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Los debates electorales y la democracia de los futboleros
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Josep Martí Blanch

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Los debates electorales y la democracia de los futboleros

El 'show business' que alimenta la política tiene en este formato su mejor producto, particularmente en el cara a cara, pero también en sus sucedáneos multifaciales

Foto: Los candidatos a la presidencia del Gobierno en las elecciones del 10-N. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Los candidatos a la presidencia del Gobierno en las elecciones del 10-N. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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La campaña electoral debiera, por lo que vamos viendo desde hace días, abandonar la sección de política y quedar en manos de los críticos de televisión, radio y cine. El trabajo debe hacerlo quien sabe y está capacitado para ello. Y nada mejor que el periodista especializado, habituado a desmenuzar el formato audiovisual para regalarnos la opinión más certera sobre quién nos resulta más conveniente para dirigir el país. Si de votar actores y caracteres se trata, nadie puede ayudarnos más y mejor que los críticos a votar con un conocimiento informado sobre las diferentes opciones a nuestro alcance.

Llega ahora el cansino debate sobre los debates. Que si sí, que si no, que si quizás, que contigo sí pero no con aquel, que con todos o con nadie. ¡Qué pesadez!

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Pero ahí estamos todos, como un solo hombre en la defensa a ultranza del debate electoral. Tratado como una cuestión de vida o muerte para la democracia. Repitiendo como loros que el ciudadano tiene derecho a los debates. Y que no puede hurtársele la oportunidad de ver en riguroso directo la confrontación de las diferentes propuestas políticas entre las que debe decidir, porque eso equivale a un atropello democrático. ¡Quia!

Esta argumentación se asienta sobre una ristra de mentiras o de medias verdades, que viene a ser lo mismo. Afirmaciones categóricas que casi nadie cree, pero que repetimos sin impugnación. Es de esta guisa que puede presentarse la discusión televisiva entre candidatos en sus diversas variantescara a cara, todos contra todos— como la quinta esencia de la democracia. El summum de la transparencia, de la confrontación de pareceres, de la discusión a fondo de los argumentos. La oportunidad dorada para que el votante pueda llegar al fondo de las cuestiones y valorar crítica y racionalmente las propuestas de cada uno de los candidatos. ¡Y también dos huevos duros!

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Mejor nos decimos la verdad. Los debates, ciertamente, nos apasionan. Pero no porque de su celebración o no dependa en modo alguno la calidad democrática de nuestro país y de las campañas electorales en particular.

Los debates son un caramelo para la industria audiovisual y para la periodística en general. Un combate de boxeo a través de las palabras siempre proporciona un buen rendimiento. El show business que alimenta la política tiene en este formato su mejor producto, particularmente en el cara a cara, pero también en sus sucedáneos multifaciales. Y sabe, sabemos, cómo venderlo para que nos derritamos ante la expectativa de un combate decisivo del que puede depender el título de campeón.

Y nos derretimos. Como los yanquis con la final de la Superbowl o nosotros con la de la Champions o con un Madrid-Barça. Tenemos previa del partido (el formato, los bloques, los turnos de intervención, el control de tiempos, las tácticas de los contendientes, etc.), el match en sí mismo y el pospartido. Una gran final. Nervios. Ganadores y perdedores. Y la posibilidad de remontar en la vuelta si los candidatos han pactado otros envites. Democracia de futboleros, en suma. Quizá la única posible, en el pasado y en el presente.

En el mejor de los casos, por la experiencia acumulada que ya soportamos, el debate nos sirve únicamente para saber quién ha tenido un mejor día y quién lo ha tenido peor, quién suda más y quién menos ante la cámara, qué grupo de asesores ha estado más acertado en la preparación de frases contundentes y argumentarios o qué estrategia de agresión y defensa ha sido la más acertada.

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Yendo más allá, puede que incluso nos resulte útil para determinar qué candidato a la presidencia es más hábil y está mejor formado en el terreno de la oratoria dialéctica. No es poco. Pero coincidiremos en qué para nada todo esto sirve para afianzar el argumento bienintencionado que pretende convertir este espectáculo en un pilar fundamental del bien hacer democrático de un país. Además, más que debates, lo que tenemos es a unos esforzados candidatos reunidos en un plató haciendo uso de sus turnos calculados al milisegundo para declamar lo que les venga en gana en el uso de su tiempo. ¿Dónde vas? Manzanas traigo.

Nos encanta el fútbol. Así que bienvenidos sean los debates. Tantos como convengan sus señorías. Nos los tragaremos todos de pe a pa, cruzaremos apuestas, invitaremos gente a casa para disfrutarlos y soportaremos estoicamente los mensajes de WhatsApp de los equipos de campaña explicándonos con ánimo de convencernos de que su candidato ha ganado clarísimamente la partida. Y, educados como somos, les responderemos a todos que sí. Y escribiremos artículos sobre ellos. ¡Que vivan el fútbol y los debates!

La campaña electoral debiera, por lo que vamos viendo desde hace días, abandonar la sección de política y quedar en manos de los críticos de televisión, radio y cine. El trabajo debe hacerlo quien sabe y está capacitado para ello. Y nada mejor que el periodista especializado, habituado a desmenuzar el formato audiovisual para regalarnos la opinión más certera sobre quién nos resulta más conveniente para dirigir el país. Si de votar actores y caracteres se trata, nadie puede ayudarnos más y mejor que los críticos a votar con un conocimiento informado sobre las diferentes opciones a nuestro alcance.

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