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Josep Martí Blanch

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Felipe VI solo puede proponer a Pedro Sánchez

No es labor de la monarquía financiar 'spots' electorales a cuenta de investiduras imposibles

Foto: Felipe VI, durante la recepción de este lunes en el Palacio de la Zarzuela a la líder de Sumar, Yolanda Díaz. (EFE/Pool/Sebastián Mariscal Martínez)
Felipe VI, durante la recepción de este lunes en el Palacio de la Zarzuela a la líder de Sumar, Yolanda Díaz. (EFE/Pool/Sebastián Mariscal Martínez)
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Que el sentido institucional brilla en España por su ausencia no es una novedad. Hace ya tiempo que se perdieron las formas. El frágil equilibrio entre los siempre presentes intereses partidarios y la salvaguarda del prestigio de las instituciones que exige el interés general está quebrado. Ante cualquier decisión, entre sacar provecho y beneficio propio o apuntalar el prestigio institucional, se prima mayormente lo primero.

El ámbito judicial, véase el persistente bloqueo de la renovación del CGPJ, es donde más claramente se ha puesto de manifiesto esta actitud que predomina en la política española. Pero lo cierto es que no hay institución a salvo de la pulsión autodestructiva de la política, una vez que esta abandona el sentido común para situarse principalmente en el ámbito de la gestión de intereses y narrativas de parte. Y esa es, guste o no guste, la España que manejamos.

Foto: Felipe VI y Yolanda Díaz. (EFE/Pool/Sebastian Mariscal Martínez)

Viene todo esto a cuenta por la carrera sin sentido que han mantenido estos días Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez por presionar a Felipe VI e intentar acorralarlo en la decisión que este ha de tomar, en cuanto acabe hoy la ronda de contactos con los grupos políticos, sobre a quién propone como candidato a la presidencia del Gobierno.

La presión ejercida por el PP y el PSOE sobre la institución monárquica perjudica seriamente a Felipe VI. La insistencia de cada uno de los contendientes sobre los motivos por los cuales es él, y no el otro, quien debiera recibir el encargo real de someterse a la sesión de investidura no es de recibo. Dificulta la labor del monarca. En la medida en que cualquier decisión suya, tomada en medio de ese marco de exigencia, tanto de Feijóo como de Sánchez, ha de soliviantar mucho o poco a los seguidores de quien quede finalmente excluido.

Foto: El secretario general de Vox, Ignacio Garriga (EFE/Alejandro García)

El monarca puede protegerse, claro. Lavarse las manos y decidir que se necesita una nueva ronda de contactos para que los candidatos alcancen la mayoría que ninguno de los dos tiene en estos momentos.

Pero también es verdad que en la medida en que el Rey ha de velar por la estabilidad desde la moderación y el arbitraje, no es deseable alargar los periodos de provisionalidad si no es estrictamente necesario. Y proponiendo un candidato cuanto antes se garantiza al menos el inicio de la cuenta atrás para que en dos meses, tras la primera investidura fallida, deban convocarse nuevas elecciones si las negociaciones entre las formaciones políticas no han llegado a buen puerto.

Foto: Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)

Como todos los procesos democráticos, este también exige la máxima responsabilidad por parte de las formaciones políticas. De todas. Pero en particular en este caso, y teniendo en cuenta los resultados electorales y la aritmética del Congreso recién constituido, del PP y su candidato, Alberto Núñez Feijóo.

Dado que el gallego no tiene ninguna posibilidad de articular una mayoría parlamentaria para convertirse en presidente, cabe convenir que Feijóo está jugando en estos momentos única y exclusivamente la carta de sus intereses personales y los de su partido. De ahí que la presión ejercida sobre el Rey por parte de los populares sea abiertamente censurable.

Foto: Feijóo, antes de la reunión con diputados y senadores populares. (EFE/Mariscal)

España entera sabe que Feijóo ganó las elecciones. Y España entera sabe también que este es un país en el que no se vota presidentes del Gobierno, sino a diputados que a su vez elegirán posteriormente un presidente del Gobierno. Por eso Feijóo no pinta nada como candidato en una sesión de investidura. Por la sencilla razón de que no hay manera humana de que tenga los apoyos suficientes para ser presidente. Insistir en que el Rey lo proponga tiene como único objetivo utilizar al monarca para que este financie con su gesto un spot de márquetin electoral. Pero la institución monárquica no está, o no debiera estar, para eso.

Tampoco desde el PSOE se han puesto las cosas fáciles a Felipe VI. Pero en su favor hay que decir que aunque Pedro Sánchez no cuente todavía con los apoyos necesarios, es el único que puede finalmente alcanzarlos. De ahí que sea el único candidato que el Rey debiera valorar seriamente. O Sánchez o una nueva ronda de contactos. Eso —y dejar en paz al Rey— es lo que debiera suceder en un país que se tome mínimamente en serio las instituciones.

Que el sentido institucional brilla en España por su ausencia no es una novedad. Hace ya tiempo que se perdieron las formas. El frágil equilibrio entre los siempre presentes intereses partidarios y la salvaguarda del prestigio de las instituciones que exige el interés general está quebrado. Ante cualquier decisión, entre sacar provecho y beneficio propio o apuntalar el prestigio institucional, se prima mayormente lo primero.

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