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España tiene tantos tontos como Brasil y Estados Unidos, solo nos falta el demente
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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España tiene tantos tontos como Brasil y Estados Unidos, solo nos falta el demente

Somos civilizados y sabemos manejar nuestras diferencias y malhumor dentro del orden y la convivencia. Sin embargo, es posible añadir algún que otro 'sin embargo' a nuestra fortuna

Foto: Policías antidisturbios accedieron este domingo al palacio presidencial de Planalto. (EFE/Marcelo Camargo)
Policías antidisturbios accedieron este domingo al palacio presidencial de Planalto. (EFE/Marcelo Camargo)
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Un océano de por medio. Es lo que nos separa de Estados Unidos y Brasil. El asalto al Capitolio y a las instituciones brasileñas nos queda lejos. Estamos a salvo de tanta barbarie, pensamos. Nosotros somos civilizados y sabemos manejar nuestras diferencias y malhumor dentro del orden y la convivencia pacífica. Cosas de los yanquis, rednecks y hillbillys, drogados por tanto opiáceo médico, analfabetismo funcional y el orden liberal salvaje que condena a comunidades enteras y zonas otrora prósperas a vivir de los míseros cheques del Gobierno. Asuntos de los brasileños que en nombre de Dios, el dinero y el privilegio consideran que la miseria y la injusticia forma parte del orden natural de las cosas. Un orden que hay que defender con la espada si resulta necesario. Sociedades bañadas en combustible líquido y Trump y Bolsonaro en el papel de cerillas para prenderles fuego desde las propias instituciones. ¡Qué lejos nos quedan estas cosas! ¡Qué suerte ser español y vivir a esta parte del Atlántico!

Y aun así, es posible añadir algún que otro sin embargo a nuestra fortuna. El primer adversativo bucea en la historia reciente: 2011, 2012 y 2018. En 2011, la jornada de aprobación de los presupuestos de la Generalitat se convirtió en un atentado en toda regla al juego democrático. Se impidió el acceso de los diputados a la Cámara, se pintaron esvásticas en sus abrigos, se les zarandeó y agredió. Los presupuestos pudieron aprobarse desplegando medios impensables hasta esa fecha. Artur Mas y Núria de Gispert, presidentes del Gobierno y de la Cámara, junto a otros consejeros, tuvieron que llegar al recinto parlamentario en helicóptero. Fue un intento de asalto al normal funcionamiento de las instituciones desde la izquierda. No había manifestantes con cuernos en la cabeza, como en EEUU o Brasil, pero sí un objetivo similar.

Artur Mas tuvo que llegar al recinto en helicóptero. Fue un intento de asalto al normal funcionamiento de las instituciones

En 2012, lo que finalmente se convirtió en #rodeaelcongreso había nacido previamente como #ocupaelcongreso. Hubo esfuerzos políticos desde los grupúsculos de la izquierda convocantes para poner límites al espíritu inicial de la convocatoria. Pero hubiese bastado con que esos esfuerzos no se hubiesen producido para que la protesta se hubiese desarrollado por márgenes menos civilizados y respetuosos con las instituciones.

En 2018, de vuelta a Cataluña, el Parlamento autonómico estuvo a un paso de ser asaltado, con los mossos parapetados dentro del edificio y los manifestantes, espoleados por el propio presidente de la Generalitat, Quim Torra, en la puerta intentando tomar al asalto la institución.

En los tres casos hay dos variables que se repiten. La primera, la existencia de un número suficiente de personas dispuestas a comportarse de un modo antidemocrático si sus líderes políticos soplan en su flauta las notas de la subversión. La segunda, el convencimiento por parte de esas mismas personas, con la cobertura moral y discursiva de sus pastores, de que la democracia ha dejado de servir para manejar las diferencias y que lo que se impone es el golpe encima de la mesa. ¿Exageramos? Puede que sí. Pero, aun así, no está de más señalar que es propio y natural de las sociedades minimizar sus riesgos y creerse inmunes a las desgracias y charlotadas protagonizadas por otros.

España camina peligrosamente sobre el alambre de la negación de la legitimidad política al adversario. A Pedro Sánchez algunos se la han birlado desde el primer día, igual que a la derecha viene arrinconándosela desde la izquierda como una opción política antidemocrática también desde hace años. Se salta con los dos pies sobre la solidez de las instituciones democráticas con discursos guerracivilistas y apocalípticos, desde el convencimiento de que estas lo aguantarán todo y con la garantía de que la sociedad española sabrá diferenciar eternamente entre la realidad y el discurso exagerado propio del juego político en época de redes sociales. Pero eso no tiene por qué ser siempre así. Ni los Trump ni los Bolsonaros nacen solo en el continente americano, ni lo hacen únicamente amparados en las ubres del espectro ideológico de las derechas. Y, por supuesto, tampoco los tontos y fanáticos son una exclusiva de la ciudadanía brasileña o estadounidense. Aquí nacen como mínimo los mismos, solo nos falta de momento el demente político que pierda el control de la frenada.

placeholder Un grupo de manifestantes, en el Parlament. (EFE/Archivo/Enric Fontcubert)
Un grupo de manifestantes, en el Parlament. (EFE/Archivo/Enric Fontcubert)

Nos adentramos en un año electoral en el que la intensidad y tono del discurso político se irán acrecentando inevitablemente. ¡Nosotros —es igual, quien sea este nosotros— o la barbarie! ¡Nosotros o la derecha fascista! ¡Nosotros o la izquierda amiga de terroristas e independentistas! ¡Nosotros o los rojos! ¡Nosotros o los azules! Y detrás de todas esas afirmaciones —algunas caricaturizadas, otras no—, el mensaje de que en el otro, independientemente de cuántos votos avalen su propuesta y de los acuerdos que deba suscribir en un sistema parlamentario para poder gobernar, se esconde una estafa democrática. Esa y no otra es la génesis de lo sucedido en Estados Unidos o Brasil. Basta con crear un clima irrespirable, sumar suficientes imbéciles a la causa del despropósito y que algún líder político pierda la cabeza y se atreva a coquetear de forma ambivalente con la legitimidad de la calle para frenar un imaginario golpe de Estado que habrían avalado las urnas a través del engaño previo a la ciudadanía.

Nos adentramos en un año electoral en el que la intensidad y tono del discurso político se irán acrecentando inevitablemente

Una derecha que con el apoyo de los votos intente echar atrás buena parte de la herencia legislativa del Gobierno PSOE-Unidas Podemos o una izquierda que por ejemplo intente profundizar en una agenda de negociación con los independentistas van a tener serios problemas de aceptación y otorgamiento de legitimidad por parte del cuerpo social que no comparta sus objetivos y/o necesidades. Es responsabilidad de los líderes políticos que eso no suceda, midiendo el alcance de sus palabras y siendo conscientes de que no es posible saber cuál es la frotadura última que hace que el genio acabe por salir de la lámpara. Lo mejor siempre es dejar de frotarla. Porque lo del genio, como se aprende ya sea en la versión adulta o en la infantil de Las mil y una noches, siempre sale mal.

Un océano de por medio. Es lo que nos separa de Estados Unidos y Brasil. El asalto al Capitolio y a las instituciones brasileñas nos queda lejos. Estamos a salvo de tanta barbarie, pensamos. Nosotros somos civilizados y sabemos manejar nuestras diferencias y malhumor dentro del orden y la convivencia pacífica. Cosas de los yanquis, rednecks y hillbillys, drogados por tanto opiáceo médico, analfabetismo funcional y el orden liberal salvaje que condena a comunidades enteras y zonas otrora prósperas a vivir de los míseros cheques del Gobierno. Asuntos de los brasileños que en nombre de Dios, el dinero y el privilegio consideran que la miseria y la injusticia forma parte del orden natural de las cosas. Un orden que hay que defender con la espada si resulta necesario. Sociedades bañadas en combustible líquido y Trump y Bolsonaro en el papel de cerillas para prenderles fuego desde las propias instituciones. ¡Qué lejos nos quedan estas cosas! ¡Qué suerte ser español y vivir a esta parte del Atlántico!

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