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Diada 2023: menos votos y menos calle, pero más influencia que nunca
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Josep Martí Blanch

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Diada 2023: menos votos y menos calle, pero más influencia que nunca

Es la aritmética y la incapacidad de los grandes partidos de actuar de manera concertada lo que está convirtiendo la precariedad soberanista en una fortaleza

Foto: Manifestación independentista convocada por la ANC con motivo de la Diada. (EFE/Alejandro García)
Manifestación independentista convocada por la ANC con motivo de la Diada. (EFE/Alejandro García)
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Los dos termómetros para medir el estado de ánimo de un movimiento político son su capacidad de movilizar en la calle y en las urnas. Lo segundo, lo único en realidad digno de fiabilidad, ya ha certificado en el último ciclo electoral el clave signo bajista de las acciones del soberanismo. Cataluña es hoy más socialista que independentista y así lo certifican los resultados de las últimas elecciones autonómicas, pero en especial el mapa político del poder local tras los comicios municipales y el rapapolvo a que el PSC sometió al resto de fuerzas políticas en las últimas generales. De hecho, si hoy Sánchez tiene posibilidades de ser investido es gracias al abultado número de actas de diputado que cosechó en Cataluña.

Si los votos van a la baja, lo normal es que también en la calle se vaya desertando. La prueba fue la manifestación de ayer con motivo de la Diada. La participación más baja desde que dio inicio el proceso hace ya más de una década: 115.000 personas siguen siendo mucha gente. Pero el declive es mucho más que notable y no solo en lo numérico. La transversalidad generacional ha desaparecido. Hasta tal punto es notable el envejecimiento del independentismo que sale a manifestarse que es inevitable sacar conclusiones que también la demoscopia va confirmando. El soberanismo tiene un problema serio con las capas de población más jóvenes.

Foto: Manifestación independentista convocada por la ANC. (EFE/Enric Fontcuberta) Opinión

Menos votos y menos manifestantes. Por lo demás, más de lo mismo. Tortazos entre JxCAT y ERC, Òmnium haciendo el papel de hombre bueno que intenta recoser lo que está hecho trizas y la Asamblea Nacional Catalana (ANC) amenazando con dictar fetuas de excomunión a ERC y JxCAT si invisten a Pedro Sánchez sin que en Cataluña pueda ejercerse el derecho de autodeterminación. De hecho, una de las pocas cosas relevantes de la Diada de ayer es el casi anuncio de una nueva lista independentista en las próximas elecciones en el caso de que Junqueras, pero sobre todo Puigdemont, confirme la lógica negociadora que hizo la presidenta de esta entidad, Dolors Feliu. Esta lista, si nace, a quien causará problemas es a JxCAT, que es quien tiene un mayor número de simpatizantes con la unilateralidad. Para la ANC, Puigdemont está a un paso de ingresar en la nómina de los traidores. Así está el patio.

La Diada también sirvió para confirmar que entre el independentismo se da por hecha la amnistía. El zapaterismo resucitado, la labor de zapa de Sumar y la convicción de que Sánchez está dispuesto a todo para ser investido han creado el ambiente en el que ya nadie duda de que la ley de amnistía saldrá adelante y que además lo hará antes de la investidura del líder socialista. Esta convicción reduce las posibilidades de rectificación de los socialistas. A estas alturas, sin amnistía no habrá investidura. No queda margen para la rectificación. Tan digerida está entre el soberanismo que ni Puigdemont, pero tampoco Oriol Junqueras, estará en condiciones de presentar otro triunfo inicial que no sea este. La creación de este ambiente no es responsabilidad únicamente de Sumar, Yolanda Díaz y Jaume Asens. El zapaterismo también ha actuado y actúa de ariete en la misma dirección.

Foto: Imagen aérea de la manifestación independentista. (EFE/Alejandro García)

Más cosas sobre la Diada. La exhibición de las diferencias entre JxCAT y ERC anticipa lo que también es sabido. Si Sánchez consigue ser investido, la legislatura va a convertírsele en un infierno. Junqueras y Puigdemont compiten en todos los ámbitos, pero especialmente por la Generalitat. Y un Gobierno débil como el catalán —solo 33 diputados apoyan, sobre 135, al Ejecutivo de Pere Aragonès— puede derrumbarse en cualquier momento. El tablero de Madrid, en cuanto Sánchez empiece a gobernar en caso de que lo haga, va a ser un campo de batalla cruento entre republicanos y junteros. Y Sánchez va a ser la posadera que ambos necesitarán patear para ganar credibilidad ante el votante soberanista por el que compiten.

Y para acabar un resumen ejecutivo de la Diada en tres líneas: menos gente, menos votos, pero más capacidad de influencia que nunca sobre el futuro Gobierno de España. No es Puigdemont, no es Junqueras. Es la aritmética y la incapacidad de los grandes partidos de actuar de manera concertada lo que está convirtiendo la precariedad soberanista en una fortaleza.

Los dos termómetros para medir el estado de ánimo de un movimiento político son su capacidad de movilizar en la calle y en las urnas. Lo segundo, lo único en realidad digno de fiabilidad, ya ha certificado en el último ciclo electoral el clave signo bajista de las acciones del soberanismo. Cataluña es hoy más socialista que independentista y así lo certifican los resultados de las últimas elecciones autonómicas, pero en especial el mapa político del poder local tras los comicios municipales y el rapapolvo a que el PSC sometió al resto de fuerzas políticas en las últimas generales. De hecho, si hoy Sánchez tiene posibilidades de ser investido es gracias al abultado número de actas de diputado que cosechó en Cataluña.

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