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La vergüenza del Barça y el secuestro del fútbol
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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La vergüenza del Barça y el secuestro del fútbol

Mi condición de barcelonista empedernido no me impide calificar de vergüenza inexplicable los pagos de hasta cuatro presidentes 'blaugranas' al vicepresidente de los árbitros españoles durante 18 años

Foto: Vista del escudo del FC Barcelona. (EFE/Andy Rain)
Vista del escudo del FC Barcelona. (EFE/Andy Rain)
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Cada vez resulta más difícil mantener una relación apasionada con el fútbol de élite. Es ya un esfuerzo casi imposible, porque solo los imbéciles pueden convencerse a sí mismos de que lo que se vende en un lupanar es el amor verdadero.

Lo del Barça, abonando siete millones de euros al exvicepresidente de los árbitros españoles José María Enríquez Negreira es una gota más en un océano de podredumbre moral.

Ya casi nada puede sorprendernos. El fútbol hace tiempo que se convirtió en la cueva de Alí Babá. Un puerto en el que atracan los piratas de todo el mundo. Directivos de clubes y entes federativos, comisionistas, representantes; no hay ningún colectivo del mundo del fútbol que no de la impresión de actuar con total impunidad y sin importarle un comino tanto la corrección moral de sus actuaciones como también su ajuste a la legalidad.

Supimos que el Mundial se adjudicó a Qatar gracias a la corrupción, conocimos también que con la venta de la Supercopa de España a Arabia Saudí le llenamos los bolsillos a un jugador en activo por su intermediación, tenemos más o menos claro cuáles son los clubes que se pasan por el forro el fair play financiero. En resumen, no tenemos duda alguna del gran casino sin control en que se ha convertido el fútbol y, aun así, los aficionados seguimos haciendo cola para que nos humillen. Así que más bien poco es lo que nos pasa.

Foto: César Muñiz Fernández en un Clásico. (Efe/Ballesteros)

Los piratas nos robaron, en nombre de un dinero que querían suyo, primero los horarios. Después las jornadas, y ahora ya vamos camino de las temporadas enteras. Nunca habrá suficiente para satisfacer su voracidad. Vean si no el robo definitivo que intenta liderar Florentino Pérez con su proyecto de superliga europea, pensada únicamente para tomar el control absoluto del poder y la pasta del fútbol.

Esto es una borrachera de dinero. Un tonto el último. Mientras tanto, el hincha es percibido cada vez más intensamente como una simple molestia que hay que gestionar.

Lo importante hace tiempo que dejó de ser el futbolero, en detrimento del consumidor. Los idiotas que pagamos 140 euros por una camiseta oficial. Insistamos, demasiado poco es lo que nos pasa. No se apuren. No nos vamos a lo general para evitar lo particular. Mi condición de barcelonista empedernido no me impide calificar de vergüenza inexplicable los pagos de hasta cuatro presidentes blaugranas —Joan Gaspart, Joan Laporta, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu— al vicepresidente de los árbitros españoles durante 18 años.

Es, se mire por donde se mire, un escándalo. Para el Barça, para la federación, para los árbitros y para el conjunto del fútbol español. Y da un poco igual lo que determine la Fiscalía. El daño ya está hecho. Otro boquete en el casco de la credibilidad del fútbol profesional.

Que Joan Laporta cuestione la oportunidad de la información sobre el escándalo y atribuya su publicación precisamente ahora al buen momento futbolístico del Barça (celos) es un insulto para todos los aficionados, pero en particular para los que somos del Barça. Nuestro propio presidente nos trata de ignorantes, crédulos y aborregados.

El daño reputacional al Barça por culpa de este escándalo es irrecuperable a corto plazo. También lo es para el fútbol español en general y para el colectivo arbitral en particular. Cuanto más se tarde en ofrecer explicaciones serias y convincentes, en lugar de lágrimas victimistas de cocodrilo, más bajo vamos a caer.

Foto: Luis Medina Cantalejo es el presidente del CTA. (EFE/Pablo García)

Estuve una larga temporada en Londres en el periodo 2018-2019. Escribí de la premier para un periódico de Barcelona y tuve la oportunidad de acudir regularmente a los estadios de la capital inglesa. Contra todo pronóstico, a la emoción del principio le siguió por mi parte una frialdad creciente, hasta alcanzar la convicción de que ese deporte ya no era el de la gente y que, por tanto, ya no me interesaba. No imaginaba entonces que esa sensación iría a más y que acabaría afectando también a mi relación con los que toda la vida han sido mis colores: el Barça.

Me duele sentir el fútbol cada vez más lejos, pero es así como lo vivo. Lo han secuestrado ejecutivos sin más valores que los de sus cuentas corrientes y han ido convirtiendo al aficionado local en el eslabón más prescindible y débil del planeta fútbol.

Hay quien lo ha explicado ya mejor de lo que puedo hacerlo yo. Lean, si ustedes también son o han sido amantes del fútbol, el libro Invasión de campo (Ediciones B. 2023), de Alejandro Requeijo. Cuenta perfectamente cómo nos han robado este deporte.

Volvamos, para cerrar, al escándalo del Barça, mi equipo. Lleguen quienes deban hasta el final. Caiga quien caiga. Por vergüenza. Por higiene. Y en defensa, principalmente, del aficionado culer y del fútbol.

Cada vez resulta más difícil mantener una relación apasionada con el fútbol de élite. Es ya un esfuerzo casi imposible, porque solo los imbéciles pueden convencerse a sí mismos de que lo que se vende en un lupanar es el amor verdadero.

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