Pesca de arrastre
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Beneficios récord e incrementos salariales humillantes: la puerta abierta para el resentimiento
Las empresas debieran hacer un doble esfuerzo. El primero, contener los precios al máximo, y el segundo, abrir la mano con sus empleados en el tema salarial en los sectores que pueden permitírselo
Hace apenas una semana, charlaba con el representante ejecutivo de un fondo de inversión que acaba de adquirir un negocio de hostelería familiar. La intención del fondista, con una amplia cartera de locales explotados bajo el mismo paraguas, es mantener la propiedad de esa cartera entre tres y un máximo de cinco años. La rentabilidad anual que persigue, si dijo la verdad, es del 15%. La preocupación principal, tras su última adquisición, son los costes y pasivos laborales heredados del antiguo propietario que, por cierto, también ganaba dinero aunque pagase bien a sus empleados. En este caso concreto, los camareros ya saben lo que les espera antes de que —de un modo u otro, acabará pasando— sean remplazados por otros con menos salario. De momento, no tendrán ni siquiera aumentos del 1,1%, que es la media del incremento de retribuciones en 2022 en el sector de la hostelería, a pesar del aumento del margen de beneficio derivado de haber trasladado el incremento de costes asociado a la inflación al precio de las consumiciones de los clientes.
Recupero esta conversación tras leer la pieza que hoy publica Javier Jorrín en este periódico en la que, con datos en la mano, nos informa de que, en general, y más allá de las peculiaridades de cada sector productivo, la actual subida de precios no responde a la traslación del incremento de los costes de producción, sino al hecho de que las empresas están aprovechando la coyuntura para recuperar parte de las ganancias perdidas en la pandemia. En resumen, mientras el consumo siga tirando, más margen y más beneficios con independencia de que el fin del mundo vaya anunciándose un par de veces cada día.
¡Y mientras tanto, los empleados empobreciéndose! Es el mercado, dirán los ortodoxos. Es la maldad del capital que hay que combatir, dirán los ortodoxos de otro color. La economía también sirve para tirarse los platos a la cabeza. Y nada como encadenarse al manual de economía que mejor encaje con nuestro carácter y experiencia —cada uno el suyo— para atrincherarse en el bando preferido. Solo que la realidad va más allá de las propias experiencias y conocimientos, por amplias y amplios que puedan ser, y no deja secuestrarse con facilidad. Tras las teorías, andan también las verdades. Y una de ellas es que en un entorno de inflación elevada, los trabajadores van a seguir pagando los platos mientras —con todas las salvedades y excepciones que haya que añadir— las empresas baten récords de beneficios por la ampliación de sus márgenes comerciales toda vez que los costes salariales se mantienen en cintura por debajo de la mitad de la inflación (media del 4% de subida, según los registros de la Agencia Tributaria). Añádase el efecto inflacionario que ese incremento de los márgenes comporta.
Sobre la contención salarial, el argumento que la prescribe es de sobra conocido, y ahí están, día sí, día también, el superbanco central y sus implantes estatales para recordarlo. No hay que favorecer la inflación de segunda ronda. Vale, vale. Pero si mientras los curritos se aprietan el cinturón, y añaden más pérdida de poder adquisitivo a la que vienen padeciendo desde la ya lejana aparición del euro, las empresas insisten en la senda alcista de los precios para mejorar márgenes y beneficios, no parece que vayamos a mejorar mucho con la inflación, al tiempo que se seguirá incrementando el sufrimiento de muchos compatriotas.
Se entiende la necesidad y también la conveniencia de hacer caja. El pasado reciente ha sido un esquilmador de reservas. Y vaya usted a saber si en el corto y medio plazo se impondrán las tesis de los apocalípticos o los optimistas que ahora empiezan a levantar cabeza en el debate público sobre el futuro de la economía. Nada de malo hay en querer ganar tanto como se pueda, particularmente si mirando atrás aún se ven las vacas flacas y mirando hacia delante nada puede anticiparse ni asegurarse. Es esta una sana ambición y un motor de progreso para la sociedad. Solo que, por cursi que pueda sonar en tiempos de individualismo extremo, hay que tener también en la cabeza el colectivo y la sociedad a la cual se pertenece. Y ahí las empresas debieran hacer un doble esfuerzo. El primero, contener los precios al máximo, y el segundo, a pesar de que el pacto de rentas no fuera más que una utopía, abrir la mano para con sus empleados en el tema salarial en los sectores que pueden permitírselo.
No hay motivo para demonizar al empresariado, sea cual sea el tamaño de sus negocios. Tampoco para criminalizar la obtención de beneficios récords, como alegremente se hace desde algunos entornos queriendo asimilar la actividad empresarial a la usura. La demagogia no nos hace ningún bien. Pero tampoco es fácil que el común mortal entienda y digiera que con un dinero en su bolsillo que cada vez puede estirarse menos, le bombardeemos a diario con noticias sobre beneficios récord e incremento de precios, no para empatar con la inflación, sino para fijar unos márgenes que la batan por goleada.
Vivir en un país en que cada vez sean más los obligados a soltarse de la cordada por no poder seguir no es, por muchos beneficios empresariales que se acumulen, una buena noticia. Y está pasando. Así que moderen los precios y, si pueden, suban los salarios. Un 1,1% de incremento —el de la hostelería—, más que evitar la inflación de segunda ronda, lo que hace es humillar con todas las letras al trabajador. Y eso, diga lo que diga el mercado, no está nada bien y abre la puerta a un resentimiento más que justificado.
Hace apenas una semana, charlaba con el representante ejecutivo de un fondo de inversión que acaba de adquirir un negocio de hostelería familiar. La intención del fondista, con una amplia cartera de locales explotados bajo el mismo paraguas, es mantener la propiedad de esa cartera entre tres y un máximo de cinco años. La rentabilidad anual que persigue, si dijo la verdad, es del 15%. La preocupación principal, tras su última adquisición, son los costes y pasivos laborales heredados del antiguo propietario que, por cierto, también ganaba dinero aunque pagase bien a sus empleados. En este caso concreto, los camareros ya saben lo que les espera antes de que —de un modo u otro, acabará pasando— sean remplazados por otros con menos salario. De momento, no tendrán ni siquiera aumentos del 1,1%, que es la media del incremento de retribuciones en 2022 en el sector de la hostelería, a pesar del aumento del margen de beneficio derivado de haber trasladado el incremento de costes asociado a la inflación al precio de las consumiciones de los clientes.
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