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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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¿Y a ti qué te importa?

La machacona campaña del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 contra el maltrato infantil es enseñarnos una nueva cosa que hacemos mal: educar a los hijos

Foto: Un niño con su padres. (EFE/Archivo/Paco Santamaría)
Un niño con su padres. (EFE/Archivo/Paco Santamaría)
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Nada como la música y la caracterización psicópata de unos actores mirando a cámara y hablando en tono marrullero y desafiante para convertir a los padres de media España, los días pares, y a los de la otra media, los impares, en maltratadores de niños y adolescentes. La machacona campaña del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 contra el maltrato infantil es, más allá de sus buenas intenciones, un desvarío propio de un Gobierno que pretende más que gobernar, gobernarnos. Con tal afán, se trata ahora de reformular la manera en que padres y madres vienen educando a sus hijos. Una nueva cosa que hacemos mal. Consumimos mal, reciclamos mal, amamos mal, bebemos y comemos mal y, por supuesto, educamos mal.

Lo preocupante de la campaña es que equipare el grito, la extrema exigencia y un bofetón con el maltrato infantil. Y no porque esas cosas estén bien, claro; sino porque, tal y como se plantean en los anuncios del ministerio, no hay contextualización ni matiz alguno. Y, sobre todo, porque se invita a los ciudadanos a convertirse en policías de padres. De tener éxito la iniciativa gubernamental, van a llenarse las comisarías de madres y padres esposados y los servicios sociales no van a dar abasto en retirar custodias.

La prueba irrefutable de que un grito equivale al maltrato es, según el ministerio, que el niño rompa a llorar. ¡El llanto de un niño como prueba! Ya se ve que hemos perdido el norte definitivamente. Otro ejemplo de maltrato es una madre que enseña piano a su hija y que, atacada por los nervios, asegura que esa niña no va a llegar a nada. Puede que esa señora esté más o menos acertada, pero privarla de ser una persona normal que puede soltar una astracanada es una solemne chorrada. Hay quien, emborrachado de psicología mal leída y peor digerida, acabará advirtiendo traumas presentes y futuros de los niños incluso con tan solo obligarles a comer verdura dos días a la semana.

En España, las mafias utilizan niños para okupar pisos ilegalmente para evitar las desocupaciones exprés y después alquilar esos inmuebles a personas necesitadas, hay niñas desescolarizadas con la primera regla porque ya son biológicamente mujeres y su pureza puede contaminarse en las aulas, hay adolescentes vagabundeando porque los servicios sociales no dan abasto y están mal dotados presupuestariamente, hay niños que tienen dietas insalubres e insuficientes porque sus familias viven en la pobreza extrema; pero el problema para el ministerio son los padres que gritan o exigen en demasía a sus hijos. En efecto, la política son prioridades y ellas son las que retratan a cada uno.

La mayoría de los españoles saben, especialmente aquellos que además de hijos son también padres y por puro sentido común, cuándo un niño está siendo maltratado y cuándo no. Y desde luego no lo está simplemente porque sus padres alcen la voz más de la cuenta, le den un cachete o un bofetón esporádicamente o le obliguen a practicar con el violín bajo la amenaza de que, si no se esfuerza, no será nada en la vida.

Foto: Foto: iStock.

Que el ministerio invite a los ciudadanos a actuar como fiscalizadores de padres ante hechos tan nimios es un peligro que, por suerte, quedará limitado también por ese mismo sentido común que comentábamos. Aunque, del mismo modo que vimos nacer a la policía de los balcones durante el covid-19, es de prever que ahora pueda aparecer un nuevo perfil: la Stasi de los parques infantiles. Gente llamando a la policía cuando un niño llore desconsoladamente porque su madre le ha gritado después de insistirle una docena de veces con voz cariñosa que era hora de irse sin que aquel le hiciera puñetero caso.

Anna Gabriel, la exdiputada de la CUP que ha estado unos años viviendo en Suiza, definió con exactitud el objetivo de cierta izquierda con la educación. Dijo, en el lejano 2016, que los niños deberían ser educados por la tribu, porque no pertenecen a sus padres, sino al grupo. En 2022, la tribu solo podía ser el estado. Y en eso estamos. Los ejemplos de que se camina en esa dirección son inacabables. La muchachada no puede comprar una botella de ginebra hasta que no alcanza la mayoría de edad, pero por el camino, el Estado ha decidido que puede cambiar de sexo o abortar sin el concurso de sus progenitores.

Foto: Vista de la entrada al colegio La Salle de Palma de Mallorca. (EFE/Cati Cladera) Opinión

Ahora vamos un paso más allá. Prohibido gritar, prohibido exigir, prohibido dar un cachete. Prohibido educar. Prohibido no ser un santo si uno adquiere la condición de padre o madre. Prohibido enfadarse. Prohibido el lloro. No se puede admitir que el buen salvaje rousseauniano, la mentira mejor contada de la historia, sea malmetido por progenitores que deberían limitarse a convertir la vida de los niños y los jóvenes en un cuento de Navidad permanente los 365 días del año.

Escribir los párrafos anteriores equivale, en manos de los ayatolás que abundan por los lares digitales, a convertirse en un avalador de la cultura de la violencia (mejor violencias, que es más progre) y el maltrato infantil. Esta certeza es motivo suficiente para no pisar según qué charcos. Pero miro a mi alrededor y veo a tantos y tantas padres y madres desviviéndose por sus hijos, aun practicando alguna vez alguno de los supuestos que la campaña equipara al maltrato, que lo que me sale de dentro es sumarme a los actores psicópatas de la campaña y, mirando a cámara y quizá gritando un poco, soltarle a la ministra Ione Belarra el eslogan de la campaña: "¿Y a ti qué te importa?".

Nada como la música y la caracterización psicópata de unos actores mirando a cámara y hablando en tono marrullero y desafiante para convertir a los padres de media España, los días pares, y a los de la otra media, los impares, en maltratadores de niños y adolescentes. La machacona campaña del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 contra el maltrato infantil es, más allá de sus buenas intenciones, un desvarío propio de un Gobierno que pretende más que gobernar, gobernarnos. Con tal afán, se trata ahora de reformular la manera en que padres y madres vienen educando a sus hijos. Una nueva cosa que hacemos mal. Consumimos mal, reciclamos mal, amamos mal, bebemos y comemos mal y, por supuesto, educamos mal.

Ione Belarra
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