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Barmar: el gasoducto que no es un gasoducto y del que toca desconfiar hasta el final
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Josep Martí Blanch

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Barmar: el gasoducto que no es un gasoducto y del que toca desconfiar hasta el final

Cada gran anuncio merece ser recibido con la reserva que aconseja el saber popular: del dicho al hecho hay un buen trecho

Foto: El jefe del Gobierno español, Pedro Sánchez (i), el presidente galo, Emmanuel Macron (c), y el primer ministro portugués, António Costa. (EFE/Horst Wagner)
El jefe del Gobierno español, Pedro Sánchez (i), el presidente galo, Emmanuel Macron (c), y el primer ministro portugués, António Costa. (EFE/Horst Wagner)
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Sánchez se apuntó ayer un nuevo tanto en Europa con el anuncio, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, y el luso, António Costa, de un “corredor de energía verde” marino bautizado como Barmar (acrónimo de las dos ciudades que unirá: Barcelona y Marsella) en sustitución del Midcat, el gasoducto que debía cruzar los Pirineos y que Francia siempre había desdeñado.

Para presentar el proyecto se eligieron palabras que no contradijeran el metaverso energético en el que vive instalada la Unión Europea. No es una iniciativa para transportar gas, aunque podrá hacerlo en cantidades limitadas y de forma temporal, si no que está pensada para mover hidrógeno verde entre los dos países.

Aunque lo cierto es que como lo del hidrógeno verde está, efectivamente, muy verde todavía, lo que realmente se ha anunciado con otro nombre es la construcción de un gasoducto. Eso sí, un gasoducto que algún día servirá para transportar otra cosa que no sea gas.

De esta guisa, el proyecto puede ser financiado por la Unión Europea, puesto que se presenta bajo la coartada de ser una infraestructura que colaborará decisivamente en los objetivos de descarbonización, en la salvación del planeta y en la expiación de todos los pecados que nuestra civilización acumula.

Cinco años para su puesta en funcionamiento, según las fuentes gubernamentales españolas. Suficiente tiempo para que no pueda considerarse una solución a corto plazo de los problemas de abastecimiento gasístico europeo. Pero sí es una prueba más de los cambios geopolíticos que, con el nuevo telón de acero caído en el este, apuntalan el sur de Europa como parte de la solución en la imprescindible y urgente tarea de escapar definitivamente de los combustibles rusos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el primer ministro portugués, António Costa. (EFE/Horst Wagner)

Ahora bien, si el objetivo final es suministrar energía a Centroeuropa a través de este eufemístico gasoducto, conviene saber que esta sería solo una parte de la ecuación que hay que solventar. Porque la histórica apuesta del país galo por la energía nuclear ha provocado que su mallado de interconexiones de gas sea muy precario. Y lo que llegue a Marsella deberá después transportarse a otros lugares.

Del anuncio del proyecto, en el que todo fueron elogios y bienaventuranzas por parte de los tres mandatarios, sorprende que se haya dado la brasa durante tanto tiempo con el Midcat, cuando según António Costa se llevaba un año trabajando en el Barmar. Hay dos escenarios de análisis posibles. Uno, el más favorable a los intereses que defiende Pedro Sánchez, es que Francia ha dado su brazo a torcer finalmente por el emparedado al que la estaban sometiendo los alemanes, por un lado, y españoles y portugueses, por el otro.

La otra mirada, más cínica, pero que conviene considerar, es que el país vecino se ha salido con la suya enterrando el Midcat a cambio de dar una patada hacia delante con el Barmar. Y que ya se verá cuando llegue la hora de la verdad en qué quedan los enunciados de ayer.

Conviene ante el nuevo proyecto, aunque nos apuntemos a la versión que deja en muy buen lugar al presidente español —al que es justo reconocerle habilidad para moverse en el entorno europeo desde que se inició la crisis energética—, ser precavido, prudente e incluso desconfiado. Mantener algunas neuronas trabajando en el campo del escepticismo.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Ballesteros) Opinión
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No sería la primera vez que un anuncio a bombo y platillo para salvar un acuerdo difícil en el campo de las infraestructuras queda, pasado el tiempo, en un bonito recuerdo y una agradable fotografía en las hemerotecas. La UE no decidirá hasta finales de 2023 si el proyecto es financiable con fondos europeos, una de las condiciones para hacerlo realidad. El tiempo dirá ante qué escenario estamos realmente en esta ocasión.

Si el Barmar es la de cal, la de arena para Pedro Sánchez vino ayer desde el sector del automóvil. Otra proyecto, también presentado en su día con toda clase de aplausos y fanfarrias, pende de un hilo. Volkswagen puede echar atrás la inversión para la construcción de una fábrica de baterías eléctricas en Sagunto por el retraso en la puesta en marcha del Perte del automóvil y la posibilidad de que las ayudas que reciba no sean suficientes para que su construcción resulte atractiva empresarialmente.

Foto: El ex-CEO de Volkwagen Herbert Diess, con Pedro Sánchez, en Sagunto. (EFE/Biel Aliño)
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La acción de denuncia de la situación, concertada mediáticamente entre los sindicatos y la dirección de la compañía, confirma que la amenaza es seria y pone en entredicho la credibilidad del Ejecutivo español. Confirma de nuevo la distancia sideral que normalmente se produce entre sus promesas y anuncios, por un lado, y su concreción práctica, por el otro. En agosto, Ford ya renunció a su inversión también vinculada al Perte en su planta de Almussafes. Si llegase a concretarse ahora la amenaza de Volkswagen, estaríamos ante un fracaso de difícil explicación y digestión para el Gobierno de Pedro Sánchez.

Más que escépticos por naturaleza, lo único que nos sucede es que tenemos ya una edad. La suficiente para confirmar que cada gran anuncio merece ser recibido con la reserva que aconseja el saber popular: del dicho al hecho hay un buen trecho. Sea lo dicho un gasoducto (¡perdón!, ¡un corredor de energía verde!) o una fábrica de baterías. Barmar o Volkswagen.

Sánchez se apuntó ayer un nuevo tanto en Europa con el anuncio, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, y el luso, António Costa, de un “corredor de energía verde” marino bautizado como Barmar (acrónimo de las dos ciudades que unirá: Barcelona y Marsella) en sustitución del Midcat, el gasoducto que debía cruzar los Pirineos y que Francia siempre había desdeñado.

Pedro Sánchez Gas natural
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