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Futuras jornadas de reflexión: ¿qué peaje de radicalidad pagaría usted más a gusto?
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Futuras jornadas de reflexión: ¿qué peaje de radicalidad pagaría usted más a gusto?

Vox y Podemos intentan imponer ideas minoritarias a la mayoría sacando provecho del juego democrático. Y nada hay que objetar al respecto

Foto: El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo. (EFE/Mariam A. Montesinos)
El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo. (EFE/Mariam A. Montesinos)
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Seguimos enfocando nuestros microscopios como si el bipartidismo siguiera vigente o fuera a estarlo de nuevo de hoy para mañana. Somos perezosos por definición. Una vez absorbidas las reglas con las que hemos aprendido a manejarnos durante años, nos cuesta un porrón asimilar otras nuevas. De ahí que tanta gente mayor aún escuche el tintineo de las pesetas en su cabeza. No es solo nostalgia. Es también humana pereza y, como tal, no censurable.

Vox forma parte del Gobierno de Castilla y León. Sus propuestas no son mayoritarias entre la sociedad española. Pero sí compartidas por el suficiente número de personas como para haberse subido al Gobierno de esa comunidad o afianzar otros ejecutivos cuando ha sido necesario. Y que intente sacar adelante su agenda legislativa entra dentro de lo razonable. A fin de cuentas, es lo que se espera de los partidos.

Foto: Alfonso Fernández Mañueco y Juan García Gallardo, tras la aprobación de los presupuestos de Castilla y León. (EFE/Nacho Gallego)

Que Vox muestre simpatías por el Gobierno húngaro de Viktor Orbán es normal. Y que esa querencia pueda trasladarse a la acción de gobierno allí donde están presentes en el Ejecutivo, también. Para algo Vox es un partido ultraconservador en lo tocante a la agenda social. Que eso se traduzca en un protocolo del aborto en la sanidad pública castellanoleonesa que confronte a la mujer que quiera poner fin a la gestación enfrentándola al latido del corazón del feto o a su visión en una ecografía de última generación no puede sorprender a nadie. Sí lo haría que impulsasen una normativa que obligase a los bares a dispensar la píldora del día después junto al croissant y al café con leche.

Dejando a un lado la crítica política de quienes no están de acuerdo, si algo sí puede sorprender de esta polémica son dos cosas que nada tienen que ver con el fondo de la cuestión. La primera es la incapacidad o desinterés del Gobierno de España por entender que, le guste o no, hay unas competencias que ejercen las comunidades autónomas y que la descentralización y la cogobernanza no aplican únicamente cuando al hermano mayor de la Moncloa le parece bien. La segunda refiere a la propia Junta de Castilla y León y a su ridícula descoordinación, con un vicepresidente que anuncia a bombo y platillo una cosa y un presidente que lo desmiente taxativamente días después. El protocolo de aborto, en cambio, solo da para certificar que Vox es un actor institucional y que ejerce o intenta ejercer de tal allí donde se le da la oportunidad.

A fin de cuentas, la agenda conservadora en lo moral es un espacio en el que el partido ultraderechista tiene carril para reivindicarse, puesto que el PP siempre acaba por dejarse llevar, a veces a trancas y a barrancas, a posturas de transacción más liberales en lo tocante a estas cuestiones. Si tenemos ultraderecha, es porque ha sabido generarse un espacio, señalando precisamente algunos temas, y decir cosas que nadie más dice.

Que el PSOE intente hincar el diente al PP a cuenta de la influencia que la ultraderecha tiene y puede tener allá donde gobiernan o acaben gobernando los populares es de primero de estrategia. ¡Que viene el coco! No funcionó en Andalucía, pero eso no quiere decir que no pueda hacerlo en otros territorios o en otras elecciones. Pero es que, además, es verdad. No lo del coco —que eso depende del juicio de cada uno—, pero sí que el PP ha naturalizado su relación con Vox y que en consecuencia otros pactos con la misma formación en otras tantas elecciones son más que probables.

Foto: Alfonso Fernández Mañueco y Juan García-Gallardo. (EFE)

La polémica sobre el aborto no es diferente a la de la ley de género aprobada por el Gobierno PSOE-Unidas Podemos. Que la autodeterminación de género, y en particular lo que prevé ese texto para los menores de edad, es algo que está alejado del sentir mayoritario de la sociedad española es una obviedad que nadie discute. Exactamente igual que violentar a las mujeres que ya han decidido abortar.

Aun así, esa ley se aprobó porque Unidas Podemos impuso su mirada sobre la cuestión. Así son los gobiernos de coalición con formaciones más radicales que la propia, sea el de España o el de Castilla y León. Hay que dar de comer al pequeño y asumir el riesgo de alejarse de los propios planteamientos. Una diferencia sustancial: la ley de género está aprobada y el protocolo antiabortista de Castilla y León no sabemos si existe, no existe o existe sin existir. Pero a efectos prácticos se entiende la similitud. El radical es radical y en algo ha de notarse si gobierna, ¿no?

Foto: La vicesecretaria general del PSOE y ministra de Hacienda, María Jesús Montero (2i), el secretario de Organización del partido, Santos Cerdán (2d), y la portavoz del partido y ministra de Educación, Pilar Alegría (d), presiden la reunión del comit

Vox y Podemos respiran un aire similar en muchas cuestiones referidas a la agenda social, moral y cultural. Ambas formaciones intentan imponer ideas minoritarias a la mayoría, sacando provecho del juego democrático. Y nada hay que objetar al respecto. Otra cosa es la crítica política de aquellos que están en desacuerdo.

Sánchez dijo en su día que gobernar con Unidas Podemos le producía escalofríos. Repitió las elecciones y en 24 horas había un pacto de gobierno y un abrazo apasionadamente telegénico con Pablo Iglesias. Desde ese día, al PSOE se le buscan las cosquillas desde la derecha —hay que sumarle el apoyo de los independentistas en el Congreso— para que el elector que no es amigo de radicalismos se lo piense dos o tres veces antes de volver a confiar en el PSOE. Lo que la izquierda hace con el PP no es más que la otra cara de la moneda, a cuenta en este caso de sus acuerdos o pactos con Vox. El marco de unos es que el PSOE es amigo de comunistas e independentistas, el marco de los otros es que el PP lo es de reaccionarios e iliberales.

Por mucho que, llegado el momento oportuno, se reniegue de los socios, si se necesitan, se vuelven a utilizar. Tanto a la izquierda como a la derecha

Acabado el bipartidismo imperfecto del que disfrutamos en el pasado, con peajes pagaderos solo a los nacionalistas periféricos, al elector que no se maneja en las posiciones más extremas de nuestro tablero político no le queda otra que tomar conciencia de que su voto tiene muchas aristas. Y que, si así lo considera, puede incluir en su ejercicio de reflexión futura —eso que, mal está decirlo, practican pocos votantes— cuál es el peaje de radicalidad que pagará más a gusto cuando se articulen los pactos para gobernar. Más ahora que Ciudadanos ha pasado a ser un muerto sin enterrar. Porque, por mucho que, llegado el momento oportuno, se reniegue de los socios, si se necesitan, se vuelven a utilizar. Tanto a la izquierda como a la derecha. Que para eso lo llamamos política.

Seguimos enfocando nuestros microscopios como si el bipartidismo siguiera vigente o fuera a estarlo de nuevo de hoy para mañana. Somos perezosos por definición. Una vez absorbidas las reglas con las que hemos aprendido a manejarnos durante años, nos cuesta un porrón asimilar otras nuevas. De ahí que tanta gente mayor aún escuche el tintineo de las pesetas en su cabeza. No es solo nostalgia. Es también humana pereza y, como tal, no censurable.

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