza que será incluso más fácil si por el camino se instala en la Moncloa un Gobierno conservador.

Foto: La portavoz de la CUP en el Parlament, Eulàlia Reguant, a la derecha. (EFE/Rodrigo Jiménez)

ERC es un partido en estos momentos cohesionado y con un solo discurso. Es su mayor ventaja competitiva respecto a JxCAT, que vive permanentemente amenazado por una escisión de su sector más radical, que encabeza Laura Borràs, y por las esporádicas apariciones en escena de Carles Puigdemont. La paradoja de JxCAT es que, mientras esa escisión no se produzca, no puede convertirse en alternativa creíble porque seguirá condenada a ahogarse en sus propias contradicciones. Lo sabe ERC cuando empuja a JxCAT a abandonar el Gobierno negándoles las mínimas concesiones para que tengan donde agarrarse para justificar su permanencia. Veremos si Pere Aragonès se mantiene firme en su pulso de autoridad hasta el domingo o teatraliza alguna concesión que en estos momentos sería percibida como un signo de debilidad.

Se daba por hecho que el Gobierno catalán podría aguantar en su formulación actual hasta las municipales. La situación está tan podrida que todo apunta que no va a ser así. Aunque en política catalana todo es posible. Incluso que se decida que por ahora no conviene enterrar al muerto. Si hoy ya huele, imaginen si no le dan sepultura.

Lo coyuntural primero, por morboso. JxCAT decidió ayer, tras una maratoniana reunión de mañana y tarde, consultar a la militancia la semana que viene sobre si debe o no abandonar el Govern de la Generalitat. A pesar de los esfuerzos del secretario general, Jordi Turull, JxCAT dista de ser un partido cohesionado y cualquier decisión adopta un aire asambleario similar al de la CUP que dificulta su concreción. Laura Borràs, presidenta de la formación, y sus afines querían que ayer mismo todos los miembros del Gobierno presentaran la dimisión y se abandonara de inmediato el barco gubernamental. Pero Jordi Turull, su círculo de confianza y los que ostentan galones de consejero de la Generalitat se fajaron para impedir que eso sucediera. Total, será la militancia la que decida la próxima semana.

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