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Ana Obregón y los abortos posparto de los recién nacidos
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Josep Martí Blanch

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Ana Obregón y los abortos posparto de los recién nacidos

Recuperar esta tesis sirve, ahora que estamos discutiendo públicamente sobre la subcontratación del embarazo, para darnos cuenta de la inexistencia de límite alguno en el terreno de la moralidad y la ética

Foto: Ana Obregón. (EFE/Archivo)
Ana Obregón. (EFE/Archivo)
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En 2012, los filósofos Alberto Giubilini, actualmente en la Universidad de Oxford, y Francesca Minerva, Universidad de Milán, publicaron un artículo en la revista Journal of Medical Ethics en que defendían las bondades del aborto posparto. Proponían ambos pensadores que un recién nacido y un feto tienen el mismo nivel de conciencia. Serán personas, pero todavía no lo son. Así que no hay ninguna diferencia en deshacerse de ellos antes o después del parto, una vez ya nacidos.

Para defender esta monstruosidad, ambos filósofos añadían como argumentos a favor del infanticidio que una enfermedad no detectada o un cambio en las condiciones socioeconómicas de los padres podían convertir a ese recién nacido en una carga insoportable y generar malestar emocional y estrés insoportable entre los progenitores. En consecuencia, deshacerse del recién nacido asesinándolo debiera considerarse algo razonable que merecía ser considerado por los gobernantes.

Foto: Foto: EC Diseño.
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El artículo generó una gran controversia. De momento, afortunadamente, nadie en el planeta —que sepamos— defiende de manera organizada una tesis tan aberrante. Pero recuperar su tesis sirve, ahora que estamos discutiendo públicamente sobre la subcontratación del embarazo, para darnos cuenta de la inexistencia de límite alguno en el terreno de la moralidad y la ética.

El mismo asco que provoca esta idea a fecha de hoy es, a fin de cuentas, el que sentían y sienten los antiabortistas. En Europa sorprende la agresividad antiabortista de algunos estados de los EEUU, en que sus ciudadanos provida han recuperado en favor de sus tesis la mayoría o incluso la hegemonía social. No puede entenderse esta regresión en derechos sociales. ¿Cómo es posible?, nos preguntamos sin entender nada.

Foto: Foto: iStock.

Pero se entiende perfectamente a poco que uno sea capaz de salirse de sus propios zapatos y asumir con naturalidad que el acuerdo social y político alrededor de cualquier cuestión es un elemento vivo que no puede darse nunca por cerrado. A fin de cuentas, y por volver al principio, lo que planteaban Giubilini y Minerva en su artículo ya lo hacían los espartanos y después dejó de hacerse.

He planteado un juego a mi círculo de amistades estos días. Imaginemos que la ciencia hiciera posible comprar tiempo de otro ser humano para acumularlo al propio a medida que el nuestro va agotándose. ¿Cuántos estaríamos dispuestos a comprarle días o años a alguien, si eso fuera posible, a medida que nos acercásemos a la vejez?

Foto: Una mujer embarazada. (EFE/Archivo/Juan Ignacio Roncoroni) Opinión
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¿Cuántas personas jóvenes estarían dispuestas a esa transacción a cambio de dinero? Ya se ve claramente que en poco tiempo existiría un mercado. Algunas respuestas de las que he obtenido así lo certifican. Sería solo cuestión de precio. Habría individuos necesitados económicamente dispuestos a vender años y habría otros con los suficientes recursos económicos dispuestos a comprarlos.

Desde la ortodoxia liberal, construida alrededor únicamente de la posibilidad de elegir, la satisfacción del deseo individual y la conversión a valor monetario de cualquier cosa que pueda empaquetarse como una mercancía —incluyendo tiempo, vientres, riñones, plasma, etc.—, no hay posibilidad de establecer límite alguno a estas cuestiones. Solo es cuestión de esperar a que la sociedad incorpore al marco mental colectivo, unas veces más rápido y otras veces más lentamente, la factibilidad y utilidad de un avance médico o científico. Así que, de un modo u otro, todo lo que podemos imaginar tiene números para que pueda pasar.

Foto: Ana Obregón posa durante una presentación de RTVE. (EFE/Zipi)

La gestación subrogada no puede tratarse a la ligera, se oye estos días. Lo mismo se decía de la autodeterminación de género, asunto en el que también prima el deseo individual sobre cualquier otra consideración. El final ya lo sabemos. Se acabó aprobando una turbo-ley sin prácticamente debate y atendiendo únicamente a las opiniones de los lectores entusiastas de Judith Butler.

La ciencia y la medicina seguirán abriendo puertas que ni imaginábamos que existían. Y van a forzarnos a seguir interpelándonos sobre aquello que consideramos razonable, aquello que nos provoca alguna duda o aquello que ni siquiera nos atrevemos a contemplar todavía porque nos asquea. Deberemos pronunciarnos como sociedad sobre cuestiones todavía más exigentes, moral y éticamente, que todo lo que acompaña al caso de Ana Obregón. Y ese debate siempre tendrá una doble carga. La económica, quién puede beneficiarse de esos avances y a costa de quién (como en el caso de la gestación subcontratada), y la de carácter más ético y moral, vinculada a lo que venimos en llamar dignidad humana.

Las cartas son mejores —a largo plazo— para quienes defienden la visión liberal en estos asuntos. Haz lo que quieras si puedes hacerlo. A fin de cuentas, para situarse en posiciones claramente contrarias a superar los límites que la naturaleza de lo humano impone —si para ello hemos de perjudicar a terceros, aunque hayan accedido a ello voluntariamente a cambio de dinero o sin prestación alguna, o a los que aún no han nacido—, hay que colocar al individuo por detrás de una idea del género humano que se aproxima —con religión o sin ella de por medio— a algo casi milagroso. Y esa mirada, en un mundo de individuos y mercancías, no es la que predomina. Aun así, algunos la seguimos defendiendo.

En 2012, los filósofos Alberto Giubilini, actualmente en la Universidad de Oxford, y Francesca Minerva, Universidad de Milán, publicaron un artículo en la revista Journal of Medical Ethics en que defendían las bondades del aborto posparto. Proponían ambos pensadores que un recién nacido y un feto tienen el mismo nivel de conciencia. Serán personas, pero todavía no lo son. Así que no hay ninguna diferencia en deshacerse de ellos antes o después del parto, una vez ya nacidos.

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