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¿Es Ayuso el mejor antídoto contra la izquierda?
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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¿Es Ayuso el mejor antídoto contra la izquierda?

El PP yerra dejando que la conversación sobre sus siglas quede secuestrada tan pronto por un hipotético cuestionamiento de su liderazgo actual

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
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A toro pasado, todos somos toreros. El catalán tiene una forma más soez de decir lo mismo: una vez le has visto el culo, ya sabes si es macho o hembra. Sirve la idea para los días posteriores a las elecciones. No hay individuo del universo político y mediático que no tenga ya una teoría para explicar de pe a pa lo sucedido el pasado domingo. Y, sin embargo, dado que el error fue mayúsculo en el ejercicio de adivinación, cabría la posibilidad de que también lo fuera en la interpretación de lo sucedido. Solo que las hipótesis sobre lo ocurrido, a diferencia de las encuestas que debían pasar la prueba del algodón de las urnas, no van a poder validarse de ninguna manera. Así que todos podemos decir lo que queramos sin que la realidad pueda desmentirnos. Al menos, no de golpe y porrazo.

Los resultados insuficientes del PP, como era previsible, han puesto el foco en la idoneidad de Alberto Núñez Feijóo como candidato a futuro. Más allá de los análisis sobre su campaña, juzgada como mala por los resultados, lo que se está promoviendo ahora es un debate sobre su continuidad como futuro candidato y líder del PP si Pedro Sánchez consigue ser investido.

Foto: El líder del PP, Feijóo, en el balcón de Génova junto a la secretaria general, Gamarra, y la presidenta de la comunidad, Ayuso (EFE/Javier Lizón)

Cuando se fomentan dudas y se incentivan ciertas preguntas, normalmente quien las formula ya tiene una respuesta preparada. Y ahí es donde aparece el ayusismo calentando en la banda con sus fans y prescriptores gritando desde el graderío que ha llegado la hora de salir. El perdedor a casa, la ganadora al campo. Es un debate más normal que el respirar. Solo hay que echar la vista atrás y recuperar el vía crucis al que se sometió a Mariano Rajoy dentro de las filas de su propio partido hasta que a la tercera, previo descalabro económico del zapaterismo, consiguió alcanzar la presidencia del Gobierno.

Puede que en realidad la reflexión que conviene al PP no deba ser, al menos no de manera impulsiva, sobre personas, sino sobre qué proyecto quiere ofrecer a los españoles en el largo plazo. Y hacer ese proyecto más creíble de lo que ha resultado serlo en el presente sin fiarlo todo a los errores del rival, en este caso, del sanchismo.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)

Pero lo cierto es que la discusión está ahí e irá a más. ¿Nos sirve Feijóo? Los entusiastas prescriptores del ayusismo entienden que su forma de hacer política y explicarla es el mejor antídoto contra la izquierda. Pero parten de dos cuestiones que dan como ciertas, pero que no tienen por qué serlo: los españoles comprarían su producto con el mismo entusiasmo de los madrileños y Vox quedaría casi expulsado del tablero.

Sobre lo primero, las dudas son más que razonables. Está por ver que el ayusismo sea exportable fuera de Madrid. La presidenta genera entusiasmo, pero también una gran animadversión. Además, la historia reciente nos dice que cuando la derecha —más allá e incluso independientemente de sus candidatos— opta por la política energéticamente divisiva a través de sus áreas de influencia y prescripción —Jose María Aznar en 1993, Mariano Rajoy en 2008 y Alberto Núñez Feijóo en 2023 (“Derogar el sanchismo”)—, no le alcanza para ganar o para gobernar, cosas que son lo mismo en realidad.

Puede argumentarse contra eso que ni la España ni la política de hoy son las del pasado. Que la polarización extrema ha cambiado las reglas. Y que hoy no hay mejor chute de energía para reforzar las opciones de la familia política que representas que el populismo. Ahí, es cierto, Ayuso juega con ventaja sobre Feijóo. Y es donde entra en juego la teoría de que con Ayuso como candidata, Vox a la fuerza quedaría reducido a la marginalidad, porque sus votantes aceptarían estar representados mayoritariamente por ella.

Pero también esto puede ponerse en cuestión. Vox, ya sea por motivos prácticos —mejor que gobierne la derecha sola— o de tipo moral, genera muchos anticuerpos. Y por eso hay quien insiste en verlos como una anomalía que puede ser fagocitada a poco que la derecha convencional acierte con la estrategia. Ni por asomo.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina) Opinión

Esa es una mirada tan voluntariosa como naíf. Además, ninguno de los temas que movilizan y explican el auge de la ultraderecha en todo el continente van a desvanecerse por arte de magia. Tampoco en España. Vox tendrá exámenes y reválidas, le irá mejor o peor, deberá superar crisis internas cuando le toque acometer renovación de liderazgos y sufrirá, como todos los partidos, cuando en unas elecciones sus competidores acierten con la estrategia y la suya sea errónea.

Los de Abascal han pasado del 15,08% del voto al 12,04%, un mal resultado, con 600.000 sufragios menos. Pero a nadie se le ocurre pensar, por ejemplo, que ERC va a dejar de ser un partido importante en la política catalana, y se ha dejado 400.000 sufragios solo en esa comunidad.

Foto: El secretario general de Vox, Ignacio Garriga, en una rueda de prensa. (EFE/Mariscal)

Quien canta las futuras exequias de Vox agarrándose a la idea de que su muerte es inevitable a poco que el PP se lo proponga, basculando con sus candidatos hacia el modo de hacer más populista, confunde deseos con realidades.

El PP yerra dejando que la conversación sobre sus siglas quede secuestrada tan pronto por un hipotético cuestionamiento de su liderazgo actual y su substitución por el ayusismo. Le conviene a la derecha digerir los resultados y entender que el tablero es el que es. Y que en ese tablero, lo que les toca a ellos es hacer creíble un proyecto de derecha moderna, liberal y europeísta. Y lo que pase a la derecha de la derecha, dejarlo para la ultraderecha.

A toro pasado, todos somos toreros. El catalán tiene una forma más soez de decir lo mismo: una vez le has visto el culo, ya sabes si es macho o hembra. Sirve la idea para los días posteriores a las elecciones. No hay individuo del universo político y mediático que no tenga ya una teoría para explicar de pe a pa lo sucedido el pasado domingo. Y, sin embargo, dado que el error fue mayúsculo en el ejercicio de adivinación, cabría la posibilidad de que también lo fuera en la interpretación de lo sucedido. Solo que las hipótesis sobre lo ocurrido, a diferencia de las encuestas que debían pasar la prueba del algodón de las urnas, no van a poder validarse de ninguna manera. Así que todos podemos decir lo que queramos sin que la realidad pueda desmentirnos. Al menos, no de golpe y porrazo.

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