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El sinsentido de ilegalizar Bildu. Ayuso quiere robarnos la alegría
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Josep Martí Blanch

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El sinsentido de ilegalizar Bildu. Ayuso quiere robarnos la alegría

La propuesta de ilegalizar Bildu es el mayor sinsentido que se ha escuchado durante esta campaña electoral. Porque es la negación de las reglas sagradas del juego democrático

Foto: La presidenta madrileña y candidata del PP a la reelección, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/Chema Moya)
La presidenta madrileña y candidata del PP a la reelección, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/Chema Moya)
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ETA no existe. La borró del mapa el Estado cuando se decidió a plantarle cara en todos los frentes. La condenó a muerte la sociedad española en su conjunto —y la vasca en particular— cuando incluso aquellos que durante mucho tiempo le habían proporcionado diferentes tipos de cobertura, no solo moral y política, abrazaron el sentido común y se unieron al sentir unánime de condena sin matiz alguno del terrorismo.

Lo que hizo ETA fue rendirse, aunque jamás lo expresara de este modo. Callaron las pistolas y las bombas porque el riesgo y el precio a pagar por seguir haciéndolo era demasiado alto. Porque sus cabezas pensantes llegaron a la conclusión de que el beneficio de seguir esparciendo sesos por el asfalto era ninguno. El balance de ETA pasó a ser, en términos empresariales, el de una empresa quebrada. Se les había vencido. Por eso renunciaron a la violencia. Les ganamos. Y la alegría de esa victoria debiera durarnos todavía. A todos. Sin que eso signifique que no debamos también, desnudos ante el espejo, mirar de frente a esa feísima y todavía reciente cicatriz que adorna nuestro cuerpo social y recordar quién la provocó y por qué.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Han hecho bien las víctimas refregándonos por la cara que había pistoleros en las listas de Bildu. Y la reacción de asco mayoritario ha sido la que cabía esperar. Está a estas alturas ya todo escrito. Que una cosa sea legal no la convierte en moralmente aceptable. E incluso dando por buenas las tesis menos optimistas sobre los motivos que han empujado a Bildu a rectificar, anunciando que esas personas con las manos manchadas de sangre no tomarán posesión de sus actas caso de resultar elegidas, hay ahí otra victoria de la sociedad española en su conjunto. Nuestro sistema legal, en tanto que democrático, proporciona segundas oportunidades. Otra cosa es que eso nos obligue a soportar estoicamente la humillación de ver a asesinos jurar o prometer un cargo de representatividad política. Hasta ahí el sentir mayoritario es prácticamente unánime e independiente de las querencias políticas de cada uno.

Censurar a Pedro Sánchez sus pactos con Bildu forma parte de lo más razonable. Da satisfacción a muchísimos ciudadanos que no quisieran ver conectada la gobernabilidad de España a los intereses políticos de individuos con nombre y apellidos que en su día idearon, justificaron y dieron cobertura a atentados terroristas. Eso se antoja más que comprensible. Pero también lo es considerar que lo que combatíamos los demócratas era el terrorismo en nombre de unas ideas, no esas ideas en sí mismas. Y que una vez acalladas las armas, tal y como siempre se ha dicho desde el lado demócrata, todo el mundo sería bienvenido a defender sus ambiciones a través del diálogo, la negociación, el arma de la palabra y la munición de los votos, traducidos en influencia en el siempre complejo mapa de la aritmética parlamentaria.

Este es el punto en el que Isabel Díaz Ayuso comete una grave equivocación, por muchos que sean los motivos que pueden explicarlo, que no justificarlo. Sea por sus ambiciones futuras más allá de la Comunidad de Madrid, sea por esa mayoría absoluta que persigue, pero que no está asegurada, sea por no dejar un solo resquicio por el que Vox pueda asomar la cabeza; lo cierto es que la propuesta de ilegalizar Bildu es el mayor sinsentido que se ha escuchado durante esta campaña electoral. Porque es la negación de las reglas sagradas del juego democrático. Reglas que, dicho de sea de paso, fueron las que nos proporcionaron la fuerza necesaria para enfrentarnos, cada uno desde su posición, a ETA cuando sí existía. Y entre todas ellas, la más importante: a través de la política, todo; a través de la violencia, nada.

Ni ETA existe, ni ETA está en las instituciones, ni a ETA le pagamos la fiesta con nuestros impuestos, como afirma la lideresa madrileña. Perviven las ideas en el nombre de las cuales los asesinos empuñaban las pistolas y programaban los detonadores, cierto. Pero quizá no haya asunto en el que el matiz y el tiempo verbal resulten más relevantes. El pasado es el de las armas, el presente es el de las palabras. Y queremos vivir en el presente.

Foto: El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. (EFE/Javier Etxezarreta)

El Consejo de Ministros no es un comando de ETA. Pedro Sánchez no es un cómplice de los asesinos. Pero yendo más allá: Bildu no es ETA. No puede serlo, simplemente porque ETA ya no existe. ¡Son lo mismo! Pues no. No son lo mismo. Al igual que una pequeña mutación en un gen es más que suficiente para alterar el devenir de una especie, la diferencia entre empuñar una pistola o empuñar solo palabras dibuja mundos distintos, realidades que nada tienen que ver entre ellas.

Así que no. No debiera ni siquiera fantasearse con la posibilidad de ilegalizar Bildu. La idea peregrina de convertir esa formación política y a sus votantes en forajidos —imposible, Constitución en mano— nos despojaría de la fuerza moral que brinda el saberse en el lado correcto de la historia, el democrático. Pero es que Ayuso pretende, suponemos que sin querer, algo peor. Su propuesta nos niega la alegría de sabernos en un país sin pistolas ni bombas lapa. Y eso sí que no. No debiéramos dejarnos robar el derecho a seguir celebrando, por muchos años que pasen, que ETA ya no existe. Por mucho que se la siga invocando.

ETA no existe. La borró del mapa el Estado cuando se decidió a plantarle cara en todos los frentes. La condenó a muerte la sociedad española en su conjunto —y la vasca en particular— cuando incluso aquellos que durante mucho tiempo le habían proporcionado diferentes tipos de cobertura, no solo moral y política, abrazaron el sentido común y se unieron al sentir unánime de condena sin matiz alguno del terrorismo.

Isabel Díaz Ayuso Bildu
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