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A Colón ya le silbaron los indígenas. ¡Fiu, fiu, fiuuuu!
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Josep Martí Blanch

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A Colón ya le silbaron los indígenas. ¡Fiu, fiu, fiuuuu!

Más que una celebración, la fiesta nacional ha ido acentuando su papel de excusa para que los partidos políticos practiquen el pimpampum de diario, saltándose el descanso preceptivo de las fiestas señaladas

Foto: La princesa de Asturias, Leonor (i-d), la reina Letizia y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada este jueves al desfile del Día de la Fiesta Nacional. (EFE/Chema Moya)
La princesa de Asturias, Leonor (i-d), la reina Letizia y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada este jueves al desfile del Día de la Fiesta Nacional. (EFE/Chema Moya)
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De nuevo abucheos a Pedro Sánchez. Cada nación fija a fuerza de costumbre su propio calendario litúrgico. Y en España lo de silbar e insultar al presidente del gobierno ya forma parte del paisaje más natural y repetido del 12-O. Cuando el líder del PSOE esté plenamente amortizado, el día de la hispanidad se tornará mortal de aburrimiento. Puede que para entonces ya se mantenga la tradición con independencia de quién presida el Consejo de Ministros. Se creerá que la bronca es algo atávico, un legado llegado de la profundidad de los tiempos.

—Oye, ¿por qué silbamos?

—Porque a Colón ya lo silbaron los indígenas nada más atracar en América y amarrar los cabos de las carabelas. Me parece que la tradición viene de ahí. ¡Calla y silba! ¡Fiu, Fiu, Fiuuu!

Bromas aparte, el 12-O sirve para que la España política se mire al espejo. Y de un tiempo a esta parte, este le devuelve un reflejo entre poco y nada halagüeño de sí misma. Más que una celebración, la fiesta nacional ha ido acentuando su papel de excusa para que los partidos políticos practiquen el pimpampum de diario, saltándose el descanso preceptivo de las fiestas señaladas. Más que un día para el encuentro, el 12-O es una jornada más para seguir echándose los platos por la cabeza. No resulta muy edificante, tampoco muy patriótico para quien presume de serlo, que no pueda suspenderse por un día la actividad partidista en favor de una agenda estrictamente institucional. Eso que en otros tiempos se decía que estaba por encima de las personas que las ocupaban y las siglas en las que militaban. Pero como las instituciones se han convertido mayormente en juguetes de los partidos, no vamos a extrañarnos de que también el 12-O sea algo de lo que se pretende sacar derecho partidario. Cada uno el suyo, que aquí no hay inocentes.

Más allá de la coyuntura marcada por la amnistía y también de lo que cada uno opine de ella, el 12-O de este año refleja como nunca el divorcio entre las diferentes concepciones de España que conviven en nuestra orla política. De derecha a izquierda, la regresión preconstitucional que en algunos momentos ha planteado Vox, la España de las autonomías que José María Aznar dio por acabada en su forma definitiva en 2004, la incógnita de lo que pretende el PSOE acuciado por sus urgencias aritméticas y el modelo federal con matices de Sumar. Dejamos a un lado propuestas más radicales como la de Podemos y las que encabezan los proyectos nacionalistas —descentralización extrema— o independentistas —desaparición de España—.

Foto: La princesa Leonor, el rey Felipe y la reina Letizia, en la tribuna durante el desfile del 12 de octubre. (Europa Press/Alberto Ortega) Opinión
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Muchas formas de entender el país en una España que dejó de ser bipartidista aunque en la opinión publicada siga pareciéndolo. Pero que pinten más de dos no hace menos cierto que sigue siendo necesaria la presencia de uno de los dos grandes partidos tradicionales —PP y PSOE— para que cualquier idea política tenga la oportunidad de cuajar como algo más que una ocurrencia. También, por supuesto en el ámbito territorial. Y también lo es que para los grandes asuntos, y el territorial lo es, nada que no cuente con un mínimo consenso entre estas dos formaciones puede aspirar a ser duradero. Por eso, mientras estos dos partidos sigan equivocándose, no habrá posibilidad de abrir un camino lo suficientemente amplio por el que pueda circular la España política del siglo XXI sin sentirse amenazada. Amenazas nacidas, como ya es sabido, del independentismo catalán y, en menor medida, del nacionalismo y el soberanismo vasco.

El PP se equivoca dando por buena casi 20 años después la tesis territorial que José María Aznar proclamó cuando alcanzó su mayoría absoluta en 2004. El entonces líder del PP daba por cerrado el capítulo de concesiones a las autonomías con las transferencias realizadas durante sus primeros cuatro años como presidente con el apoyo de la extinta CiU. España había alcanzado ya el máximo nivel de descentralización que el Estado quería y podía permitirse. El edificio estaba ya, según él, construido y acabado. El partido que ahora lidera Feijóo debiera desprenderse de esa convicción y atreverse a explorar nuevos límites de acuerdo con la realidad de 2023 y lo vivido en la última década. Mientras siga aferrado a las convicciones de quien le precedió hace dos décadas, puede volver a gobernar, pero no podrá ofrecer nada que realmente sea útil para que dejemos de hablar, y a tenor de lo vivido algo más que hablar, del problema territorial de España.

El PSOE también yerra. Particularmente, por su indefinición, inconcreción y falta de proyecto. Capaz de decir una cosa y al día siguiente lo contrario si los resultados electorales así lo aconsejan, el socialismo español tampoco tiene una idea clara de hacia dónde quiere llevar a España en el plano territorial. No avanza hacia ningún lado por convicción sino por necesidad. Si la España del PP es la del inmovilismo, la del PSOE se parece más a cualquiera que nos convenga. Y en ese convenir no hay tampoco detalles que permitan aclarar hasta dónde está dispuesto a llegar y de qué manera. Sus movimientos son espasmódicos. Y lo que acaba quedando en el imaginario, y existen razones de sobra para que así sea percibido, es que más que un convencimiento y un rumbo, lo que hay únicamente es el sometimiento a unas exigencias de investidura. Sin plan alguno que responda a una idea de España madurada y con voluntad de ser llevada a la práctica con independencia de cuáles sean las exigencias de la aritmética. El recorrido que ofrece el PSOE se asemeja más al malabarista que intenta mantener una vajilla en el aire que no a alguien que pretende poner la mesa para que todos los comensales se sientan a gusto.

Una derecha dispuesta al movimiento y una izquierda con una propuesta definida, no improvisada y cambiante, podrían llegar a encontrarse en un espacio común que sí resultase de utilidad y lo suficientemente atractivo para negociar un nuevo terreno de convivencia política para las próximas generaciones en el que cupiese más gente de la que ahora cabe. Y quizá dejarían de ser recurrentes los silbidos de cada 12-O.

Foto: La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 en funciones, Ione Belarra (c), durante el desfile del 12 de octubre. (Europa Press/Alberto Ortega)

Puede argüirse, contra este razonamiento naíf, que nada de esto serviría aun llegando a pasar, porque nunca va a contarse con la lealtad institucional de los nacionalistas y separatistas. Esta es una verdad que no admite prueba en contra, cierto. Pero eso ya se decía hace 40 años, cuando ABC nombró a Jordi Pujol “Español del año”. También las ideas tienen un ciclo de vida. Y cuando llegan a su fin, toca renovarlas. Pero para eso conviene tener ideas no las tiene el PSOE y ganas de ajustarse a la realidad del presente no las tiene el PP—. Total, el año que viene más silbidos.

De nuevo abucheos a Pedro Sánchez. Cada nación fija a fuerza de costumbre su propio calendario litúrgico. Y en España lo de silbar e insultar al presidente del gobierno ya forma parte del paisaje más natural y repetido del 12-O. Cuando el líder del PSOE esté plenamente amortizado, el día de la hispanidad se tornará mortal de aburrimiento. Puede que para entonces ya se mantenga la tradición con independencia de quién presida el Consejo de Ministros. Se creerá que la bronca es algo atávico, un legado llegado de la profundidad de los tiempos.

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